En una pequeña oficina que le acomodaron en la Biblioteca Luis Ángel Arango, en Bogotá, la artista Beatriz González empezó a recorrer las huellas de la caricatura colombiana. Era 1985. La inquietud le había nacido desde cuando conoció la obra de uno de los artistas colombianos del siglo XIX que más le han llamado la atención: José María Espinosa.
Fue por ahí, por ese nombre metido en la cabeza, por donde todo arrancó. Pero un dato se sumó a otro, y este a otro, y a otro, y la investigación la fue llevando por nombres y por obras que no conocía. Apareció entonces el sueño de hacer la Historia de la Caricatura en Colombia. Así, y en mayúsculas. Se dedicó a eso treinta y cinco años de su vida, sin dejar de lado, por supuesto, su trabajo artístico. “La investigación estuvo encajonada mucho tiempo. Cada vez que la sacaba era para actualizarla”, cuenta Beatriz. Ahora por fin es publicada, en tres completos volúmenes, por la editorial de Benjamín Villegas. “Al recorrer, leer y mirar detenidamente sus páginas, vamos a ir descubriendo la historia del país –escribe Villegas en la presentación de la colección–. En pocas palabras, estos libros son la historia de Colombia contada por la oposición. Y, por ende, más cierta que muchas otras”.
La historia comienza, como corresponde, por el principio. En el primer tomo de la colección –que cubre el periodo desde la Independencia hasta 1860– leemos sobre los posibles primeros registros del género. “La caricatura existió antes de que se inventara la palabra en Bolonia, Italia, a comienzos del siglo XVII. Sus antecedentes se sumergen en la noche de los tiempos”, escribe Beatriz. ¿Estaba presente en los papiros egipcios? ¿En las imágenes precolombinas? ¿En las figuras grotescas de la escultura medieval? ¿En los estudios fisiológicos de Leonardo da Vinci? A partir de ese paneo histórico, la investigación se concentra en el contexto colombiano. “Es posible que la palabra caricatura fuera impresa por primera vez en Colombia en un escrito de Florentino González, con relación a las gráficas críticas contra el general Santander. Seguramente la primera caricatura que se realizó en el país la dibujó José María Espinosa contra el jefe español que vigilaba la cárcel, cuando se encontraba prisionero en Popayán en 1813”, sigue Beatriz en su libro. No hay registro de esa primerísima imagen. Solo una reseña que el propio Espinosa hizo en sus Memorias de un abanderado.
La caricatura tomó lugar firme en el país en el siglo XIX y sus principales influencias vinieron de Inglaterra. Más adelante los ses también marcaron con fuerza el estilo de muchos de los caricaturistas colombianos, pero sin duda la obra de los ingleses –a quienes González define como “los padres de la caricatura política”– tuvo mayor impacto en ese comienzo. Los rastros de las primeras gráficas políticas en el país se sitúan, según la investigación, a finales de la década de 1820, con las llamadas Nuevas aleluyas. Su tema recurrente fue la lucha entre los partidarios de Bolívar y los de Santander. Hubo una abundante producción de estas imágenes, pero tampoco se han conservado. Quizás, como dice Beatriz, porque tenían que imprimirse en hojas sueltas, o porque eran considerados “papeles insignificantes”.
–Este es un concepto que usted dice en varias ocasiones: que la caricatura ha sido mirada con cierto desdén por los historiadores. ¿Por qué?
–"Ahí retomo una idea de Ernst Gombrich, que decía que los investigadores van a las cartas y a los documentos, pero a esos papelitos, que son las caricaturas, no les ponen atención –responde la artista–. Es un fenómeno que también me encontré aquí, en el caso colombiano. Parece que hay desgano. ¿Cuándo has visto una investigación ilustrada con caricaturas, por ejemplo? Ninguna. Porque no les ponen atención".
Esa realidad era la que, precisamente, Beatriz González quería cambiar con esta investigación. No solo recuperar la historia, sino darles luz a nombres que no han sido reconocidos pese a haber sido vitales en la caricatura nacional. “Porque yo te digo: aquí la gente no salía de Rendón y de Osuna, y a veces Pepón. No más”, agrega González.
En el segundo tomo –que va de 1860 a 1936 y recorre el que es definido como el “principio de la edad de oro de la caricatura en el país”– empiezan a surgir varios de estos nombres que han estado a la sombra. Algunos incluso sorprendieron a la propia investigadora: “Adolfo Samper o Pepe Gómez son, para mí, los grandes descubrimientos. A Adolfo Samper lo conocí. Estaba muy anciano, pero lúcido. Y todo lo que me contó fue maravilloso. La familia me prestó dibujos que me sirvieron mucho”. A Pepe Gómez lo considera forjador de la caricatura a partir de la década de 1910. Hermano de Laureano Gómez, colaboró en publicaciones como El Gráfico y Bogotá Cómico. “Lo que hizo en Bogotá Cómico fue impresionante –dice Beatriz–. Esa habilidad para el dibujo. Hizo, por ejemplo, la cena de Leonardo y colocó a todos los ministros. Tenía mucha cultura artística”.
–¿Qué otras obras o nombres la sorprendieron durante la investigación?
–"Fueron muchas las sorpresas. Encontré cientos de documentos. Hay una cosa que me quedó clara y es importante, y es que la caricatura es moderna en el país antes que el arte. Es decir, antes de llegar la modernidad a Colombia, la caricatura ya había hecho cosas muy modernas".
Y hay un nombre, en especial, que para Beatriz González es fundamental en esta historia: Alfredo Greñas, que nació en Bucaramanga en 1857, estudió en la Escuela de Grabado y tuvo un rol importante en publicaciones como Papel Periódico Ilustrado, El Zancudo y El Mago. “Para mí, Greñas es el gran caricaturista –dice Beatriz–. Hizo la caricatura más importante de toda esta historia, en mi opinión: imagínese que le había hecho una caricatura a Carlos Holguín, que iba a confesarse porque era Semana Santa. Lo dibujó con un costalado de pecados y se lo censuraron. ¿Y qué hizo? Sacó la plancha vacía. ¡La protesta más grande! Yo creo que Greñas era un gran luchador. El caricaturista más importante que ha tenido el país. Además, por otra razón: yo noto en muchos caricaturistas la nostalgia de no ser artistas. En Greñas no. Él dijo: ‘Voy a aprender grabado porque necesito luchar por mis ideas políticas’. Eso de aprender grabado para hacer caricaturas es inédito. Porque lo que veo en casi todos es el sueño de dejar ese vicio, que era la caricatura, para volverse artistas”.
Por supuesto siguen en la historia otros nombres fundamentales. Como Ricardo Rendón, que hizo su obra más importante y prolífica en medios de la capital, como EL TIEMPO, El Espectador, La República y Cromos. “Rendón es un iconógrafo: creó imágenes para que permanezcan gracias a su poder de síntesis y reemplacen a las reales o a otras dadas por distintas técnicas y artes”, escribe Beatriz sobre el caricaturista antioqueño. A partir del tercer tomo de la colección –el más extenso, con 427 páginas, que recorre de 1936 al momento actual– figuran nombres que ya están más presentes en la memoria. Pepón, “muy agudo”; Héctor Osuna, “creó una era”; Antonio Caballero, “fantástico, todas sus caricaturas son buenas”.
La investigación describe la llegada de los caricaturistas a la gran prensa. “A partir de ese momento las imágenes se colocan en páginas editoriales. Tanto que la llamaban ‘la caricatura editorial’. Con la gran prensa, los caricaturistas pudieron tomarse ese espacio y decir cosas desde ahí –explica Beatriz–. La caricatura, sobre todo en la época presente, se apoderó totalmente de ese lugar y en él hace reflexionar tanto como lo hace un editorial”. Describe también momentos claves, como el llamado “boom del dibujo de humor”, con nombres de caricaturistas como Grosso o Naide. Estudia el papel de la mujer en la caricatura colombiana y trae su mirada hasta lo que ha sucedido en las décadas más recientes. Analiza lo que llama la caricatura “sin pluma ni papel”, con producciones como Zoociedad, Quac, e incluso explica el fenómeno de populares youtubers. “Eso también es caricatura. Distinta, pero lo es –dice Beatriz–. Es mirar el mundo de una manera caricaturesca”.
–¿Qué debe tener una caricatura para ser buena?
–"A mi manera de ver debe tener buen dibujo. Captar un momento y resumirlo en pocas líneas. Hacerse entender... No es sencillo lo que me preguntas. Definir una caricatura es una de las cosas más difíciles que hay".