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Editorial

A Don Julio hay bastante qué aprenderle

En los casi 30 años que lleva en su asadero, este hombre nunca ha dejado de atender a la clientela. 

Carne a la llanera, mamona o ternera a la llanera. Una delicia que se acompaña con yuca, ají y cerveza.

Carne a la llanera, mamona o ternera a la llanera. Una delicia que se acompaña con yuca, ají y cerveza. Foto: Instituto de Turismo del Meta

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Los sentidos más desarrollados por don Julio Falla en los últimos 28 años son los de trabajo y compromiso. Y para decirlo en otras palabras, él sí que tiene claro lo que significan frases ya acuñadas por la filosofía popular como "al que madruga Dios le ayuda" o "el que tenga tienda que la atienda".
Por eso no es raro verlo al lado del fogón cortando la carne, atendiendo mesas o empacando pedidos, confundido entre los más de 25 empleados que le ayudan un fin de semana a asar y vender 30 novillas y 6 marranos.
Julio Falla Ballesteros.

Julio Falla Ballesteros. Foto:Archivo particular

Eso es lo que se comen sus numerosos clientes, (70 por ciento turistas), que hacen fila para ingresar al restaurante y que pueden sumar perfectamente las 2.000 o 2,500 personas, sin lunes festivo, porque cuando es puente se puede doblar el número de comensales.
Un emprendimiento de familia que en las casi tres décadas logró convertirse en un ícono de la ciudad. Cuando los turistas llegan a la capital del Meta y preguntan dónde comer un buen pedazo de mamona o ternera a la llanera, el voz a voz los lleva a donde don Julio, en la vía a Restrepo (Meta).
En ese camino, como pasa en la vida, no han faltado los obstáculos, o mejor llamarlos retos, ante los cuales los Falla no han sido inferiores. Por ejemplo, los cierres en la vía al Llano. De inmediato sus ventas bajan en un 50 por ciento y el valor de los insumos se dispara.
Según Julio Falla, los líos de la vía significan un golpe duro. "Cuando no tenemos la visita del turismo es mortal. El turista llega y en una familia cada uno pide su plato, mientras que la gente de la región pide una picada para ocho personas", una reflexión que termina en risas.
El buen humor no lo deja y menos cuando interactúa con los clientes. Él tiene más que claro que la relación con los visitantes es importante por eso todos sus empleados han recibido capacitación para valorar al turista y tienen instrucción directa para atenderlos de la mejor manera. "Saben que ellos son los que trae la plata y que hay que darles la mejor atención y embrujarlos para que se amañen en la región. Si se van satisfechos van a volver o nos van a recomendar".
Esa ha sido la base de este negocio que surgió en un sitio que era un amarradero de caballos. Por esos días Julio Falla vio pasar un indígena con un mico y le dijo que se lo regalara. De una vez el mico se quedó amañado en los árboles del lugar. Al tiempo, Falla empezó a montar su asadero y se fue a registrarlo a la Cámara de Comercio de Villavicencio. Se iba a llamar El Amarradero pero le hicieron caer en cuenta que ya había uno que se llamaba así. Fue entonces cuando se le ocurrió El Amarradero del Mico.

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