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Daniel Ferreira y un río cargado de historias

El escritor estará en el Hay Festival de Cartagena. Una de sus charlas será el viernes 27 de enero. 

Con esta obra, Ferreira completa su 'Pentalogía de Colombia' que ha profundizado en la violencia colombiana del siglo XX.

Con esta obra, Ferreira completa su 'Pentalogía de Colombia' que ha profundizado en la violencia colombiana del siglo XX. Foto: Keren Marín

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Hay ríos que hablan. También hay ríos que llevan en su lecho el pasado y el olvido. Hay otros ríos que vuelan, que se salen del cauce de la tierra y, como un canto o un lamento, viajan por el aire. Los ríos, eso lo sabían bien los antiguos bogas que viajaban por el Magdalena, se surcan con la fuerza del remo, pero también con la fuerza de las historias y los recuerdos. De esta forma, como un boga, el escritor Daniel Ferreira navega por los meandros de la memoria del país en su más reciente novela.
Recuerdos del río volador es el último capítulo del gran proyecto literario de Ferreira: ‘Pentalogía de Colombia’. Con este libro, el autor santandereano cierra el ciclo que comenzó con La balada de los bandoleros baladíes, publicada en 2010, a la que le siguieron Viaje al interior de una gota de sangre, publicada en 2011; Rebelión de los oficios inútiles, publicada en 2014, y El año del sol negro, publicada en 2018.
Sus novelas han tratado de explicar la violencia en el país a lo largo del siglo XX. De ahí que encontramos en esta pentalogía guerras como la de los Mil Días, el exterminio de los movimientos de izquierda en los años 80, la violencia paramilitar y –en esta ocasión– la guerra de la década de 1950, que tiene como telón de fondo el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y el nacimiento de lo que los historiadores han llamado ‘La Violencia’.
En apariencia, la historia se construye a partir de la desaparición de Alejandro Plata (fotógrafo, obrero, andariego y enamorado), y seguro en las primeras páginas el lector creerá que Plata es el personaje principal, el héroe o el mártir de la historia, pero no es así. En realidad Ferreira hila muchas voces que buscan responderse la siguiente pregunta: ¿qué me quitó y cómo llegó a mí ‘La Violencia’? Así es que encontramos a una profesora perdida en medio de un pueblo que se va desolando, encontramos a una madre que busca como un último aliento de vida a su hijo o encontramos el testimonio de una huérfana que irá descubriendo cómo la guerra le arrebató a su familia y –en parte– borró su pasado.
Pero esta novela de Ferreira tiene una particularidad, y es que está construida como un archivo, como una caja de recuerdos en que el lector irá armando un rompecabezas e irá descifrando su propia historia. Uno se vuelve un coleccionista de fotos antiguas, retazos, cartas, reliquias y viejos vestidos que hacen de pistas o de pequeñas luciérnagas que alumbran un recuerdo. Porque más allá de reconstruir una historia personal, todos estos artefactos reconstruyen la historia del país.
Recuerdos del río volador. Daniel Ferreira. Alfaguara.
624 páginas. $ 79.000

Recuerdos del río volador. Daniel Ferreira. Alfaguara. 624 páginas. $ 79.000 Foto:Archivo particular

Cada capítulo de Recuerdos del río volador es una especie de sobre en el que al abrirlo hallamos el vestigio de un pasado. Este collage es la razón por la cual no hay un narrador que lleve los hilos de la historia y los mueva a su antojo. Aquí hay una historia coral que se aleja de esos relatos unívocos, adoctrinadores y oficialistas. Pero más allá de ser una decisión estética, esto explica un poco mejor el proyecto literario de Daniel Ferreira, un proyecto que no se queda únicamente en el campo de la ficción.
Sus novelas también son una apuesta para entender el pasado, la memoria y la historia del país por fuera de los relatos oficiales. Sus novelas, al fin de cuentas, son un ejercicio de escucha y de reconciliación.Como un afluente del tema de la memoria, en el libro se aborda el problema de la explotación de los recursos naturales. Si en otras de sus novelas los temas fueron la ocupación de tierras y el desplazamiento, aquí se pone el foco en cómo los diferentes gobiernos y las élites han saqueado las riquezas naturales del país.
A medida que la historia avanza el lector no deja de pensar en la masacre de las bananeras y en la United Fruit Company. Su memoria se activa cuando lee sobre ciudades segregadas entre extranjeros y locales o escucha como un eco las órdenes gubernamentales para que la fuerza pública asesine a civiles indefensos. Civiles que terminan siendo culpables y desaparecidos por el simple hecho de estar en el lugar equivocado. El petróleo, que para 1950 se convertía en la nueva obsesión del capital económico, irá desplazando a las personas de sus hogares en nombre del progreso. No por nada es muy diciente que el rugido de un avión, de una de estas compañías petroleras, se convierta en una alegoría de las trompetas que anunciaban el fin de los tiempos.
Sus novelas también son una apuesta para entender el pasado, la memoria y la historia del país por fuera de los relatos oficiales.
Sin embargo, para los datos, los análisis y las explicaciones están los científicos sociales. Ferreira no busca dar una clase de historia ni escribir un informe, él hace lo que pueden hacer mejor los novelistas: magia. Y ese ilusionismo es lo que permite al lector vivir casi en carne propia una escena en la que se ve una asamblea de obreros –tras la muerte de Gaitán– buscando instaurar un gobierno popular, o se encuentra en medio de la redacción de un periódico socialista o en las discusiones del movimiento obrero y sindical.
Pero más que los grandes acontecimientos, Recuerdos del río volador recrea la historia de ciudadanas y ciudadanos que quisieron cambiar su destino y el de su sociedad. Es en estas historias en las que los lectores de Ferreira encontrarán guiños a personajes de los otros libros de la pentalogía; aquí vuelve a aparecer uno de los más grandes personajes creados por Daniel como ‘El último bolchevique’.
Al final, el destino de muchos de los personajes de la novela termina sentenciado por la violencia, que a veces es la que provoca el olvido. Esas pequeñas historias ayudan a entender la tragedia de un país que ha encontrado en la tortura, las masacres y la persecución política una forma de dirimir sus diferencias.
No sé si es por casualidad, azar o que tal vez debemos ponerles más atención y entender sus metáforas, pero los ríos se han convertido en partes fundamentales de la literatura colombiana. Pienso en novelas como Río Muerto, de Ricardo Silva Romero, Esta herida llena de peces, de Lorena Salazar Masso, o El río, de Wade Davis –herederas de La vorágine–, en las que el río aparece como protagonista de las historias. Al final, si hay un personaje principal de la última novela de Ferreira, es el Magdalena, esa columna vertebral del país que ha sido testigo de su muerte y sus esperanzas. Un río cargado de historias en sus corrientes que tal vez debamos escuchar. 
DIEGO FELIPE GONZÁLEZ GÓMEZ 

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