La India tiene una larga historia de desconfianza poscolonial en las alianzas. Pero también lleva mucho tiempo preocupada por China, al menos desde la guerra fronteriza que libraron ambos países en 1962 en los Himalayas.
Tras los ataques terroristas del 11S de 2001, EE. UU. y la India comenzaron dos décadas de “diplomacia paralela” mediante conversaciones entre exdiplomáticos que tenían o estrecho con de los respectivos gobiernos.
Los participantes indios compartieron con los estadounidenses la inquietud por Al Qaeda y otras amenazas extremistas en Afganistán y Pakistán, pero también pusieron en claro que cuestionaban la tendencia de los estadounidenses a pensar en la India y Pakistán como si estuvieran “unidos por un guion”. También les preocupaba China, pero querían mantener una apariencia de buenas relaciones (y el a su mercado).
Cuando a inicios de este siglo el crecimiento de China superaba con creces el de la India, sus representantes en la diplomacia paralela estaban preocupados no solo por el apoyo de China a Pakistán, sino también por su creciente poder global en general.
Como dijo un estratega indio: “Hemos decidido que ustedes nos desagradan menos que China”; y esto fue mucho antes de la escaramuza de 2020 por la frontera disputada en los Himalayas, en la que murieron veinte soldados indios.
Desde entonces, el alineamiento entre la India y EE.UU. se ha fortalecido de forma considerable. Una década atrás, a las reuniones del Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (Quad) entre diplomáticos estadounidenses, indios, japoneses y australianos no se les daba mucha importancia; ahora son un hecho muy publicitado que se desarrolla en un nivel de jefes de Estado.
Pero este orden de cosas es muy distinto de una alianza. La India todavía importa más de la mitad de sus armas desde Rusia, es un comprador del petróleo ruso sancionado (junto con China) y muchas veces vota en contra de EE. UU. en la ONU.
De hecho, todavía se niega a condenar la invasión rusa de Ucrania, así como no condenó la invasión soviética de Afganistán en 1979. Sus mayores prioridades son no perder el a armamentos y petróleo y no impulsar un mayor acercamiento de Rusia a China.
En ese sentido, la importancia de la India está en aumento. Hace poco superó a China como país más poblado del mundo. Mientras la población india creció a 1.400 millones de personas, China ha estado en declive demográfico y su fuerza laboral ya pasó del máximo. Además, la economía de la India va camino de crecer un 6 % este año (más rápido que la de China), lo que la convierte en la quinta economía del mundo.
Con una población inmensa, armas nucleares, un gran ejército, una fuerza laboral en aumento, una élite muy educada, una cultura empresarial y vínculos con una diáspora numerosa e influyente, la India seguirá siendo un factor importante del equilibrio global de poder.
Pero no nos hagamos falsas ilusiones. La India por sí sola no puede hacerle contrapeso a China, cuyo desarrollo empezó mucho antes. La economía china sigue siendo unas cinco veces más grande, y en la India todavía hay mucha pobreza. De los 900 millones de personas en edad de trabajar que hay en la India, poco menos de la mitad están dentro de la fuerza laboral, y el analfabetismo alcanza a más de un tercio de las mujeres.
A pesar del desacople comercial selectivo en sectores estratégicos clave, la India todavía no quiere renunciar al mercado chino. Al tiempo que integra el Quad, también es parte de la Organización de Shanghái para la Cooperación y participa en las reuniones periódicas de los BRICS (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica).
Aunque ya no hable de no alineación, tampoco le interesan las alianzas restrictivas. Según la lógica básica de la política de equilibrio de poder, la India y Estados Unidos parecen estar destinados no al matrimonio, sino a una larga convivencia que tal vez solo dure en tanto ambos países sigan preocupados por China.
JOSEPH S. NYE (*)
PROJECT SYNDICATE
CAMBRIDGE
(*) Exasistente del Departamento de Defensa de Estados Unidos.
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