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'Escribir es una forma de tocar': la escritora Mónica Ojeda habla de su nuevo libro

Ojeda explora los temas de su última novela 'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol' y de su obra.

Su obra la ha llevado a ser parte de la lista de Bogotá39 en el 2017.

Su obra la ha llevado a ser parte de la lista de Bogotá39 en el 2017. Foto: Pantallazo de la red social Instagram de 'Monicaojedaf'.

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El abuelo de Mónica Ojeda tenía esquizofrenia y algunas tardes se acercaba a ella a contarle las historias que anidaban en su cabeza. Eran narraciones basadas en leyendas y mitos. Él las mezclaba, les agregaba mucho de sí mismo y las hacía emocionantes. Dice Mónica que era un gran contador de historias porque lo hacía desde el amor y con todo el cuerpo y que fue él quien le enseñó que la escritura, en realidad, invoca a la voz.
Mónica Ojeda se ha consolidado como una de las voces más interesantes del continente

Mónica Ojeda se ha consolidado como una de las voces más interesantes del continente Foto:Carlota Vida

La voz de esta escritora ecuatoriana que hoy reside en España es ágil, detallada y oscura. Le interesa mostrar de formas descarnadas los límites humanos, sobre todo los que tienen que ver con lo que es incorrecto en apariencia, o que genera miedo y dolor.
La escritora mexicana, Fernanda Melchor, la ha descrito como “un fulgurante sol negro en la carta astral del terror contemporáneo”, y la argentina, Samantha Schweblin dice que la lee con miedo y fascinación, “como si leyera un conjuro, como si mordiera carne temiendo encontrar dentro algo filoso”.
La atmósfera cruda puede reconocerse en sus novelas 'La desfiguración Silva' (2014), con la que ganó el premio cubano ALBA Narrativa; 'Nefando' (2016), que recibió la mención de honor en el Premio de Novela Corta Miguel Donoso Pareja; 'Mandíbula' (2018), que la hizo finalista del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa y del National Book Award for Translated Literature, y su novela más reciente: 'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol' (2024).
Además en sus libros de cuentos 'Caninos', de 2017, y 'Las voladoras', de 2020, y en sus poemarios 'El ciclo de las piedras', que ganó Premio Nacional Desembarco de Poesía Emergente en Ecuador, e 'Historia de la leche'. 
Su obra, que la ha llevado a ser parte de la lista de Bogotá39 en el 2017 y una de las 25 mejores narradoras en español según la revista Granta, se puede ubicar, aunque no encasillar, en lo que se ha denominado ‘gótico andino’, un género que aborda la naturaleza y el misterio que viene con ella en relatos ubicados en Los Andes.
En 'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol', los volcanes y montañas de Ecuador son el escenario para una historia que suena a música andina, a invocaciones y a cantos rituales que cambian el trayecto del viento, mientras se muestran imágenes del abandono, la amistad, la transformación, el ascenso y el vuelo.

Tanto en 'Las voladoras' como en 'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol' hay una presencia de misticismo y de poderes asociados a la naturaleza y la oscuridad, ¿por qué le interesa ese tema?, ¿es una persona espiritual?

Soy espiritual, pero soy atea. Lo que pasa es que no creo que la única forma de relacionarnos con la poesía de las religiones, creencias y rituales sea a través del culto.
Yo veo en cada manifestación mítica la presencia de una razón poética. Me encanta leer la poesía de poetas que podrían considerarse místicos: Thomas Merton, Ernesto Cardenal, Edmond Jábes, Raúl Zurita. Este último es ateo, pero en su poesía Dios está muy presente. En el mundo andino, los 'yachaks', es decir, los chamanes, curan con palabras y con movimientos del cuerpo, leen los sueños y hablan con la naturaleza.
¿Creo yo en lo que hacen los 'yachaks'? Sí, creo que son poetas.

Hay muchos niños o adolescentes que experimentan con la poesía y llegan por ahí al relato; usted escribió poesía hasta sus 25 años, ¿qué leyó o qué la hizo querer explorar con este género?

De todas formas, yo creo que la poesía excede el formato del poema
Yo recién empecé a escribir poemas a mis 25 años, antes me dediqué a escribir cuentos y una novela. De todas formas, yo creo que la poesía excede el formato del poema.
Cuando escribo narrativa, siento que estoy buscando todo el tiempo una experiencia poética con el lenguaje, una dislocación que de repente intensifique el mundo. Soy, sobre todo, una lectora de poesía.
Me encantan Marosa di Giorgio, María Auxiliadora Álvarez, Efraín Jara Idrovo, Blanca Varela, Edmond Jábes, Lezama Lima, Mario Montalbetti, Anne Carson, etc. Nunca acabaría de nombrar a los poetas que amo. Me parece que la narrativa quiere darle forma al deseo, pero la poesía es el deseo. Yo intento que mi narrativa sea la forma del deseo y el deseo.

'Las voladoras' y 'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol' comparten el tema del ascenso de distintas maneras.

En ambos hay una subida, una visita a lo alto de la montaña y un camino, ¿qué relación tiene usted con las montañas y los volcanes?

Los volcanes son la manifestación de la vida subterránea, de lo que está escondido y, sin embargo, estalla hacia afuera. Es la tierra elevándose hasta rozar las nubes. Cuando un volcán estalla, todo a su alrededor perece, pero años después la tierra se vuelve fértil.
Hay algo del relato de muerte y resurrección en el paisaje volcánico. Hay algo del peligro del origen, y sin embargo el origen es el lugar del nacimiento. ¿Podemos vivir sin peligro? No lo creo. Estar a salvo no es vivir.
Todo esto me fascina de los volcanes, por eso los tengo encarnados en mi escritura. Por supuesto, esto tiene que ver con mi propia biografía y el hecho de venir de un país repleto de volcanes.

'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol' sucede en Ecuador, ¿cree que es más fácil escribir sobre su país ahora que no vive allí?

Migrar es llevar el territorio sobre la espalda
Lo habito siempre dentro de mí. Migrar es llevar el territorio sobre la espalda como una tortuga lleva su caparazón.
Necesito distanciarme un poco de aquello que voy a escribir. Si estoy demasiado cerca, la mirada se me nubla. Los sobreestímulos me marean.
Como dice Simone Weil acerca de la amistad: hay que amar la distancia que nos separa de aquellos a quienes amamos.

Su mamá se graduó de literatura y en su casa había una gran biblioteca, ¿qué le enseñó alrededor de la escritura?

Mi madre estudió literatura, pero por alguna razón se alejó de ella muy pronto. Se dedicó a la pedagogía, a las ciencias de la educación, y pasó a leer libros en torno a este tema.
Dejó de leer literatura, pero me heredó su biblioteca de estudiante universitaria. Tener a los libros es un privilegio en países como Ecuador; sin embargo, creo que hay otras formas de acceder a la literatura por fuera de los libros. La literatura oral, por ejemplo.

Usted dice que fue una niña hipersensible y solitaria, ¿cómo experimentaba esa hipersensibilidad?

Yo soy muy sensible, pero de niña es cierto que todo me dolía de una manera particularmente poderosa. También era tremendamente feliz.
El goce y el dolor van de la mano cuando su intensidad es desmedida. Me dolía la injusticia, las palabras duras, la pobreza, las peleas, etc. Podía quedarme días enteros sufriendo por una sola palabra. Por otro lado, fui una niña muy alegre y festiva. Mi familia me hacía feliz. Mi hermana, en especial, me hizo y me hace feliz.

Dio clase en un colegio, ¿cómo le ayudó esa experiencia a contar la historia de Mandíbula que se ubica en ese escenario?, ¿qué le llamó la atención de las relaciones de poder en los colegios?

Los colegios son laboratorios de relaciones de poder. El problema es que la misma estructura de la educación, tal y como la conocemos en los institutos, colegios y universidades, alimenta y fomenta la competitividad feroz como única vía para obtener prestigio y éxito. Es un ambiente enfermizo.
Por supuesto, hay profesoras, profesores y estudiantes que intentan subvertir ese contexto, que buscan otros caminos para pensar y hacer comunidad, pero la estructura de la educación sigue respondiendo a las notas y a la evaluación, no para generar seres humanos más libres y sensibles y críticos, sino para insertar buenos súbditos al sistema capitalista.
En ese entorno es normal que lo que acabamos haciendo todos sea replicar determinadas violencias. Es lo que se nos enseña.

'Nefando' toca el tema de la pornografía infantil y la deep web, ¿por qué decidió escribir sobre este tema?, ¿fue un proceso de absoluta ficción o suele hacer algún tipo de trabajo de campo para escribir?

Toda escritura de ficción tiene algo de biográfico. Toda escritura de ficción investiga. La escritura, en general, es un campo de experimentación y de estudio del mundo. Escribir es una forma de tocar.
Tiene que ver con lo táctil, con acercarte a un tema o a varios y acariciarlo o rasgarlo para que reaccione a tu cercanía. Yo no sé por qué uno acaba escribiendo lo que acaba escribiendo. Hay una inclinación del cuerpo, de los sueños y de las pesadillas.
Hay una inclinación del miedo que te pide explorar esto y no lo otro. En ese tiempo lo que me interesaba era llegar hasta el fondo abisal del deseo, allí donde están la violencia y el daño, lo innombrable.

Ha dicho que le gusta que cada libro nuevo que publica traiga un riesgo nuevo, ¿cuál fue el de Chamanes eléctricos en la fiesta del sol?

El riesgo de invocar tantas voces distintas y semejantes a la vez. El riesgo de no saber contar la violencia y el dolor por el que está pasando la gente en Ecuador. El riesgo de no saber expresar lo importante que es imaginar un futuro aun en medio de la muerte.

En 'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol' el sonido, la música parece ser el pilar sobre el que se desenvuelven decisiones, creencias, cambios

¿Cuál es su relación con los sonidos andinos?, ¿qué escuchó mientras escribía?

Mientras escribía la novela pude redescubrir la música andina que había escuchado siempre, pero nunca con verdadera atención.
Algo que adoro de la escritura es cómo te enseña a escuchar. Te vuelve más receptivo y amoroso con el mundo. Por lo menos eso me pasa a mí. Me maravillé investigando y escuchando. Hice una 'playlist' en Spotify llamada ‘Chamanes eléctricos’. Está abierta y cualquiera puede escucharla.

Luego de haber explorado el tema de la crueldad y los límites humanos, ¿qué cree usted que nos convierte en seres crueles?

El miedo y el deseo desprovisto de amor.

¿Ve el terror como un género o en su caso más como una herramienta para explorar la maldad, el miedo o la complejidad humana?

Veo el miedo como una emoción que dice mucho sobre quiénes somos. Que nos paraliza, sí, pero también es capaz de movernos y de conmovernos. Tememos porque somos frágiles, porque vamos a morir. Y eso nos hace amar la vida y amarnos entre nosotros con más fuerza. 
Por: Andrea Yepes. 

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