A comienzos de este 2022 las redes sociales hicieron virales unos breves versos del poeta chileno Raúl Zurita: “Toda / declaración / de amor / es urgente /porque / vamos a morir”. Se compartieron como una especie de mantra de esperanza en un mundo apocalíptico. La poesía de Zurita gana cada vez más lectores entusiastas, sobre todo, en las nuevas generaciones, en la academia, en la calle; y su obra logra cada vez más el reconocimiento universal con ediciones críticas y premios internacionales, como el Iberoamericano Pablo Neruda, el José Lezama Lima y el Reina Sofía (el más importante galardón a un poeta en lengua española).
En su discurso de recepción de este último premio afirmó: “Morimos en nuestras lenguas madres y volvemos a nacer en ellas. Esa es la demencial apuesta de la poesía. Ella no puede derribar una dictadura ni curar una pandemia, pero sin la poesía nada es posible porque la esperanza de un nuevo día está inscrita en lo más imperecedero del sueño humano”.
Es el poeta que rompe con todo para fundar una nueva tradición. Hizo escandalosos actos performáticos con su cuerpo. Se provocó, entre otras cosas, una herida en la mejilla izquierda con un fierro caliente. Trazó un poema con letras de humo sobre el cielo de Nueva York en 1982 y cavó un micropoema en el desierto de Atacama. Cielo y desierto como páginas en blanco de un testimonio de su tiempo. Es activista político y participó en las marchas del estallido social de Chile y en la campaña presidencial de Gabriel Boric. Y regresa una vez más a Colombia, país de sus entrañables afectos.
¿Cómo ha sentido el papel de la poesía en este tiempo de pandemia?
Lo primero y más difícil es decir que uno está bien. Mi mujer y yo estamos bien, pero no dejo de sentirme culpable por esto. Por otro lado, creo que no hay una muerte más terrible que la muerte por la pandemia. Es una muerte feroz porque es silenciosa, agazapada, sin ilusiones. Es una muerte que te arranca todo, es una especie de escafandra plástica en la cual no se toca nadie. Estamos vivos y nos damos cuenta de que uno busca las cosas más sólidas y verdaderas que siempre van de la mano de la poesía. La poesía es una columna y una fuerza enorme. Esa especie del límite del lenguaje que es el poema es un refugio, una forma de protegernos. Ha sido un periodo que ha servido para muchos, para pensar, para volver a los poemas y volver a leer. Pero, y no quiero ser el espantapájaros, así como muchos volvieron a los libros, muchos otros no lo pudieron hacer, porque no podían comprarlos o no tenían internet y eso nos afecta a todos.
Hablemos de su abuela, que cuando empieza a perder la memoria olvida el italiano y el español y comienza a hablar en genovés. Y por supuesto, de su relación con Italia.
Italia es para mí muchas emociones. Por un lado, es mi abuela hablándome de su país y arrasando los recuerdos con una nostalgia infinita. Ella nos hablaba, a mi hermana y a mí, de Miguel Ángel, de Leonardo da Vinci. Quizás no lo hacía por enseñarnos, sino para satisfacer sus propias nostalgias. La otra Italia, donde viví, es un país increíble, alucinante, que amo gracias a mi madre y mi abuela, dos italianas que se quedaron solas en un lugar que desconocían y que tenían que conocer a la fuerza. Después viene la cultura. Leo con emoción a sus poetas, iro a sus cineastas, a sus músicos. Uno se da cuenta de que quiere mucho a un país cuando ve los partidos de fútbol. Cuando juega Italia yo me siento agónico y cuando pierde sufro, me siento triste. Mi corazón se divide terriblemente cuando Italia juega contra Brasil o Argentina nuestros representantes latinoamericanos en las grandes ligas del fútbol. Entonces me doy cuenta de que me importa más de lo que quería
¿Qué significó pasar de ser el nieto de una abuela católica a ser un militante del Partido Comunista, que es, de alguna manera, otra suerte de religión?
Sí, es mi religión. Me volví del Partido Comunista de Chile y he sido un militante muy orgulloso. Lo primero que ocurrió cuando ingresé a la Juventud Comunista fue una pelea descomunal con mi abuela. Rompimos. Para mí fue dolorosísimo y terrible. Mi abuela era fascista, católica, apostólica y romana y no podía concebir que su nieto enojón fuera un comunista. Ella era una persona fanática, dura y muy dulce al mismo tiempo. Cuando quise decirle, años después, lo importante que había sido ella para mí ya no me entendía. Luego cuando fui a Italia como agregado cultural siempre la contemplaba como si viera las cosas que ella no alcanzaría a volver a ver. Me tocaba vivir con su nostalgia y la poesía creó algo del trayecto de esas cosas de mi vida y lo que entendía de la suya.
¿Por qué empieza a estudiar ingeniería y cuál es el papel de las matemáticas en su búsqueda poética posterior?
Tú puedes planificar algo, pero finalmente hay algo misterioso que va a hacer todo lo que él quiere.
Entré a estudiar ingeniería porque me gustaban las matemáticas, tenía habilidades y era el hijo único, hombre, de una madre viuda. En esa época era lo que tenía que hacer para ganar dinero y ser el sustento de mi familia. Luego terminé volcándome a la poesía, a la literatura, de manera autodidacta, porque eran todo lo contrario al mundo de los números y las ecuaciones, que me gustaban pero hacían parte de mi mundo formal. Las matemáticas tuvieron una influencia porque muchos poemas parecían axiomas. También la ingeniería me enseñó a pensar un poema. Hay un rigor, una sequedad, una aridez que me ha ayudado a armar una especie de arquitectura, de dibujo a grandes rasgos de lo que quería hacer en poesía. Tú puedes planificar algo, pero finalmente hay algo misterioso que va a hacer todo lo que él quiere. Eso probablemente para mí es la poesía: casi como si hablara el inconsciente de la lengua. El gran problema es encontrar aquello que solo tú podrías decir y nadie más, porque si tú no lo dices no lo dirá nadie más. Es una voz que pasa por la historia, por la psicología, por la cultura. El lenguaje conoce toda la historia de lo humano. El español, por ejemplo, el que hablamos nosotros en América, el de la Conquista, sabe mucho más de historia que de contextos, de los sufrimientos, las derrotas y de los mártires que se han producido en oposición a nuestra lengua.
¿Cómo ha sido su diálogo con esa tradición tan poderosa y sísmica de la poesía en español que es la poesía chilena?
Sucedió algo misterioso. Tiene que ver con la relación con Alonso de Ercilla, poeta español que apareció en la Conquista. Era un soldado en 1500 y escribió un poema, La Araucana, el poema más mentiroso que se ha escrito. “Chile, fértil provincia, y señalada / En la región Antártica famosa, / De remotas naciones respetada”. No había tal. Chile estaba en los confines más absolutos y, sin embargo, desde allí se planteó esa costumbre de grandiosidad. Por eso surgen poetas como Neruda o Pablo de Rokha. Para volver a hablar en términos de fútbol, no creo en las selecciones nacionales, creo más en una selección poética latinoamericana o de la lengua española de la cual hace parte, por ejemplo, César Vallejo. Él fue un poeta liberador, nos dio una libertad aplastante tal cual lo hizo Neruda con el Canto General. En Vallejo hay algo tan dulce, tan sacrificado que España, aparta de mí este cáliz, podría ser una obra griega como si hubiera sido escrita por Sófocles. Tenemos mucho que conversar en Latinoamérica en razón a la poesía porque hay tantos poemas buenos y poetas como Vicente Huidobro, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Vallejo, Cardenal, en fin, hay un universo enorme.
Una fecha que marca un antes y un después en la historia chilena es el 11 de septiembre de 1973. ¿Cómo vivió ese día?
Ese día nos detuvieron a varios jóvenes comunistas y nos llevaron a una especie de calvario, un calvario que nunca terminó.
Ese día algo se tramó y ocurrió de tal forma que fue una tragedia inolvidable que marca con fuego a un pueblo y a unas generaciones que estuvimos ahí. Fue algo que coincidió con un momento terrible de mi vida personal. La estaba pasando mal, me estaba separando y parecía más que perdido. La noche anterior no comí absolutamente nada. La pasé en un boliche y en la mañana salí de allí a ver si alguien me convidaba un café porque andaba sin un peso. Mientras iba caminando empezaron los soldados a tomar posiciones y de repente alguien dijo: “alto ahí”. Eso fue a las seis de la mañana del 11 de septiembre en Valparaíso, de donde partió el golpe de Estado. A esa hora exacta, en esa ciudad, empezaba a ejecutarse todo y yo estaba en el lugar preciso en el que nadie tenía que estar. Ese día nos detuvieron a varios jóvenes comunistas y nos llevaron a una especie de calvario, un calvario que nunca terminó. Hoy hablo como un sobreviviente. Hay familias que aún buscan los restos de sus hijos, sus huesos en el desierto y me avergüenzo y todavía me duele.
A pesar de lo doloroso, es un periodo fértil para su poesía y es cuando escribe Purgatorio. ¿Cómo surgió este libro?
Lo escribí desde la desesperación. No quería escribir ni vivir. Antes de quemarme la cara quería morirme y, sin embargo, era alguien que quería gritar. Purgatorio es eso para mí. Un grito de bebé cuando nace. Era un poema que tenía problemas formales, pero allí aparecen las matemáticas, la idea, los múltiples soportes, los registros de muchas cosas y fueron mis formas de expresarme. Necesitaba con urgencia escribirlo porque si no me moría. Ese libro recogió parte del dolorosísimo espíritu de ese tiempo, del tránsito que estábamos pasando como sociedad chilena.
Anteparaíso es otro de los libros fundamentales para entender su propuesta poética. ¿Cuál era esa estación anterior al paraíso?
Creo que he escrito desde el odio muchas veces. Nuestro deber es la felicidad y el amor, pero he escrito desde el dolor. Sin embargo, la poesía tiene, a veces, las razones por las cuales los seres humanos podrían no matarse entre sí. Los seres más desposeídos y desesperados son los que menos salen a matar. Esa mujer que no se mata cuando ve a su hijo destrozado en Palestina o aquel hombre que quiere vivir cuando ve a su hijo ahogarse en el Mediterráneo. Lo he venido diciendo: “en un mundo de víctimas y victimarios, la poesía es siempre la primera víctima, pero es también la primera que se levanta desde su propia muerte para decirnos a los sobrevivientes que, no obstante todo, vendrán nuevos días”.
Inri es uno de los testimonios más desgarradores que se han escrito en nuestra lengua y también es una crucifixión del hombre moderno. ¿Cómo se concibió este libro?
Ese reconocimiento fue tan brutal, por un lado por la verdad histórica y, por el otro, tenía el cinismo de decir 'lo reconocimos y ahora hacemos otra cosa'.
Inri nació de lo siguiente: en el año 2000, Chile reconoce la existencia de muchos desaparecidos que jamás van a ser encontrados porque fueron arrojados al mar, a la boca de los volcanes, a los ríos y lagos que luego explotaron. Para mí fue tan impresionante como para la sociedad esos acontecimientos. Ese reconocimiento fue tan brutal, por un lado por la verdad histórica ,y por el otro, tenía el cinismo de decir “lo reconocimos y ahora hacemos otra cosa”. Pero ¿cómo vamos a partir de nuevo con todas esas víctimas y con todas esas muertes atroces? Entonces sentí como un grito, un chillido “Inriiiiii” y mi mujer, Paulina, lo dedujo y dijo: “Inri, ese tiene que ser el título”. Hubiera preferido que los hechos que motivaron la escritura de este poema nunca hubieran ocurrido y no haber tenido que escribirlo.
El español lo hablamos hoy aproximadamente quinientos millones de personas en el mundo y se convierte, poco a poco, en una lengua influyente. ¿Qué significa para usted escribir en español hoy en día?
Significa escribir una historia dentro de una historia: el castellano, el hispano parlante. Hablamos una lengua impuesta que guarda, de una u otra forma, huellas de la cual se impuso y eso se ve sobre todo en Vallejo. César Vallejo es la gran marca de una lengua impuesta, el dolor del hijo, el dolor por la lengua. Creo que esos hablantes reclaman también por un mundo nuevo, por la armonía de las lenguas, reclaman porque las lenguas de los pueblos originarios, como el mapudungún o el náhuatl, hablen también. Queremos escuchar a todas las lenguas del mundo.
*Raúl Zurita dará una charla en el Hay Festival de Cartagena el 29 de enero. En el Centro de Convenciones, a las 12 m.