En David y Goliat, el periodista Malcolm Gladwell identifica un dilema al que se enfrentan los individuos y las sociedades una y otra vez. Al invocar la imagen de una curva en U invertida, señala que “hay un punto en el que el dinero y los recursos dejan de mejorar nuestras vidas y comienzan a empeorarlas”.
La idea de que ‘más’ puede llevar a ‘menos’ parecería contradictoria para los 1.600 millones de personas que pueden haber perdido sus medios de vida como resultado de la pandemia de covid-19 en el mundo. Sin embargo, es la obsesión por volver a la ‘normalidad’ lo que debe tomarse con más escepticismo. El sistema que nos trajo a este punto era muy anormal según cualquier estándar razonable. Ha estado socavando nuestra salud, agotando nuestros recursos naturales, destruyendo especies de plantas y animales y calentando el planeta, todo para beneficiar a una minoría cada vez más pequeña, y a expensas de todos los demás.
Este sistema profundamente desequilibrado ahora nos ha acercado al punto de quiebre. Y no debería sorprendernos que problemas como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la creciente desigualdad y otras crisis hayan convergido durante la pandemia, dado que están estrechamente relacionados. La buena noticia es que también lo están las soluciones.
La relativa velocidad con la que la mayoría de los segmentos de la sociedad se han movilizado en respuesta a la pandemia ofrece esperanzas para el futuro, porque demuestra que todavía somos capaces de un cambio radical cuando las circunstancias lo exigen. Ahora, necesitamos llevar la misma urgencia a la tarea de descarbonizar nuestras economías, un proceso que producirá beneficios de gran alcance para nuestra salud y bienestar, y nos salvará de la U invertida.
Al igual que el covid-19, el clima extremo y otros riesgos derivados del cambio climático son amenazas de alto impacto, lo que significa que no hay excusa para
la inacción.
Durante la fase de cuarentenas por el covid-19, muchos de nosotros experimentamos cosas que habíamos olvidado hace mucho tiempo: aire limpio; peces en los cauces fluviales urbanos; pájaros, abejas y mariposas en parques y jardines e, incluso, animales que no sabíamos que estuvieran tan cerca de nosotros. Para fin de año, las emisiones de gases de efecto invernadero probablemente habrán caído en un 8 %, una cifra sin precedentes, que es más que la reducción anual del 7,6 % que los científicos dicen que es necesaria durante los próximos diez años para limitar el calentamiento global a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales.
Nuevos modelos
Pero el bloqueo de toda la economía obviamente no es la solución a la crisis climática. De hecho, solo hay una forma de controlar el cambio climático: la descarbonización sostenida. Y actual la pandemia representa una oportunidad única en la vida para reemplazar el viejo sistema con nuevos modelos en los que la sostenibilidad, la igualdad y la justicia socioeconómica tengan prioridad.
Al igual que el covid-19, el clima extremo y otros riesgos derivados del cambio climático son amenazas de alto impacto, lo que significa que no hay excusa para la inacción. Además, las medidas que son eminentemente asequibles hoy serán exponencialmente más costosas en el futuro. Al gastar cantidades sin precedentes para apoyar las economías durante la pandemia, se espera que los gobiernos de todo el mundo incurran en deudas de hasta 20 billones de dólares en los próximos dos años. Ese gasto determinará la forma de la economía global en las próximas décadas, y si no se dirige con prudencia, las generaciones futuras se enfrentarán a una factura mucho mayor.
El único curso de acción responsable, entonces, es diseñar medidas de recuperación para que nos acerquen a una economía baja en carbono y de alta resiliencia. Es hora de utilizar los recursos públicos para el bien público, invirtiendo en industrias limpias (que crearán nuevos empleos), educación e infraestructura resiliente.
El FMI ha pedido no solo paquetes de estímulo fiscal orientados hacia el medio ambiente y el fin de los subsidios a los combustibles fósiles, sino
también un aumento de los impuestos al carbono.
Fuerte apoyo
Existe un consenso cada vez mayor en apoyo de este enfoque. La Agencia Internacional de Energía, por ejemplo, ha aconsejado a los gobiernos que inviertan en energía sostenible y eliminen los subsidios a los combustibles fósiles, señalando que la reducción de emisiones es un proceso intensivo en mano de obra que creará puestos de trabajo. De manera similar, el Fondo Monetario Internacional ha pedido no solo paquetes de estímulo fiscal orientados hacia el medio ambiente y el fin de los subsidios a los combustibles fósiles, sino también un aumento de los impuestos al carbono.
En abril, una encuesta de Ipsos en varios países encontró que el 71 % de los adultos están de acuerdo en que, a largo plazo, el cambio climático es una crisis tan grave como lo es la del covid-19.
Además, el apoyo público a la acción climática nunca ha sido tan alto. En abril, una encuesta de Ipsos en varios países encontró que el 71 % de los adultos “están de acuerdo en que, a largo plazo, el cambio climático es una crisis tan grave como lo es la del covid-19”. El 65 % apoya las políticas orientadas a salvaguardar la estabilidad del clima dentro de los planes de recuperación económica. Y alrededor del 80 % de los encuestados en India, México y China están de acuerdo en que es importante que la recuperación sea ecológica.
Un número cada vez mayor de líderes corporativos también quieren que la financiación pública tenga condiciones verdes, porque reconocen que tales condiciones ayudarán a reactivar la economía y evitar crisis aún mayores en el futuro. En el Reino Unido, por ejemplo, una coalición de 200 líderes empresariales pidió al gobierno que buscara una ‘recuperación ecológica’ , y el ministro de Hacienda respondió comprometiendo recursos para medidas de eficiencia energética con mano de obra intensiva, tanto para edificios como en la creación de infraestructura para vehículos eléctricos.
Del mismo modo, después de instar a 180 líderes empresariales y a otros actores, la Unión Europea ha impuesto condiciones ecológicas a su presupuesto de siete años de un billón de euros (1,17 billones de dólares) y a su fondo de recuperación de 750.000 millones de euros, y ha asignado el 25 % del gasto a la acción por el clima.
Incluso las industrias de grandes emisiones, incluidas BP, Shell, Daimler y Rio Tinto, continúan aplicando estrategias de descarbonización a pesar de la crisis generada por el covid-19. Como McKinsey & Company señaló recientemente, todas las corporaciones deberían aprovechar “el momento de descarbonizar, en particular dando prioridad al retiro de activos económicamente marginales e intensivos en carbono”.
Por último, el sector financiero parece haber reconocido su responsabilidad de ayudar a ‘reconstruir mejor’. Ocho grupos de inversión importantes, incluidos BNP Paribas Asset Management, DWS y Comgest Asset Management, instan a las corporaciones a mantenerse enfocadas en la descarbonización. Y BlackRock, el de activos más grande del mundo, con $ 7,4 billones de dólares bajo su istración, se ha comprometido a castigar a los directores de empresas que no manejen los riesgos ambientales.
Ya sea que logremos o no una “recuperación en forma de V”, está claro que debemos evitar un regreso a un mundo de U invertida. A medida que vayamos saliendo del cráter dejado por el covid-19, debemos permanecer enfocados en el largo plazo, dirigiendo el dinero y los recursos de manera que impulsen la recuperación inmediata y marquen el comienzo de una economía más sostenible y resistente.
Eso significa centrarse en las raíces de los desequilibrios y las desigualdades económicas, de modo que podamos evitar a los más vulnerables sufrimientos indebidos y dificultades financieras. Afortunadamente, la justicia económica y social va de la mano con la descarbonización. Una recuperación ecológica es una solución en la que todos ganan, y ya tenemos las herramientas, los recursos y las tecnologías para hacerlo realidad.
(*) Chistiana Figueras fue secretaria ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, entre 2010 y 2016. Y es cofundadora de Global Optimism.