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Donald Trump: el ascenso de un auténtico 'forastero'

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Donald Trump cuenta en la actualidad con aproximadamente el 46 por ciento de la intención de voto.

Donald Trump cuenta en la actualidad con aproximadamente el 46 por ciento de la intención de voto. Foto: Jonathan Ernst / Reuters

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Cuando, el 16 de junio del 2015, el magnate neoyorquino presentó su precandidatura por el Partido Republicano, con el objetivo último de llegar a la Casa Blanca, nadie daba un peso por él. Nadie, salvo él y los pocos que lo conocen de cerca y saben de su poder de convencimiento.
De hecho, la totalidad de los analistas políticos de referencia se equivocaron con Trump y subestimaron la capacidad de su liderazgo político. Uno de los hitos logrados por el magnate inmobiliario en la actual carrera a la presidencia es haber alcanzado la mayor votación del Partido Republicano en unas primarias.
A cinco semanas de las elecciones presidenciales generales, la persona por la que nadie apostaba nada es el candidato republicano a la Casa Blanca y tiene las mismas probabilidades que su contrincante, Hillary Clinton, de convertirse en el presidente número 45 de los Estados Unidos.
Trump está convencido de que puede resolver los problemas de su país, y esta convicción es la base de la que, hasta ahora, ha demostrado ser su efectiva capacidad de persuasión. Buena parte de la población estadounidense está agotada de ver que los problemas no solo no se resuelven, sino que en algunos casos, como los de la seguridad o la disminución del poder adquisitivo, empeoran, y él ha estado ahí para levantar su voz y robarse los aplausos de los insatisfechos.
No hay duda de que es efectivo transmitiendo el mensaje de que los problemas pueden solucionarse, pero además ha añadido otro ingrediente a su discurso para redondear la mezcla: comunica de manera visceral sus ideas y se enfoca en ‘revivir’ el ‘sueño americano’, una idea que por décadas, y asociada al poder, la grandeza y el éxito de la nación, ha sido el motor de las voluntades políticas de sus compatriotas.
Su táctica ha sido partir de la nostalgia ‘furiosa’ de lo que, según él, se perdió, para llegar a una suerte de reconquista heroica de lo que se consideraba perdido.
Con la apuesta de su rival de partido identificada, un criterioso Obama ha intentado poner el dedo en la llaga afirmando que Trump quiere volver a un “pasado imaginario”. Sin embargo, y a favor del magnate, quizás al propio Obama le ha faltado preguntarse y tener en cuenta cuántos ciudadanos quieren volver a ese “pasado” y si realmente es imaginario y no real para una buena porción de los electores.
En medio de todo este escenario, Trump ha tomado la apariencia de un político disruptivo, un auténtico ‘outsider’ para quien la política no es “el arte de lo posible”, sino de lo imposible con propuestas que a ojos de la diplomacia clásica parecen más bien caprichos o improvisación.

El factor ‘empresario’

No hay duda de que la candidatura presidencial de Trump ha sido potenciada por su carrera como empresario, y en medio de la campaña ha habido espacio para que simpatizantes y adversarios ahonden en sus éxitos y fracasos. En ese juego, algunos señalan el poco mérito de ser millonario cuando se ha heredado una fortuna familiar y otros destacan la virtud de no haber dilapidado el patrimonio y, al contrario, haberlo istrado con inteligencia. Si unos critican que Trump se haya quebrado varias veces, dejando a los inversionistas sin el retorno esperado, otros destacan en él su capacidad de resiliencia: no aceptar la derrota y haber sabido siempre levantarse después de cada traspié.
Entre los que critican duramente a Trump y cuestionan su inteligencia para los negocios está Pablo Pardo, reconocido corresponsal en Washington, quien afirma: “Si hubiera puesto lo que heredó de su padre en un fondo de inversión que estuviera indexado al Standard and Poor’s, podría ser, en el peor de los casos, tan rico como es ahora, y sin tener que haber suspendido pagos cuatro veces”.
Los autores de 'El fenómeno Trump': Diana Castañeda y Pablo Álamo.

Los autores de 'El fenómeno Trump': Diana Castañeda y Pablo Álamo. Foto:

Lo que no ha analizado Pardo son las dificultades que debe superar alguien que hace empresa, y la riqueza directa e indirecta que se genera versus la decisión simple de poner el dinero a multiplicarse a través de la especulación. Lo que sí está claro hasta ahora es que el crecimiento empresarial de Trump por ahora no puede medirse cuantitativamente: a él le gusta presumir de haber ganado mucho dinero con sus negocios y de ser multimillonario, pero no es posible saber cuánto dinero tiene en realidad.
Expertos discuten, sin posibilidad de acuerdo, por qué Trump no ha hecho pública su declaración de renta. Este detalle le ha valido duras críticas, una de ellas del multimillonario Warren Buffet, quien recientemente lanzó al aire, en referencia al candidato republicano, la siguiente frase: “Solo tienes miedo si tienes algo que temer”.
De otro lado, dejando atrás el tema de su capital, muchos analistas han asociado a Trump con el explosivo comportamiento e insistencia de un “buen vendedor”. Como empresario, es un fenómeno de la negociación y un hombre con una vena comercial innata. Como todo buen negociante, se caracteriza –entre otras cosas– por utilizar la información e inclinarla a su favor. Un ejemplo de ello fue el comunicado de prensa en el que anunciaba su ingreso en la campaña electoral. En él, Trump afirmó haber ganado 362 millones de dólares en el 2014, cuando en realidad el verbo preciso que tenía que haber utilizado era ‘facturar’ y aunque la diferencia de significados es abismal, el mensaje de éxito dirigido al electorado ya había sido lanzado.
Así que, muy influenciado por el ‘marketing’ y las ventas, Trump ha entendido como pocos el poder de la marca. Se suele destacar su continuo afán por comunicar y vender algo. Sus historias de éxito, expuestas en discursos y libros publicados, redundan en su incansable insistencia, su voluntad de hierro y su convencimiento absoluto para conseguir lo que se propone. Barack Obama llegó a decir: “Trump es un gran publicista”. Y sí, es verdad, solo que esta vez su objetivo está en el salón Oval de la Casa Blanca.

Estrategia para ser presidente

En su libro ‘Estados Unidos paralizado: cómo volver a ser grandes de nuevo’, publicado a finales del 2015, Donald Trump hace un diagnóstico de lo que a su juicio está pasando en Estados Unidos, y expone su pensamiento político en economía, salud, educación, seguridad nacional y acerca de problemas sociales como la inmigración.
El día de la presentación del libro, que tuvo lugar el 3 de noviembre del 2015 en Nueva York, Trump destacó la importancia de dirigirse a los ciudadanos con transparencia, con la verdad, por muy dura que pudiera ser: “En los comicios internos republicanos –afirmó– quiero transmitir a los votantes un mensaje sin censura, hablarles directamente”. Y es justamente eso lo que ha intentado hacer hasta ahora, ofreciendo soluciones para los problemas nacionales basándose en el razonamiento de un ciudadano indignado por encima del de un dirigente sensato. Acertado o desacertado políticamente, este método lo ha premiado con un trato privilegiado de los medios de comunicación, que han gozado de sus frases para construir rotundos titulares, aunque a la vez haya tenido que pagar el precio de ganarse muchos enemigos y críticos que lo tildan de ‘peligroso’.
La estrategia política de Trump hasta ahora ha tenido tres grandes ejes: el primero ha sido presentarse como un outsider de la política, alejado de la red de intereses partidistas que están bloqueando la acción del Gobierno, que debería estar orientada hacia el bien común y no a la consolidación de un sistema democrático corrupto o ineficiente. El segundo ha sido su intento por ‘despertar’ a la ciudadanía del sueño de creer que Estados Unidos va por el buen camino y hacer caer en la cuenta a los americanos de que hay problemas muy graves que la política tradicional es incapaz de afrontar. Y el tercero, transmitir con seguridad absoluta que es él la persona que tiene las condiciones ideales de liderazgo para ‘devolver’ a los Estados Unidos su brillo y su grandeza.
Aunque el país está mejor que hace ocho años, cuando estalló la crisis financiera e inmobiliaria que dejó en la pobreza a millones de personas, el empeño de Trump ha estado en expresar que dichos avances –que no suele reconocer públicamente– no son suficientes. Para él, una cosa es estar mejor porque se ha recuperado empleo y crecimiento, y otra muy distinta es sentir la grandeza de ser estadounidense día a día.
Adicionalmente, la estrategia de Trump ha coincidido con una coyuntura favorable: tras la crisis, la falta de credibilidad ha golpeado a los dos partidos principales –Republicano y Demócrata–, e incluso se ha puesto en discusión la pertinencia del bipartidismo. En el seno republicano se apreciaron una división interna sin precedentes y un muy bajo perfil en de los candidatos que el magnate enfrentó. En el demócrata, el descontento frente al sistema institucional llevó a que el candidato Bernie Sanders criticara con acierto y se ganara buena parte del electorado, cansado de los políticos tradicionales que anteponen sus intereses partidistas en el Congreso y vuelven la actividad del Capitolio cada vez menos eficiente y más alejada de los problemas del ciudadano común.
Es esa misma política señalada por Trump la que cede con benevolencia a los deseos de Wall Street y que, cuando es necesario, llega velozmente a acuerdos para que sigan operando sus líderes en la más absoluta impunidad. En medio de este panorama, ni siquiera el tamaño de la sonrisa de Obama ha podido esconder la desazón popular y que, de ganar el magnate, ratificaría que el camino estaba abonado para la llegada de un ‘outsider’ con soluciones radicales.
El fenómeno Trump es, por tanto, digno de ser estudiado en las escuelas de ciencia política y en las escuelas de negocios. La figura del magnate y su posible éxito son la punta del iceberg de una crisis política y social mucho más profunda, que es ética.
El gran interrogante que intentamos contestar en este libro es: ¿cuál es la esencia del fenómeno Trump? ¿Cómo entender a este personaje tan polémico que, sin el apoyo del partido al que representa, derrotó a sus dieciséis contrincantes y se llevó la nominación republicana? Gane o no la presidencia de Estados Unidos, es un líder indudable, que ha roto parámetros y seguirá intentando llevar a cabo sus pretensiones.
Que no gusten el estilo, los valores o algunas de las soluciones que propone es otro tema que no debe distraer de lo esencial: la democracia necesita de líderes con el carácter suficiente para regenerarla. Ya lo advirtió Theodore Roosevelt: “Una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser grande o democracia”. ¿Quién tiene más capacidad de lograrlo, Hillary Clinton o Donald Trump?
Ahí está el misterio, porque de las conversaciones que tuve en Washington, la percepción mayoritaria parece ser unánime: ninguno de los dos. De Hillary se cree que consolidará los vicios del actual sistema democrático y de Trump, que es capaz de saltárselo en caso de que lo considere necesario para sus fines.
PABLO ÁLAMO*
Para EL TIEMPO
* Consultor español y profesor de estrategia, liderazgo y ‘coaching’ en la Universidad Sergio Arboleda. Coautor de ‘El fenómeno Trump’, escrito con la periodista colombiana Diana Castañeda. Twitter: @pabloalamo

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