Decir que el arranque de
Donald Trump en la presidencia de EE. UU. no ha sido el mejor es ponerlo en términos diplomáticos.
Esta semana, el republicano
completó sus primeros seis meses en la Casa Blanca con los peores índices de popularidad en más de 70 años, sumido aún en el escándalo por la posible injerencia de
Rusia en las elecciones del año pasado, y encajando una enorme derrota luego de que el Congreso archivó, de momento, sus planes de reemplazar la reforma de la salud aprobada en la presidencia de Barack Obama, no obstante contar con una mayoría en ambas cámaras del Legislativo.
Y esas solo fueron las “malas nuevas” de los últimos siete días. Trump, como había hecho en el pasado, les dio la espalda a sus problemas y los catalogó de “noticias falsas”, o, como en el caso de la reforma de la salud, insinuó que no piensa pagar los platos rotos ante la incapacidad de su propio partido para llegar a un acuerdo y cumplir con la promesa hecha a los estadounidenses desde hace siete años.
Gráfica: popularidad de las últimas tres istraciones de EE. UU.
Fuente: Gallup.
Pero, no hay duda, al menos eso dicen las encuestas, de que el público ya le está pasando la cuenta de cobro. Varios medios aprovecharon los 180 días de gobierno para presentar encuestas y evaluaciones sobre su gestión que lo dejan en evidencia.
Según una muestra del Washington Post y ABC, solo el 36 por ciento de los estadounidenses aprueban su gestión. Otra de Gallup pone ese número en un 39 por ciento, y el promedio de encuestas de Real Clear Politics lo deja en un 38 por ciento.
Se trata de la marca más baja de las últimas nueve presidencias y desde que se comenzaron a realizar este tipo de mediciones de manera confiable.
El único presidente que se le acerca es Gerald Ford, quien a los seis meses de su mandato obtenía un 39 por ciento. Ford, y eso explica su mal desempeño, acababa de perdonar al expresidente Richard Nixon luego de su renuncia por el escándalo de Watergate, una decisión muy impopular que probablemente le costó la reelección años después.
Gráfica: popularidad histórica de los presidentes de EE. UU.:
Fuente: Gallup.
Rusia, el dolor de cabeza
En el caso de Trump, sus dolencias son de diversa índole. La más persistente ha sido la saga de Moscú y
Vladimir Putin. Desde que ganó las elecciones, su presidencia ha estado marcada por la idea –aún no comprobada– de que
su campaña colaboró con Rusia para golpear a Hillary Clinton, la candidata demócrata en el 2016. El Congreso, no obstante la mayoría republicana, adelanta dos investigaciones al respecto, y la Fiscalía tuvo que nombrar a un fiscal especial –el exdirector del FBI Robert Mueller– para que llegue al fondo del asunto.
El presidente lo niega todo. Pero ha tomado decisiones que han desatado sospechas, como destituir al director del FBI, James Comey, cuando este lideraba la investigación contra su campaña por la posible colaboración con Moscú.
Así mismo, altos funcionarios de su gobierno lo han metido en problemas por ocultar reuniones con funcionarios rusos.
Entre ellos, Michael Flynn, el exasesor de Seguridad Nacional, quien tuvo que renunciar a su cargo cuando no había completado un mes.
Y la bola de nieve sigue creciendo. La semana pasada salieron a relucir una serie de correos electrónicos en los que el hijo de Trump, Donald jr., pacta una cita con una abogada rusa a sabiendas que esta prometía entregarle información del Kremlin que afectaría a Clinton.
Este tema no dejará de atormentarlo por muchos meses más. Tanto Donald jr. como su yerno y asesor presidencial, Jared Kushner, y el exdirector de la campaña Paul Manafort, tendrán que testificar tanto en el Congreso como ante la Fiscalía por su rol en esa reunión.
En la arena política, su desempeño en estos seis meses también deja mucho que desear.
De todo, por su puesto, la debacle de la reforma de la salud ha sido lo más grave.
Durante la campaña, el candidato republicano se la pasó prometiendo que desmontaría el ‘Obamacare’ de manera “inmediata” y que en su lugar sería aprobada una ley que haría del cubrimiento de salud uno mejor y más barato.
El senado estudia aún la posibilidad de aprobar una ley que desmontaría ‘
Obamacare’, pero cuyos efectos solo entrarían en vigor dentro de dos años, mientras trabajan en otra ley para reemplazar la reforma del expresidente. Pero, esa opción también es bastante impopular, y poco probable que la aprueben la semana entrante.
Tampoco han avanzado la reforma tributaria que anunció para reducir los impuestos de la mayoría ni la iniciativa para empujar la inversión en infraestructura. Y el Congreso nada que le aprueba los fondos que pidió para iniciar la construcción del muro con México.
De acuerdo con The Washington Post, si bien Trump ha firmado 42 leyes desde que llegó a la Casa Blanca, ninguna de ellas ha sido de trascendencia.
Algo parecido ha pasado con algunas de sus órdenes ejecutivas, como la que emitió desde el primer día para vetar el ingreso de personas provenientes de siete países de mayoría musulmana.
De momento, el logro más importante de su presidencia, y uno que podría tener mucho impacto en el futuro, fue lograr la confirmación del conservador Niel Gorsuch a la Corte Suprema de Justicia.
Así mismo, le cumplió a su base electoral al retirar a EE. UU. de las negociaciones del acuerdo comercial para la Alianza Transpacífica (TPP) y abandonar el pacto sobre cambio climático que se firmó en París en el 2015.
Quizá por ello, o porque aún tienen fe en sus promesas, el presidente sigue manteniendo un índice de aprobación elevado entre sus más fervientes seguidores. Según la encuesta de Gallup, en la mayoría de los condados donde ganó en las elecciones del año pasado aún cuenta con una popularidad del 50 por ciento. Pero, esos números han venido cayendo con cada día que pasa.
“De lejos, Trump está atravesando lo que podría catalogarse como el peor primer año de un presidente de EE. UU. en la historia moderna”, sostiene Barbara Perry, directora de estudios presidenciales de la Universidad de Virginia y cuya especialidad es la evaluación de los mandatarios del país.
Trump, y eso lo dejó claro con su sorprendente victoria, no responde a los esquemas convencionales que rigen la política, y por lo tanto cualquier cosa podría pasar en estos tres años y medio que le restan en la Casa Blanca. Dicho eso, y de no cambiar el libreto, su futuro tampoco pinta bien. Para ponerlo en términos diplomáticos.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO