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La relación entre la guerra en Ucrania, los combustibles fósiles y la paz

El rechazo occidental al petróleo y al gas ruso crea una oportunidad para la transición energética.

Planta de energía perteneciente a Gazprom en Moscú.

Planta de energía perteneciente a Gazprom en Moscú. Foto: Natalia KOLESNIKOVA / AFP

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La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha remecido muchos supuestos occidentales sobre las bases de la paz en Europa y, entre otras cosas, ha renovado el énfasis de las autoridades sobre la dependencia energética como un asunto estratégico clave.
Estados Unidos anunció una prohibición inmediata a las importaciones de petróleo y gas rusos, mientras que el Reino Unido y la Unión Europea se comprometieron a limitarlas de manera más gradual. La lógica es clara: castigar a Rusia, reducir su influencia y restaurar la paz en Ucrania. Pero si hoy se adoptan decisiones erradas –específicamente, seguir prefiriendo combustibles fósiles por sobre la energía renovable–, se podría fijar la ruta hacia un futuro mucho menos pacífico.
Algunos países occidentales se han vuelto excesivamente dependientes del petróleo y el gas rusos en los últimos años, por lo que no fue fácil la decisión de reducirlos. Pero la decisión más grande e importante que enfrentan los gobiernos occidentales es cómo reducir su dependencia general de los combustibles fósiles.
Dada la presión de la actual crisis en Ucrania, se podría comprender una falta de visión así. Los gobiernos occidentales deben cerrar la brecha energética creada al detener las importaciones de combustibles fósiles rusos, para tratar de reducir el daño a sus economías nacionales. Y, por ahora, la opinión pública los apoya. Pero si los costos de la energía aumentan mucho, o los cortes se vuelven demasiado disruptivos, el caos económico resultante podría socavar ese apoyo.
En consecuencia, todo invita a que el paso a fuentes de energía alternativas debe hacerse con rapidez, y ofreciendo insumos fiables y asequibles.
En la última Semana de Conferencias Energéticas (Cera), celebrada este año en Houston, Texas, los directores ejecutivos de las grandes petroleras y sus grupos de presión propusieron rápidamente elevar la producción de petróleo y gas, eliminar los límites de la producción, flexibilizar normativas y revertir políticas que apuntan a reducir las emisiones de dióxido de carbono. Varios economistas y analistas energéticos se han hecho eco de esta línea de propuestas.
Pero en momentos en que el cambio climático se convierte con rapidez en un factor principal de la inseguridad mundial, redoblar la apuesta por los combustibles fósiles sería un trágico error que podría hacer del mundo un lugar más violento en las décadas venideras.
El ‘Informe de brechas de producción’ (‘Production Gap Report’) de 2021 resaltó la desconexión entre los planes actuales de producción de combustibles fósiles y los compromisos climáticos. Bajo las actuales políticas, el calentamiento global está en vías de alcanzar un catastrófico 2,7 grados Celsius en este siglo. Tenemos que ir cerrando pozos y minas, reducir la producción, no añadir más capacidad.

Datos de miedo

El cambio climático ya está haciendo que el mundo sea más peligroso y menos estable. El último informe del Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) –calificado como un “atlas del sufrimiento humano” por el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres– ofreció una cruda evaluación de los inmensos costos económicos y humanos de, incluso, los efectos tempranos del cambio climático que estamos sufriendo hoy. Es una imagen del futuro que debemos evitar.
Hoy, un 80 por ciento de las fuerzas de paz de la ONU están desplegadas en países considerados como los más expuestos al cambio climático
Los titulares de los últimos 12 meses reflejan récords de inundaciones, tormentas, incendios forestales, olas de calor y sequías. Todos estos fenómenos climáticos se están volviendo más frecuentes, extremos y letales como resultado del cambio climático, y todos ellos pueden elevar las probabilidades de conflictos e inestabilidad. Hoy, un 80 por ciento de las fuerzas de paz de la ONU están desplegadas en países considerados como los más expuestos al cambio climático.
Y un estudio reciente encontró que un 1 °C de aumento de la temperatura estuvo relacionado con un 54 por ciento de aumento de la frecuencia de conflictos en partes de África donde pastores nómadas y campesinos sedentarios compiten por las menguantes existencias de agua y tierras fértiles.
Como señala correctamente el IPCC, las consecuencias del cambio climático desestabilizan con mayor prontitud aquellos lugares en que las tensiones ya son altas y las estructuras de gobierno están debilitadas o socavadas por la corrupción.
Un estudio realizado para el informe ‘Environment for Peace’ (‘Entorno para la paz’), del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri), de próxima publicación, muestra que grupos extremistas como Al Shabab, Estado Islámico y Boko Haram prosperan en regiones que padecen los peores efectos del cambio climático. Encuentran reclutas y apoyo entre gente cuyas vidas y sustentos se han vuelto cada vez más precarios por las inundaciones y sequías.
En nuestro mundo globalizado e interconectado, las repercusiones de impactos climáticos locales pueden propagarse rápidamente, a través de crisis en las cadenas de suministro, desbordamientos de conflictos y migraciones masivas. Y, como lo ha demostrado la invasión rusa a Ucrania, el orden basado en reglas es alarmantemente frágil, dejando a los ciudadanos comunes y corrientes como víctimas de sus terribles consecuencias.

Ventana de oportunidad

El rechazo del petróleo y el gas rusos por parte de Occidente crea una oportunidad de acelerar la transición hacia el abandono de los combustibles fósiles. La optimización del uso eficiente de la energía y otras reducciones de la demanda pueden hacer parte de la tarea.
En cuanto al resto, energías renovables como la solar y la eólica tienen buen sentido económico. Son mucho más seguras y rápidas de instalar que las plantas nucleares o la mayoría de las alternativas fósiles en discusión. Y no exponen a la gente a los altibajos de los mercados de combustibles globales actuales.
La lógica apunta en una sola dirección. El mundo logrará una verdadera seguridad energética –y la oportunidad de construir un futuro más pacífico, habitable y asequible– solamente si deja atrás los combustibles fósiles a la mayor brevedad.
Todos los autores son del de expertos que asesoran la iniciativa 'Environment of Peace', del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri).
HELEN CLARK (*), DAN SMITH (**) Y MARGOT WALLSTRÖM (***)
© PROJECT SYNDICATE
AUCKLAND Y ESTOCOLMO
(*) Ex primera ministra de Nueva Zelanda y exa del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
(**) Director del SIPRI.
(***) Exministra sueca de Asuntos Exteriores y excomisaria europea de Medio Ambiente.

La geopolítica empuja a Occidente hacia una política energética verde

Avanzar hacia la energía eólica y solar es clave por razones ambientales y de seguridad.
La invasión rusa de Ucrania ha amplificado la importancia de las consideraciones de seguridad nacional en las políticas energéticas de los países occidentales. Al mismo tiempo, los gobiernos deben seguir centrándose en reducir el daño ambiental; en particular, en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Ambos objetivos, geopolíticos y ambientales, son urgentes y deben evaluarse conjuntamente.
Estos dos objetivos no están necesariamente en conflicto, como algunos creen. Hay muchas medidas energéticas que Occidente puede adoptar que beneficiarían al medio ambiente y promoverían sus objetivos geopolíticos.
Los pasos más obvios, especialmente para la Unión Europea, son las sanciones que reducen la demanda de importaciones de combustibles fósiles de Rusia. Pero una revisión de diferentes áreas de la política energética revela otras opciones.

Cortar los subsidios

La primera opción es que los gobiernos no deben prolongar la vida útil del carbón y deben retirarle los subsidios. El Fondo Monetario Internacional ha estimado que los subsidios mundiales a la energía (incluidos el petróleo y el gas natural, así como el carbón), ya sea en el extremo del productor o del consumidor, superan los US$ 5 billones por año.
A continuación, los responsables de la formulación de políticas deberían regular el gas natural. Europa continental se ha vuelto dependiente del gas ruso, y los envíos estadounidenses de gas natural licuado pueden ayudar a sustituirlo. Pero si va a haber una renovación del auge del fracking, que en realidad redujo las emisiones totales de dióxido de carbono de EE. UU. de 2007 a 2012, una regulación cuidadosa debería reducir drásticamente la cantidad de metano liberado a la atmósfera como parte del proceso.
No subsidiar el petróleo también es clave. Los subsidios mundiales al petróleo ascienden a un estimado de US$ 1,5 billones por año. Si Estados Unidos debe abrir más tierras federales a la perforación, ya no debería ofrecer arrendamientos a los perforadores a tasas inferiores a las del mercado.
Los gobiernos occidentales también deberían aprovechar las reservas existentes, como lo hizo recientemente el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, al anunciar una liberación sin precedentes de 180 millones de barriles de petróleo de la Reserva Estratégica de Petróleo del país.
Si bien los presidentes en el pasado a veces han utilizado el SPR con fines políticos, la decisión de Biden tiene una justificación genuina de seguridad nacional, porque la liberación puede ayudar a compensar parte del actual déficit temporal de suministro.
los gobiernos deberían aumentar, no reducir, los impuestos sobre los productos petrolíferos al por menor
Algunos argumentan que el SPR no es lo suficientemente grande como para hacer mella en los precios mundiales del petróleo. Pero la medida de EE. UU. ha sido acompañada por liberaciones de reservas de emergencia similares por parte del Reino Unido, Alemania y muchos otros países, por un total de 240 millones de barriles en los próximos seis meses.
Además, los gobiernos deberían aumentar, no reducir, los impuestos sobre los productos petrolíferos al por menor. Varios estados de Estados Unidos han declarado recientemente “vacaciones de impuestos a la gasolina” para amortiguar a los consumidores de los efectos de los altos precios mundiales del petróleo. Otros países también están tratando de proteger a sus ciudadanos de los aumentos de los precios de la energía. Pero estas medidas, aunque comprensibles políticamente, son una economía terrible: socavan el incentivo de los conductores para economizar en su consumo de combustible, beneficiando así a Rusia y perjudicando al medio ambiente.
A medida que dejan de promover el carbón y el petróleo, los gobiernos deben mantener el impulso de las energías renovables. Continuar la tendencia reciente hacia la energía eólica y solar es importante tanto por razones geopolíticas como ambientales. Los subsidios gubernamentales para las energías renovables, incluso para apoyar la investigación en tecnología de almacenamiento, pueden jugar un gran papel.
Pero Estados Unidos y la UE también deberían dar el paso menos popular de reducir, no aumentar, sus aranceles y otras barreras proteccionistas que afectan las importaciones de es solares y turbinas eólicas, importaciones que han ayudado a reducir los costos de la energía renovable.
Al mismo tiempo, los gobiernos necesitan reforzarse para extender la vida útil de las centrales nucleares. El Reino Unido ahora planea construir ocho nuevos reactores nucleares esta década, en parte para reducir su dependencia de las importaciones de petróleo a raíz de la invasión rusa de Ucrania.
Reducir la demanda de hidrocarburos perjudica las ganancias de todos los exportadores de petróleo, no solo de Rusia. Pero mientras que algunos de estos productores son espectadores inocentes, algunos son petro-Estados que no son del todo dignos del apoyo de EE. UU. y sus aliados. No es casualidad que tantos países exportadores de petróleo sean autocracias. Muchos estudios sobre la maldición de los recursos naturales han concluido que las sociedades construidas sobre la riqueza de los productos básicos en general, y del petróleo en particular, son propensas al autoritarismo.
Análisis de JEFFREY FRANKEL. Profesor de la Universidad de Harvard.
© Project Syndicate.

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