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Análisis
Jane Austen, 250 años de la creadora de Orgullo y prejuicio, Emma y otros clásicos indestructibles
Su obra ha sido la base de varios clásicos cinematográficos y todavía hoy tiene una horda de fanáticos.
Los janietes son sus fans desde hace dos siglos, e incluso hoy hay un evento llamado el AustenCon.
Keira Knightley logró uno de sus mejores papeles en Orgullo y prejuicio. Foto: Archivo particular
Jane Austen logró una obra prodigiosa. Solo vivió 41 años, probablemente murió virgen, pasó vida en la campiña inglesa y posaba de ingenua, pero su obra palpita con la fuerza de la inmortalidad.
Quienes hayan visto la cinta animada Ratatouille recordarán a Anton Ego, el severo, antipático e influyente crítico culinario cuya reseña negativa había costado una estrella al restaurante Gusteau. Al final de la película, Ego hace un sentido mea culpa sobre la soberbia de los críticos y remata con esta frase: “No cualquiera puede convertirse en un gran artista, pero un gran artista puede venir de cualquier lado”. Ese es sin duda el caso de Jane Austen.
Austen nació en 1775, en el sur del Reino Unido, en un pueblito de unos 300 habitantes llamado Steventon. Ella y su hermana tres años mayor, Cassandra, crecieron rodeadas de hombres. Tenían seis hermanos, y su padre, el reverendo George Austen, contaba con alumnos particulares y recibía internos en su casa. No sabemos si ellas se sentaron en el salón con los chicos, pero con seguridad se beneficiaron de las lecciones que se impartían en la casa, así como de la bien provista biblioteca paterna, pues las Austen se preciaban de ser buenas lectoras y no avergonzarse por ello. Mientras dos de sus hermanos obtuvieron grados en la Universidad de Oxford y otro se fue durante cuatro años a una gran gira por Europa, Jane Austen y su hermana, al igual que las mujeres de su tiempo y clase social, tuvieron poca escolarización, no fueron itidas en universidades ni tuvieron oportunidad de viajar de manera independiente más allá de esporádicas visitas a Londres.
Este es el único retrato que existe de Jane Austen. Foto:Getty Images
Jane siempre vivió en comunidades cerradas en las que el roce social se reducía a la interacción entre un puñado de familias, siempre estuvo lejos de los cenáculos literarios y la vida bohemia de las ciudades, nunca se casó y lo más probable es que haya muerto virgen, confinada a la vida doméstica y los chismes parroquiales. Vivió en Steventon hasta 1801, cuando tenía 25 años; luego en Bath hasta que murió su padre y después en Southampton; finalmente se instaló con su madre y su hermana en Chawton, un villorrio que hoy día tiene apenas unos 600 habitantes, desde 1809 hasta su muerte en 1817, cuando tenía 41 años.
Ese limitado conocimiento del mundo condicionó el estrecho rango de sus exploraciones literarias: la vida cotidiana de la campiña inglesa en tiempos de la Regencia (1811-1820) y la búsqueda de pareja en un mundo en el que “era una equivocación casarse por dinero, pero era una estupidez casarse sin él”. Sus novelas giran en torno a un obstáculo para el matrimonio que atañe a diferencias económicas o de rango social, todas suceden en los mismos entornos —casas, salones de baile y paisajes rurales— y con personajes que se parecen entre sí como se asemejan los de un club social. A lo largo de cada novela, las protagonistas —Catherine, Elinor, Marianne, Elizabeth, Anna, Emma— descubren que su juicio sobre sí mismas y sobre los demás estaba errado. El final es invariablemente positivo.
Con tan escaso arsenal, Jane Austen logró una obra prodigiosa. Nadie como ella para crear seres ambiguos cuyos actos tengan múltiples e incluso antagónicas interpretaciones, para concebir situaciones que desconciertan tanto al lector como a los personajes, pero que van agregando información y despejando las incógnitas hasta el desenlace. Habría que señalar, además, sus dotes para el retrato satírico del esnobismo y la banalidad, su destreza para los diálogos, que revelan la idiosincrasia de los personajes, y su escritura límpida y tersa.
Escribió seis novelas que nunca firmó en vida. La primera, Sensatez y sentimientos fue por “una dama” y, en 1813, la segunda, Orgullo y prejuicio, por “la autora de Sensatez y sentimientos”, y así sucesivamente. Con Orgullo y prejuicio cosechó la primera fan documentada, una tal miss Shirreff, que merodeaba los alrededores de Chawton buscando encontrarse con la autora de su libro favorito. Desde esa pequeña chispa, el culto a Jane Austen se ha extendido como un incendio a lo largo y ancho del planeta hasta estos tiempos en que domina buena parte de la cultura contemporánea. ¿Quién lo hubiera anticipado? Su lápida no mencionaba su profesión. Su hermano James escribió una nota diciendo en una línea que ella era la autora detrás de los libros, pues para él y la familia era la pariente bonachona que solía escribir. Sus ejemplares se vendían poco y muy lentamente, no fue una lectura esencial ni debidamente apreciada en su tiempo. Aunque tenía un grupo de lectores fieles, era insignificante comparado con los de Dickens y Thackeray, que vendían cientos de miles, y los de una tal Fanny Burney, quien llegó a recibir un adelanto de £ 3.000, mientras que a Jane le llegaba un cheque de £ 140 por Orgullo y prejuicio, su obra maestra.
Orgullo y prejuicio probablemente es su obra maestra. Foto:Getty Images
Algunos diarios y cartas de lectores de la época se encontraron y publicaron años después; entre ellos se encuentra la carta de una lectora temprana, Annabella Milbanke, a su madre: “No depende de los recursos comunes a los escritores nuevos, no hay naufragios, conflagraciones ni caballos en desbandada, no hay perros falderos ni loros, no hay ayudantes de cámara ni modistas, ni reencuentros o disfraces”. Una frase memorable, como para cintilla de libro, que resume la capacidad de Austen para despertar el interés sin truculencias ni candilejas. También dice la carta que el señor Darcy es muy interesante. Se trata del primer esbozo de lo que sería el fenómeno de la darcyfilia, un fervor basado en la poderosa creación de un personaje fascinante, esquivo y seductor, burgués aristocrático, guapo, heterosexual e inmensamente rico, cuya presencia es masiva en la llamada chic-lit y el cine romántico de nuestros días.
En la década de 1820, sus libros casi desaparecieron de las librerías; la lectura y la valoración de su obra corrieron por cuenta de algunas voces solitarias que lamentaban el injusto olvido y elogiaban sus dotes literarias. La primera oleada de su popularidad empezó a cocinarse en 1867, cincuenta años después de su muerte, cuando su sobrino nieto Edward Austen-Leigh pensó, como contribución al legado familiar y su propio goce, reunir testimonios y cartas para una semblanza sobre su tía. El proyecto se volvió más serio y terminó publicado con el título Memoria de Jane Austen (1870), una inmensa fuente de consulta para descifrar al genio que en su momento los suyos no vislumbraban ni ella jamás sospechó ser. Ello, sumado a la publicación de sus novelas reunidas en formatos baratos y asequibles, generó la aparición de los janeites, lectores entusiastas de la escritora. El escritor Arnold Bennett se quejó de los janeites en 1927: “Casi todos ellos son fanáticos que no escuchan. Si alguien ataca a Jane, cualquier cosa puede pasarle”, una devoción que pocos escritores han despertado. En parte esto se debió a que Austen-Leigh pintó a su tía como una señora bonachona, angelical y afable que escribía como quien hace bordados en la sala de su casa, lo cual parecía una especie de milagro literario. R. W. Chapman, autor del excelente libro Jane Austen: facts and problems, afirma que “cualquier cosa que su obra les debiera a los libros, se lo debía más a la observación”. El crítico inglés H. W. Garrod, profesor de Oxford y Harvard, sentenció que “sería difícil nombrar a un escritor de eminencia similar que posea tan pequeño conocimiento de la literatura”; un juicio en parte propiciado por la misma Austen, que en carta a su amigo James Stanier Clarke dice: “Creo que puedo alardear de ser, con toda la vanidad posible, la mujer más inculta y poco informada que jamás osó convertirse en autora”.
La versión cinematográfica de Emma fue protagoniza por Anya Taylor-Joy. Foto:Getty Images
Austen-Leigh perpetúa una visión machista, ingenua, edulcorada y condescendiente que perduró por años, pues esta descripción de su santidad coincide con las breves líneas que sus hermanos James y Henry habían escrito sobre ella. La Memoria propició a su vez una versión arribista y sofisticada de Jane Austen que pervive hasta nuestros días, pues Austen-Leigh, vergonzante, omitió que su bisabuela y sus tías abuelas cultivaban papas, criaban gallinas y cerdos y cosían su propia ropa. Esta imagen idílica y mansa se mantuvo hasta la publicación, en 1884, de un volumen con su correspondencia que se ampliaría luego en 1923. Son un total de 160 cartas y se calcula que se trata apenas del 5 por ciento, pues el 95 por ciento restante lo entregó a las llamas su hermana Cassandra poco antes de morir. En ellas se muestra a una Jane desconocida pero más humana, irónica, burletera y un poco malvada, muy diferente de la señora ingenua e inculta que al parecer se hizo novelista contando simplemente lo que pasaba a su alrededor: en sus cartas hay citas y menciones a 51 textos, 12 de ellos novelas, 9 de poesía, 4 de viajes y memorias, 14 de teatro y ópera, 9 de política, historia y biografía, y los restantes son textos religiosos.
Al mismo tiempo, la idea de que sus novelas no permitían lecturas más profundas fue resquebrajándose a medida que nuevas generaciones de académicos se fueron interesando por ella. En 1938 salió una nueva biografía, esta vez de la novelista Elizabeth Jenkins, que la retrató con perfil de escritora profesional, más compleja y con mayor vuelo intelectual. Ese trabajo y Jane Austen y su arte (1939), de Mary Lascelles, contribuyeron a reconocer su aporte al desarrollo de la novela moderna y la valoraron por fin, junto a Dickens, Dostoievski y James, como una de las grandes plumas del siglo XIX.
A partir de entonces, Austen atrajo a los críticos más ambiciosos y variados, se empezó a leer desde diferentes disciplinas e ideologías, su obra se redescubrió a la luz del psicoanálisis, la sociología, la filosofía, las teorías poscoloniales, los estudios de género y otros tantos abordajes que hasta el día de hoy siguen multiplicándose. Alimentación, vestimenta, música, jardines, relaciones de poder…, no hay tema que escape al espectro de intereses de la academia ni de los lectores devotos, ansiosos por encontrar los significados más arcanos en los diálogos de los personajes, las descripciones y los giros de la trama. Existe un libro, que por supuesto no llega a ninguna conclusión definitiva sobre lo que significa, dedicado por completo a descifrar el primer párrafo de Orgullo y prejuicio: “Es una verdad universalmente conocida que un hombre soltero en posesión de una buena fortuna debe estar buscando una esposa”. Este párrafo, a fuerza de someterse a todo tipo de variaciones y parodias, se ha convertido en una especie de meme insertado en todas las esferas de la cultura contemporánea. Por cierto, el título de la novela se recicla constantemente en artículos y libros sobre temas actuales: basta con ‘googlearlo’ sumado al nombre de Trump, Putin o Gaza para constatarlo.
Paralela a esta corriente intelectual, los lectores y fanáticos también hicieron lo suyo. En el final del siglo XVIII y comienzo del XIX se va expandiendo un comercio de souvenirs pertenecientes a la autora y algunas de sus cartas y manuscritos empiezan a ser subastados; se trata de un abrebocas del fetichismo que despertaría más adelante. Eso fue lo que motivó la creación de la Jane Austen Society, fundada en 1940 con el objetivo de comprar la cabaña de Chawton y crear un museo consagrado a ella, objetivo que lograron poco después y que hoy resguarda buena parte de los tesoros de la escritora. La Jane Austen Society de Norteamérica tardaría hasta 1979 en fundarse, pero hoy es la más grande que existe. Por su parte, los soldados que marcharon a la Primera Guerra Mundial fueron lectores ávidos de sus novelas al punto de que Rudyard Kipling les dedicó un relato justamente titulado Los janeites.
Amor y amistad tuvo como protagonistas a Cloë Sevigny y a Kate Beckinsale. Foto:Getty Images
En 1939, con guion de Aldous Huxley, se estrenó la primera versión cinematográfica de Orgullo y prejuicio, con Laurence Olivier en el papel de Darcy, otro atisbo de lo que a partir de los años 90 del siglo pasado y hasta nuestros días sería la multiplicación incesante de productos audiovisuales basados en sus libros, todos pensados para un nuevo tipo de consumidor, las mujeres que sienten el paso de los años y para las que conseguir un amor duradero y verdadero se vuelve un asunto urgente, con casos paradigmáticos como Sex And The City (1998-2004), que catapultó la carrera de Sarah Jessica Parker y se volvió un fenómeno de moda y tendencias; El diario de Bridget Jones (2001-2025), que ya tiene cuatro películas, y Ni idea (1995), con Alicia Silverstone, Paul Rudd y Brittany Murphy. Paralela a estas reversiones vino una oleada de nuevas adaptaciones cinematográficas: la de Orgullo y prejuicio que hizo la BBC y la de Sensatez y sentimientos de Ang Lee con guion de Ema Thompson, ambas en 1995; al año siguiente, la adaptación de Emma con Gwyneth Paltrow y Ewan McGregor, sumadas una década después a la maravillosa Orgullo y prejuicio de 2005, con Keira Knightley en uno de sus mejores papeles y Matthew Macfadyen encarnando a uno de los Darcy más memorables de la historia. En 2020 apareció una nueva Emma protagonizada por Anya Taylor-Joy y, a partir de ese año, la serie Bridgerton, que ya lleva tres temporadas y va para la cuarta.
La lectura de Jane Austen se convirtió también en un tema para películas contemporáneas como El club del libro de Jane Austen (2007), Austenland (2013) y Jane Austen arruinó mi vida (2024), tres historias de lectoras que viven su propia aventura amorosa. Su biografía tampoco podía escapar al interés de los productores, como lo demuestran Becoming Jane (2007), con Anne Hathaway, y este año, con motivo del aniversario 250 de su nacimiento, la serie Miss Austen, de la BBC de Londres. Ambas exploran su vida familiar, su relación con Cassandra y su escasa y poco documentada vida sentimental, de la que se conocen apenas el flirteo con un tal Tom Lefroy y una propuesta de matrimonio de un amigo de la familia, Harris Bigg-Wither, que Jane rechazó en 1802 para continuar soltera por el resto de sus días.
Sarah Jessica Parker fue la protagonista de Sex and the City. Foto:Instagram: @sarahjessicaparker
A diferencia de Kafka, Virginia Woolf, Pessoa, Agatha Christie y otros escritores cuyo rostro ha pervivido en el imaginario colectivo, no existen imágenes de Jane Austen más allá de una acuarela hecha por su hermana Cassandra que, según testimonios de quienes la conocieron, no se le parece en nada. Esa falta de retratos ha permitido que Jane Austen sea un lienzo blanco en el que generaciones sucesivas de lectores apasionados han volcado su imaginación. En 1924, la escritora Katherine Mansfield expresó el efecto, o más bien el afecto, que producía Austen en los lectores: “El irador verdadero de sus novelas piensa felizmente que él, y solo él, leyendo entre líneas, se ha convertido en el amigo secreto de la autora”.
Esa sensación de cercanía ha sido fuente de todo tipo de ataques y maledicencias, pues para algunos parece inconcebible que puedan reconciliarse el encanto que produce una obra con la relevancia de su autor. Muchos escritores han sido tan severos con ella como Anton Ego antes de su mea culpa. “Entre todos los grandes escritores, la grandeza de Jane Austen es la más difícil de captar”, dice Virginia Woolf en un artículo, y añade con cierta ironía que “hay veinticinco ancianos caballeros en el vecindario de Londres que resienten cualquier apunte sobre su genialidad como si fuera un insulto contra la castidad de sus tías”. Es el mismo misterio e incomodidad con el que W. H. Auden, en su poema Carta a Lord Byron, reconoce y resiente los méritos de Jane Austen: “A su lado Joyce parece tan inocente como el pasto. / Me pone muy incómodo ver / que una solterona inglesa de clase media / describa los efectos amorosos del dinero, / revele tan francamente y con tal sobriedad / la base económica de la sociedad”. Con menor generosidad que Auden se expresaron otros ancianos caballeros como Kingsley Amis, que ponía en duda su supuesta crítica social y hasta su misma existencia, o ilustres damas como Charlotte Brönte, que consideraba sus obras simplonas y carentes de vida. Del mismo modo, Anita Brookner, ganadora del Booker Prize por Hotel du Lac, dice desdeñosamente que Austen “escribía sobre conseguir maridos”. Pero a la cabeza de sus enemigos, sin duda, está Mark Twain, quien hace un elogio involuntario al confesar que lee y relee a Jane Austen: “Cada vez que leo Orgullo y prejuicio me entran ganas de desenterrarla y golpearle el cráneo con su propia tibia”.
Sin excepción, la estrella de Austen tiene más brillo que las de todos ellos, pues la comunidad de sus fans sigue creciendo más allá de los límites del idioma y la cultura, como lo demuestra el filme de Bollywood Bride and prejudice (2004), la telenovela brasileña Orgulho e Paixão (2020) y la adaptación en formato manga de sus novelas por parte de Crystal S. Chan. Hay –además– películas turcas, iraníes, coreanas, japonesas y pakistaníes basadas en sus libros. De igual manera, no cesan las reversiones, precuelas y secuelas como La muerte llega a Pemberley (2011), continuación de Orgullo y prejuicio escrita por la autora de misterio P. D. James, a la par de versiones más desopilantes como Orgullo y prejuicio y zombies (2009, con película en 2014), de Seth Grahame-Smith; Sensatez y sentimientos y monstruos marinos (2009), de Ben H. Winters; Mansfield Park y momias (2009), de Vera Nazarian, entre otras parodias que mantienen a Jane Austen como coautora. Existe además, entre los eventos más serios y académicos que se realizan cada año, la AustenCon, que reúne a la fanaticada más juvenil y popular de la autora, y en la que se realizan todo tipo de actividades lúdicas inspiradas en su universo. Este año, por el aniversario de su nacimiento, hay conmemoraciones en todo el mundo. Estas líneas son una pequeña contribución a celebrar su legado.
ANTONIO GARCÍA ÁNGEL
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