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Una senda imaginaria hacia África

'El camino hambriento', del nigeriano Ben Okri, vuelve a las librerías en una nueva edición. Reseña.

El escritor Ben Okri recibió con esta novela el Booker Internacional en 1991.

El escritor Ben Okri recibió con esta novela el Booker Internacional en 1991. Foto: Getty Images

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Lo fácil sería decir que la literatura de Ben Okri es toda magia, que es un heredero al otro lado del Atlántico de García Márquez, pero eso sería injusto con sus historias, con sus poemas y sus novelas. Okri, uno de los autores nigerianos contemporáneos más importantes, es un creador de mitos en una época en que esto parece una locura. Es un tejedor de puentes capaz de unir las travesías de Odiseo con las de dioses como Changó, de poner a hablar a máscaras igbo con un fantasma de Picasso o de cruzar la historia bíblica de Lázaro con la de un abiku, un niño que vive entre el mundo de los muertos y los vivos, según la tradición mítica yoruba. En ese tránsito entre fantasmas, niños que no quieren volver al mundo de los vivos, políticos y madres que buscan cómo dar de comer a sus hijos es que ocurre la historia de 'El camino hambriento', el libro con el que Okri ganó el Booker Prize, en 1991.
El camino hambriento es una novela llena de voces. En ella pareciera que todo habla, que todo tiene una historia, desde los pisos de una casa, las moscas, los árboles, los animales, el pasado o los espíritus. El narrador, que sirve al lector como intérprete de estos lenguajes, es un niño que se llama Lázaro, pero que todos terminan conociendo por el nombre de Ázaro. Él es un abiku, y por eso es capaz de ver cómo los espíritus entran en una sopa, es capaz de entender a los animales y es capaz de hablar con unos seres que emergen de las tinieblas y del mundo de los muertos. Pero más allá de sus “poderes”, la historia de Ázaro es una historia de viajes y aventuras.
Cada tanto sus pies le empiezan a picar y esta señal lo lleva a perderse entre la selva, los mercados o cualquier lugar al que unas voces lo quieren hacer volver con sus hermanos muertos. Y es a partir de estos extravíos que se le va develando al lector un contexto social y político lleno de abusos de poder, violencia, desigualdad y miseria. Escenas como la llegada de unos de un partido político que desde sus camionetas dan discursos en los que no se dicen nada, camionetas desde las que regalan leche para mostrar lo solidarios que son, pero luego de ellas bajan hombres con gafas oscuras dispuestos a acribillar a golpes a cualquier criatura viva que se cruce por su camino. Vemos borracheras, fiestas, rostros cansados por trabajos desgastantes, pero queda también espacio para la solidaridad, el amor y la amistad. Durante todas estas aventuras el lector tendrá, además, una degustación de platos de todo tipo, de bebidas fantásticas que se convierten en una especie de tour gastronómico por el África Occidental.
Portada de la nueva edición de la novela, editada por el sello mexicano Elefanta.

Portada de la nueva edición de la novela, editada por el sello mexicano Elefanta. Foto:Archivo particular

Otra de las características de esta novela es que no ocurre en un lugar específico. Si bien por el contexto se podría decir que todo pasa en Nigeria, nunca hay referencias claras que lleven al lector a las calles de Lagos o alguna otra ciudad. En la senda de lugares literarios que a fuerza de leerlos parece que se convierten en realidad, el camino hambriento que describe Okri puede entrar en esa línea de ciudades imaginadas como la Comala, de Juan Rulfo; la Santa María, de Juan Carlos Onetti, o la propia Macondo, de García Márquez. En ese no lugar radica parte del encanto de esta historia que se publicó en el siglo pasado, la década de 1990, pero que hoy sigue siendo un libro que nos habla del presente en cualquier lugar del mundo, más en países como el nuestro, donde la diáspora africana de personas esclavizadas fue tan importante. Ese camino es el lugar que imita a la tierra, como se lee en las primeras líneas del libro: “En el principio había un río. El río se transformó en un camino y el camino se extendió al mundo entero. Y, dado que el camino había sido alguna vez un río, siempre estaba hambriento”. Esta especie de poesía es lo que hace de la novela un libro no solo con una armonía en sus palabras, sino repleto de significados a los que el lector irá dando forma.
Luego del éxito por haber ganado el Booker Prize, los textos de Okri fueron haciéndose un espacio entre lo que podríamos denominar un canon de la literatura, no solo africana, sino mundial. Autores como Chinua Achebe dijeron que Okri estaba llamado a ocupar uno de los lugares más destacados en la literatura africana. Esto lo cuenta Vanessa Guignery, profesora de literatura contemporánea en la École normale supérieure de Lyon, en la introducción que hace a 'El camino hambriento' para el prestigioso sello editorial Everyman’s Library, reconocido por publicar los clásicos antiguos, modernos y contemporáneos. En esta introducción también muestra las muchas relaciones de las historias de Okri con las de otro escritor como Wole Soyinka, ganador del premio Nobel en 1986, o la influencia que han tenido otros autores en la consolidación de su obra, como el keniata Ngugi Wa Thiong’o.
Ben Okri también ha sido parte de toda una generación de escritores del África Occidental como Yaa Gyasi, Aminatta Forna o la propia Chimamanda Ngozi Adichie, que han trazado caminos por diferentes medios para que la literatura de sus países sea conocida en el mundo entero. Reconocimiento que el último año también fue impulsado con la entrega del Nobel al escritor de Tanzania Abdulrazak Gurnah, autor que comparte con Okri una historia similar: aunque los dos nacieron en África, han hecho sus carreras literarias escribiendo en inglés desde el Reino Unido.
Sin embargo, la difusión de los libros de estos autores en español –sobre todo en el caso de Okri– no ha sido igual de importante que en otras partes del mundo. De hecho, para el momento en que le fue dado el Nobel a Gurnah, los libros de Okri en español eran casi fantasmas. Solo dos se encontraban traducidos: 'El mago de las estrellas' y 'El camino hambriento'. Este último, desde que lo publicó la editorial Norma por allá en el 2008, nunca más se volvió a reimprimir. Ahora ha regresado a las librerías del país gracias a la editorial mexicana Elefanta, con una muy buena traducción, muy latinoamericana, que hace que la lectura de un libro tan musical sea mucho más provechosa.
Entre las aventuras de Ázaro, los brebajes de Madame Koto, las desgracias de un padre que pudo ser boxeador y la madre que vive con miedo de perder a su hijo, 'El camino hambriento' es uno de esos libros que el paso del tiempo no los hace envejecer. Al contrario: parecen tener respuestas para cada nueva época en que son leídos. Un libro que nos permite poblarnos de seres que parecen irreales y que, al igual que la última frase del libro, nos hacen pensar que “un sueño puede ser la cumbre de una vida”. 
DIEGO FELIPE GONZÁLEZ GÓMEZ 

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