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'Las mujeres hemos sido un juego de té, un adorno, una cosa para exhibir'
En Juego de té, su nueva novela, Marta Orrantia explora los abusos dentro de su propia familia.
Marta Orrantia ha escrito cuatro novelas. Su debut fue con Orejas de pescado. Foto: Alejandra López / Lecturas

DIRECTOR DE REVISTA BOCAS Y LECTURAS. EDITOR DE CULTURA DE EL TIEMPOActualizado:
Marta Orrantia presenta Juego de té, su cuarta novela. Orrantia es bogotana y vive en Roma desde hace casi un lustro. Nos sentamos en una terraza, a pocos pasos del Coliseo y del Foro Romano, con las calles atestadas de turistas y que parecen salir hasta de las ruinas con la ilusión de escuchar la misa del papa Francisco o revivir los rugidos del Coliseo Romano.
Juego de té, Marta Orrantia, Random House. Foto:Archivo particular
Esta novela cuenta la historia de varias mujeres y atraviesa varias generaciones, desde 1813 hasta hoy. Empieza con Carmen Fernández, luego Dolores, María Antonia, Isabel y Tona. La dueña original del juego de té era Dolores.
¿Es la historia real de las mujeres de su familia?
De alguna manera, pero esto tiene que tener ficción porque estas mujeres, a excepción de María Antonia, que era muy buena escribiendo y muy buena leyendo, no dejaron sus pensamientos escritos y lo que existe sobre ellas es a través de cartas de otros, elucubraciones mías, cosas que alguien me contó, anécdotas familiares que han pasado de generación en generación y que yo rescaté y le metí un poco de imaginación y narrativa.
¿De dónde nace el interés de hablar de las mujeres de su familia?
Como lo cuento en el libro, fui a comer un día donde Teresa porque me iba a heredar los diccionarios y en lugar de esos diccionarios me habló de un juego de té que nunca había sido usado y me quedé pensando por qué, quiénes son estas mujeres de las que Teresa (una tía lejana) me hablaba con una enorme familiaridad, como si las hubiera conocido a todas. Toda esa conversación me generó la pregunta de quién soy yo a través de ellas. Así como se heredan los ojos del papá, la altura del abuelo, también se hereda el equipaje que tienen estas personas y yo no estaba buscando escribir este libro, ellas me escogieron a mí, empezaron a hablarme y a contarme su historia. En Colombia, la mujer siempre ha estado silenciada, sea rica, sea pobre, tenga al poder o no, incluso las mujeres que escribían en el siglo XIX, escribían de los buenos modales, de la buena mesa, eran mujeres cultísimas, llenas de sabiduría y lo único que dejaban eran manuales de comportamiento…
La novela narra en paralelo la historia de cada una de las mujeres de su familia y su propia historia. ¿Cuál es el borde, la línea entre lo que es real y lo que no?
Yo pensé que iba a ser un libro totalmente autobiográfico, pero después me di cuenta de que esa narradora es otra persona distinta. Esa narradora empieza siendo yo y termina siendo una ficción mía que está buscando estas raíces. Me inventé todo lo que no podía saber de ellas y me inventé muchas cosas que transitan a media marcha en los dos tiempos, en el pasado y en el presente, transita entre la ficción y la realidad. Esta narradora va a vivir a Roma y su matrimonio es un desastre. Hay cosas a las que nos enfrentamos las mujeres cuando estamos envejeciendo, ya tenemos canas, arrugas, barriga, cuerpos cambiantes, preguntas no resueltas: qué estoy haciendo con mi vida, tengo 53 años, estoy viviendo en un país ajeno, estoy completamente sola, porque es verdad que acá uno no tiene los amigos que quiere, sino los que puede, y me pregunto si los amigos que tengo aquí en Roma son los que tendría si estuviera en Colombia, pero es lo que la vida le ha puesto a uno, les tengo mucho cariño, pero es muy distinto porque uno con los amigos comparte es pasado y acá no comparto pasado con ninguno.
Hábleme de ese juego de té. En la historia original de su familia se hereda a la hija mayor y se hereda solo a las mujeres. La primera dueña fue Dolores y luego lo recibió María Antonia… ¿en la vida real ese juego de té le correspondía a usted?
María Antonia solo tuvo una hija mujer, Isabel; Isabel solo tuvo una hija mujer, Tona; Tona tuvo siete hijos, dos mujeres, pero ella murió y el juego de té quedó arrumado. A ella se le muere su hermano cuando es muy joven, cuando su papá acaba de empezar su periodo en la Presidencia de la República. Marco Fidel Suárez se posesionó el 7 de agosto y su hijo Gabriel, que era su hijo amado y adorado, hermano de Tona, se muere en octubre de gripa española. Tona era hija de Marco Fidel con Isabel Orrantia. En adelante, el fantasma de Gabriel invade toda esa casa, su ausencia destrozó a todo el mundo. Suárez quería llevar el cadáver de Gabriel a Colombia y no tenía con qué, porque después de haber sido muy ricos perdieron todo. Tere me explicaba que se le iba la plata entre las manos, ni siquiera en lujos. Era pésimo comerciante, entonces pignoró su sueldo para repatriar a Gabriel y a raíz de eso, Laureano Gómez lo acusó de corrupción. Suárez renunció a la presidencia un año antes a cambio de que arreglaran Panamá, es decir que recibieran la plata, porque igual los gringos nos lo quitaron, entonces que al menos pagaran. Con ese arreglo se fue del Gobierno, pero siguieron las acusaciones de corrupción y durante muchos años vivió con el estigma de nunca poder aclarar si era culpable o inocente. Tona estaba muy traumatizada, pasando un duelo terrible, y posponiendo su boda por cuenta de esto, ella se vuelve mano derecha de su papá, se encarga de todas las cosas de su papá, que era un hombre angustiado y amargado, viviendo en incertidumbre por defender su honra. Cuando lo indultan y exoneran, han pasado muchos años y Tona, que sigue muy amargada, deja el juego de té entre unos baúles. Teresa, que es hija de Tona, es muy niña cuando muere su madre. Cuando muere Roberto, su padre, Teresa viene a Colombia a vender la casa y ahí es donde encuentran el juego de té… a ella no le correspondía, porque tenía una hermana mayor que no lo reclamó porque no le interesó, entonces Teresa se queda con él, se pone a investigar quién era la dueña original y se da cuenta de que nunca ha sido usado, entonces se apropia de esta historia. Su hija, que es la heredera, muere de un cáncer y yo soy la mayor de las Orrantia, es por eso que Teresa (su tía) me dijo que me quería dar el juego, porque no había nadie más para dárselo…
Recibir una herencia con esa carga es muy fuerte y no sé qué hacer con una cosa de esas. Hay una responsabilidad de cuidarlo, protegerlo. Por ejemplo, si lo quiero traer a Roma, tengo que asegurarlo, traerlo en la mano, tacita por tacita.
La primera dueña de ese juego de té es Dolores, una mujer que según lo que usted cuenta en el libro tuvo un destino fatal al casarse con un hombre al que no amaba, que la violó con la complicidad de sus padres y que su propia madre le da ese juego de té como regalo de bodas, ¿por qué honrar un juego de té cuyo origen es tan terrible?
No necesariamente han honrado ese juego de té. Lo han escondido. Pero somos todo: lo bueno y lo malo. La memoria tiene que pasar por el dolor. No se nos puede olvidar que la primera dueña de ese juego de té es una mujer tremendamente triste. De hecho, todas las dueñas de ese jugo de té fueron mujeres tristes. Pero todas las mujeres tenemos tristezas, hemos sido víctimas de violación, de padres abusivos que no nos dejaban desarrollarnos como mujeres, de maridos celosos, hemos sido víctimas o trofeos, no siempre hemos sido libres para tomar decisiones y ese juego de té es una muestra de lo que somos. Muchas veces las mujeres hemos sido un juego de té, un adorno, una cosa que no se usa, algo para exhibir o para esconder. Hemos sido vasijas. El libro de los Orrantia, que menciono en la novela, empieza diciendo que “hay una historia muy simpática”, usa esa palabra: ‘simpática’ como si fuera simpático que la hayan violado, aunque ese libro de los Orrantia no es claro con la violación, pero el transcurso de los acontecimientos me hace pensar que este hombre era un depravado y un depredador que se casa con Dolores, luego se casa con la hermana de Dolores y luego se casa con la cuñada de María Antonia, que es 37 años menor que él.
Orrantia se estableció en Roma con su familia, pero hizo un extenso trabajo de archivo en Bogotá para la novela. Foto:Alejandra López / Lecturas
Pero es que ese ha sido el papel de la mujer siempre. Somos cuidadoras. Hay un movimiento que pide por la retribución del trabajo de la mujer, porque es un trabajo: cuidar a un papá, a un hijo, ser ama de casa. Tiene que haber una retribución. Las mujeres estamos siempre entre tener hijos o una carrera, entonces uno lo pospone porque no quiere ser improductivo. Los hombres piensan que cuando las mujeres quedan embarazadas se vuelven idiotas, entonces tienen que trabajar el doble para “probar” que pueden y yo no entiendo qué es lo que tienen que probar. De cualquier manera, la sociedad va a juzgar a las mujeres: si no tiene hijos, no es una mujer porque no está cumpliendo la función de la naturaleza, y si tiene hijos, entonces es una tarada porque no está ganando dinero ni está siendo productiva.
¿De alguna manera, usted es todas esas mujeres del libro?
Soy todas ellas. Me casé muy joven porque quería huir de mi casa que era una casa tradicional, conservadora y machista, donde cada uno tenía un rol definido. Mi hermano me golpeaba y yo estaba acostumbrada, eso se volvió normal y empezando a escribir el libro fue cuando me di cuenta. Cuando me casé, no sabía ni hervir agua, era un desastre. Aprendí a cocinar porque la cocina es arte y creatividad y me parece que tiene que ver con la literatura, con contar una historia, me empezaron a interesar los ingredientes, las cosas frescas y empecé a explorar. Mi mamá era ama de casa con todas las de la ley, contentísima en ese papel, pero yo era periodista y a nadie le gustaba eso, una mujer independiente asustaba mucho. De todas ellas, yo también tengo algo. Uno está tan herido y tan lastimado que cuando un hombre lo trata a uno bien, uno lo que se pregunta es ¿qué querrá este señor de mí? Cuando uno sale de una relación de abuso y tiene una relación normal, uno se pregunta en qué momento se va a voltear la cosa. Muchas de mis amigas han tenido relaciones de abuso y cuando me presentan a sus nuevas parejas, siempre desconfío. A uno todo el tiempo lo hacen sentir como si la violencia contra la mujer fuera culpa de la misma mujer.
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