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La historia de la humanidad, narrada desde las emociones

El historiador británico Richard Firth-Godbehere hablará en el Hay Festival de su obra Homo Emoticus

Firth-Godbehere hablará en el Hay Festival el 29 de enero, en el Centro de Convenciones. A las 10 a. m.

Firth-Godbehere hablará en el Hay Festival el 29 de enero, en el Centro de Convenciones. A las 10 a. m. Foto: Lola García Garrido

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La portada de Homo emoticus: la historia de la humanidad contada a través de las emociones no se anda con rodeos: un hongo atómico en forma de corazón se dispara contra el cielo. Una nube roja que se alza intimidante frente a un espacio vacío, carente de cualquier punto de referencia o forma de vida. No sabemos, como espectadores, si la escena a la que asistimos corresponde a un acto de creación o de destrucción.
Y es en esa paradoja afectiva donde reside la potencia del libro escrito por el historiador británico Richard Firth-Godbehere: cualquier emoción, sus significados culturales y resultados sociales, pueden variar de un tiempo a otro, de una geografía a otra. No son regalos universales ni verdades absolutas: el amor, quizá el más sublimado de todos los sentimientos, es como una bomba capaz de sembrar jardines o destruir naciones. Y así con cada pasión que hemos bautizado a través de los siglos para entender de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos.
La historia de las emociones es una rama científica relativamente nueva. Si bien tiene antecedentes en trabajos sociológicos, psicoanalíticos y evolutivos de principios del siglo XX, se transformó en una sustancia propia recién en la década del ochenta. En vez de rastrear la cronología humana por medio de la razón, de las grandes obras, de los monumentos otrora grandiosos, de las herramientas que permitieron el paso de simple recolectores a constructores de imperios, los historiadores emocionales como Firth-Godbehere dirigen sus miradas a los pliegues íntimos de cada sociedad: ¿qué se entendía por amor, miedo, asco, ira o vergüenza en determinado periodo y espacio? ¿Y qué cambios hubo para esas sociedades o para la humanidad entera a partir del entendimiento de una emoción o pasión o sentimiento particular?
Una de las máximas filosóficas más famosas es aquella de Descartes: pienso, luego existo. Richard Firth-Godbehere nos invita a replantear esta formulación, cambiarla por una paráfrasis en este punto más que obvia: siento, luego existo. Para dejar su punto claro, el historiador de las emociones realiza un paneo desde los antiguos griegos hasta nuestros días, deteniéndose en experiencias europeas, sí, pero también en puertos africanos y asiáticos para intentar responder una simple pregunta, reimaginación de otra fórmula manida (esta vez de inspiración carveriana): de qué hablamos cuando hablamos de emoción.

El campo de la historia de las emociones es aún nuevo y peculiar, ¿cómo se involucró en esta área de estudio?

La razón tiene que ver con el amor: mi esposa sufre de una condición llamada emetofobia, que es el miedo irracional a vomitar. Una situación que la afectaba emocionalmente y yo quería entender qué le sucedía. Esto se combinó con mi curiosidad intelectual y, mientras intentaba encontrar un camino de entendimiento, di con esta rama relativamente nueva llamada 'historia de las emociones'. Con una coincidencia muy importante: mi tesis de literatura fue sobre las relaciones entre la brujería y el asco. Así que en esta convergencia de situaciones pensé: “creo que encontré mi nicho, el lugar desde el cual hablar y publicar”. De este modo, hice mi Ph. D. y el resto es pura historia emocional.

En su libro usted resalta que hay dos facciones científicas enfrentadas al momento de estudiar las emociones: aquellos que dicen que son universales contra quienes claman que son constructos de cada sociedad. Más allá de cuestiones científicas, ¿qué hay en juego en esta tensión?

Portada de su libro, editado por Salamandra.

Portada de su libro, editado por Salamandra. Foto:Archivo particular

Últimamente ha habido una especie de paz, por el surgimiento de una tercera facción que se acerca más a una especie de punto medio. Lo curioso de esta batalla es que tienen más en común de lo que parece a primera vista, porque al final se resume en qué tipo de lectura de Darwin haces: puedes plantear que todo se reduce a unas expresiones faciales universales que vienen desde el mono y que corresponden a una serie de emociones preconcebidas, pero también puedes afirmar que en distintas partes del mundo hay demostraciones únicas que evolucionaron de otra manera. Depende de tu formación académica. Así, unos aseguran que Darwin planteó la universalidad de las emociones, mientras que otros refutan diciendo que lo que él defendía era la particularidad de cada contexto.

Más allá de debates científicos, ¿esto cómo afecta a las personas del común? A mi mamá, por ejemplo, que está enfocada en trabajar y ver telenovelas, ¿en qué la impacta que las emociones sean universales o particulares?

De varias maneras la puede afectar. Por ejemplo, si alguna vez ella necesitara un tratamiento psicológico o un acompañamiento emocional, los resultados y la calidad de la atención variarían dependiendo de las creencias sobre las emociones que tenga quien la trate. Pero, además, en las pausas comerciales de sus telenovelas hay publicidad, pensada por un grupo de profesionales que analizan los sentimientos para vender a través de la manipulación. La instrumentalización de lo que sentimos puede tener un lado oscuro. Quizá el estar atentos a esto nos puede permitir ver un comercial y decir “hey, no quiero un carro nuevo, ¡dejen de intentar convencerme de que lo necesito! ¡Mi carro actual está perfecto!”.

En Homo emoticus usted hace un paneo a través de distintas geografías y épocas históricas para hablar de las emociones. ¿Cómo hizo esta selección?

Fue todo un proceso, porque la historia de las emociones, como disciplina, surgió en la década del ochenta, pero solamente hasta el nuevo milenio despegó realmente. Así que todavía había mucho campo para explorar, por lo cual un buen filtro fue el gravitar hacia intereses que yo tenía previamente: antiguos griegos, cruzados, brujas y un larguísimo etcétera. Sin embargo, también quería contar historias apasionantes, como la de la reina ghanesa Yaa Asantewaa, que desafió el poder imperial. Quería que mi libro fuera lo más global posible y que no solo hablara de hombres, porque la historia, sorpresa, suele enfocarse en lo que hicieron los hombres.

¿Por qué es tan importante no solo escribir sobre la mirada occidental de las emociones, sino también sobre aquellos lugares geopolíticos que escapan a estas tradiciones?

Mucha de la historia, por no decir la gran mayoría, es extremadamente eurocéntrica o se enfoca en la mirada estadounidense... ¡Y eso es tremendamente aburrido! Pero yendo más allá, mirar hacia el resto del mundo nos permite completar la imagen de las emociones y las maneras en que, como seres humanos, las hemos entendido. Si eres europeo o descendiente de europeos, lo más probable es que hayas escuchado hablar de Sócrates, así no sepas quién era ni de qué se trataban sus postulados. Así que quería darles a mis lectores otro punto de vista, decirles: “mira, esta otra cosmovisión, ¿qué opinas de ella?”.
Firth-Godbehere es considerado uno de los mayores expertos del mundo en el tema de las emociones.

Firth-Godbehere es considerado uno de los mayores expertos del mundo en el tema de las emociones. Foto:Lola García Garrido

Si la historia de la humanidad puede contarse por medio de las emociones, ¿entonces cuál es el rol de la razón en nuestra evolución como especie?

La razón es bastante importante porque, al contrario de lo que se postulaba en el pasado, no es una entidad separada y completamente independiente de las emociones. Razón y emoción son algo complejo, interconectado e interdependiente. Quizá el cambio de paradigma es que, al contrario de lo que se creía, las decisiones que tomamos a diario probablemente no son tan racionales: tu asiento favorito en un bus puede que tenga que ver con razones emocionales, experiencias de la niñez, una compañía del pasado, por ejemplo. La razón es importante, nuestros grandes pensadores han sido fundamentales. Pero tenemos que recordar que todos han sido seres humanos que sentían, que estaban atravesados por emociones. Otro punto es que nadie va a la guerra solo por el resultado de una ecuación: cada guerra tiene motivos emocionales de fondo.

Ya que menciona el tema de la guerra, un lugar común de la misoginia es decir que las mujeres no deberían gobernar porque por sus emociones nos llevarían a la guerra. Pero quienes han llevado al mundo a la guerra han sido siempre los hombres, supuestamente más racionales…

Las guerras y las emociones son un tema enorme, porque es la historia de hombres muy emocionales. Por ejemplo, están los cruzados, que fueron a estas expediciones porque creían que estaban haciendo un acto de amor: amaban a Dios, la idea de la Tierra Santa y la posibilidad de recuperar este territorio por Él. O si hablamos de tiempos actuales, hay emociones como el nacionalismo que llevan al conflicto entre Ucrania y Rusia: Putin es un tipo emocional que necesita hacer que su país sea grande y respetado. Y no solo las emociones determinan si se va a la guerra o no, sino que también pueden afectar el resultado: Estados Unidos no habría perdido la guerra de Vietnam de la manera que lo hizo si el Viet Cong no hubiera tenido el orgullo y la pasión por defender sus ideales.

En su libro podemos ver que la evolución de las emociones es también una evolución en el lenguaje y en la manera en que nombramos las cosas. ¿Qué rol juega el lenguaje a la hora de analizar las emociones?

¡Un rol enorme! Porque cada vez que un ser humano ha intentado explicar una emoción, ha tenido que buscar las palabras concretas para hacerlo. En un momento de la historia de cada sociedad alguien tuvo la necesidad de nombrar un sentimiento de una manera y el resto asumió esa palabra como una verdad lingüística. Pero esto no es un camino lineal, porque hay palabras que parecen ser sinónimos, pero en realidad son significados más específicos. Por ejemplo, en inglés tenemos ‘asco’, que en el pasado se entendía más como ‘abominación’ o ‘adversión’. Una palabra no solo varía de un sitio a otro, sino de una época a otra.

¿Cómo fue intentar traducir palabras de otros idiomas que apelan a emociones particulares? ¿Qué tan difícil fue encontrar significados ‘estándares’ para escribir el libro y que el lector, fuera de donde fuera, pudiera entender a qué se refería?

Siempre quise que mi libro fuera traducido porque me parecía un experimento interesante. Y ahora se puede leer en veintiún idiomas, así que creo que he conseguido esa meta. Intenté escribir de la manera más general posible, a menos que la emoción en cuestión me exigiera un poco más de contexto. En ese caso, no solo podía nombrar sino que debía explicar el contexto y el uso que se da en su idioma original, que en muchos casos no era un idioma indoeuropeo. Lo curioso del tema de la traducción es que muchos traductores me envían correos electrónicos con dudas sobre una palabra, que en sus idiomas no es tan específica. Lo cual nos lleva a un trabajo de negociación e imaginación hasta dar con el término más exacto, en la medida de lo posible.

Usted escribe sobre cómo hay una búsqueda incesante por inteligencias artificiales capaces de entender y reconocer emociones, y afirma que no cree que se consigan resultados muy precisos al respecto porque una máquina no puede sentir. En las últimas semanas ha habido un boom de retratos creados por IA (que, en lo personal, me perturban e incomodan). ¿Qué piensa de este ‘arte’ creado a través de algoritmos?

Por un lado, estas imágenes creadas artificialmente son la respuesta a una pregunta que nadie hizo. La gente hace arte, ¡dejen a las personas hacerlo! Sin embargo, es un fenómeno interesante porque estas imágenes dependen de la reacción de las personas. Suena a algo posmodernista, pero en realidad es muy simple: en su producción no hay ninguna emoción involucrada, sino que busca una emoción en el observador. Y una inteligencia artificial puede ser programada para impactar, pero no porque ella tenga la emoción: eres tú el que se siente de cierta manera y los programadores explotan tus sentimientos. Fuera de eso, poco o nada hay en esta forma de ‘arte’. 
Richard Firth-Godbehere hablará en el Hay Festival el 29 de enero, en el Centro de Convenciones. A las 10 a. m.

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SERGIO ALZATE

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