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Salvando obras, la apuesta de la Contraloría para rescatar proyectos abandonados
Estos son algunos de los proyectos que, luego de varios años de abandono, ahora funcionan en el país
El CDI Luz de esperanza, de Arjona, Bolívar, este año finalmente comenzó a funcionar. Foto: Zizza Limberti/ Contraloría
Gracias al trabajo conjunto de los veedores ciudadanos y la Contraloría General, el CDI Luz de esperanza, de Arjona, Bolívar, finalmente comenzó a funcionar. La obra estaba programada para hacerse en dos años. Pero tardó ocho.
El lugar más feliz de todo Arjona, un ardiente municipio ubicado al norte del departamento de Bolívar, queda a las afueras del pueblo, medianamente escondido. Es una nueva construcción, con pasillos amplios, con salones aireados y con un interesante proyecto pedagógico debidamente justificado, que se basa en la colorimetría. Por eso, cada espacio tiene justificado su propio color.
“A través de esta edificación que tiene cristales, estamos jugando con el color. Cuando el color es atravesado por la luz natural, ejerce unas emociones positivas en el cerebro de los niños y de las niñas”, cuenta la coordinadora pedagógica del Centro de Desarrollo Infantil Luz de esperanza, que atiende a por lo menos 320 niños de familias de muy pocos recursos y quienes viven en zonas periféricas, pero que encontraron allí la solución a todos sus problemas. Por lo menos, los importantes, como quién cuide a sus hijos en ambientes seguros mientras trabajan, que los alimenten como es debido, que les enseñen sus primeros pinos y que en las tardes se los devuelvan felices de la dicha y completamente agotados de todo lo que han corrido, aprendido, jugado y dormido durante el día.
Claro que esto no siempre fue así. Es más, durante cerca de ocho años, el color predominante fue el gris del abandono y ni siquiera estaban correctamente terminadas las ahora coloridas paredes. La obra había comenzado en 2016 y se quedó congelada en el tiempo con problemas en la infraestructura y sin las respectivas instalaciones eléctricas, de gas natural y el servicio de agua. Pero, finalmente, este año se pudo completar todo lo programado para atender a la población.
“A través de su programa Compromiso Colombia, recuperación de elefantes blancos, hizo que el departamento colocara en funcionamiento este CDI”, dijo Osvaldo Moreno, uno de los líderes de la veeduría ciudadana ¡Arjona, basta ya!, quien, de la mano de la Contraloría General de la República, logró que la obra no se quedara inconclusa y ahora sea el lugar más feliz de toda la región.
El orgullo de Cartagena
El nuevo colegio le cambió la vida a los habitantes del Ricaurte, en Cartagena. Foto:Zizza Limberti / Contraloría
Más de 1.800 estudiantes van a diario al nuevo San Felipe Neri, el megacolegio ubicado en el popular barrio Olaya de Cartagena, que tardó casi diez años en terminarse de construir aunque estaba proyectado para cuatro.
El nuevo colegio le cambió la vida a los habitantes del sector Ricaurte, en el tradicional barrio Olaya, en la Cartagena profunda. Sus habitantes vieron crecer el elefante blanco de 6.493 metros cuadrados, resignados a su triste suerte. No todos, por supuesto.
“Fueron diez años de lucha en que las personas de esta comunidad, los líderes, las lideresas, las juntas de acción comunal, todas las personas se organizaron para que a partir de esos esfuerzos que ellos empezaron a hacer desde hace tanto tiempo hoy en día esto sea una realidad”, cuenta Armando Anaya, el feliz rector del gigantesco colegio que atiende estudiantes en la mañana, en la tarde y en la noche.
La lucha fue sin cuartel, tal como lo explica Adalberto Peralta, veedor y presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio Olaya - sector Ricaurte: “Fue una odisea, aquí los padres de familia, los líderes comunales, los dirigentes del barrio tuvimos que salir a las calles para que nos pudieran escuchar”. Salieron a diario, marcharon, protestaron y tocaron puertas, hasta que una de ellas se abrió.
Desde que la obra inconclusa ingresó al programa Compromiso Colombia, la Contraloría General se dedicó en cuerpo y alma a poner de acuerdo a los contratistas con la Alcaldía de la ciudad y la Gobernación de Bolívar. Y aunque sin pausa, poco a poco todos empezaron a jalar para el mismo lado, hasta que a mediados de este año, en un soleado lunes de julio, el San Felipe Neri revivió. “Este es el mejor colegio de Colombia, sin duda, sin duda es el mejor colegio de Colombia y en un barrio marginado”, lo grita a los cuatro vientos el veedor Peralta.
El San Felipe, que costó casi 24.000 millones de pesos, tiene 34 aulas, una gran biblioteca, un salón de bilingüismo, otro de tecnología con 40 computadores, canchas deportivas, zonas lúdicas y barandas amarillas, todo nuevo. Y alimentación incluida.
“Mi vida aquí ha sido feliz, ha sido tranquila… Mis mejores tiempos han sido aquí”, confiesa Tatiana Medrano, la contralora estudiantil que acaba de graduarse como bachiller del San Felipe Neri, el orgullo de los cartageneros que por casi una década soportaron —de forma heroica— que les terminaran de construir su nuevo colegio.
Más Contenido*. Un proyecto de Contenidos Editoriales Especiales de EL TIEMPO con el auspicio de la Contraloría General de la República.