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La puja por el cambio climático entre países pobres y ricos que marca la COP27

El incumplimiento de las metas para frenar el calentamiento global inundó de escepticismo la cumbre.

Foto oficial de la COP27.

Foto oficial de la COP27. Foto: EFE

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ANALISTA SÉNIORActualizado:

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“El ser humano necesita oxígeno, pero también necesita pan”, sentenció Eve Bazaiba, ministra del Medio Ambiente de la República Democrática del Congo (RDC), horas antes del inicio de la Cumbre de Líderes de la COP27 sobre el cambio climático, en la ciudad egipcia de Sharm el Sheij. Una frase que resume el dilema de los países pobres frente a las urgencias de esta lucha y que es el eje del debate de la cumbre que inició esta semana.
La RDC posee la porción más grande de la cuenca del río Congo. Y allí mismo, su gobierno de izquierda autorizó proyectos de explotación petrolera a pesar de tratarse del segundo bosque tropical del mundo después de la Amazonia. Cuestionada por la decisión, la ministra se quejó de los países ricos que exigen a los pobres sacrificar su desarrollo para preservar una selva, pero incumplen sus promesas de ayuda económica.
Algo de razón tiene. En la COP26 en Glasgow, hace un año, los países ricos le ofrecieron a la RDC 500 millones de dólares para que renunciara a sus proyectos petroleros en la selva. La cifra es insignificante frente a los miles de millones de dólares que el país derivaría de los hidrocarburos y, aun así, buena parte de la ayuda se ha quedado en promesas. Por esa razón, la RDC optó por avanzar con las concesiones petroleras.
Decenas de países del tercer mundo comparten similares preocupaciones. El caso de Brasil –que posee el 60 por ciento de la Amazonia– es interesante.
A pesar del regreso de Luiz Inácio Lula da Silva al poder, que marcará un cambio diametral desde que el 1.º de enero de 2023 sustituya al saliente presidente de derecha, Jair Bolsonaro, poco preocupado por los asuntos medioambientales, la verdad es que Lula no está alineado con un ecologismo radical.
Antonio Guterres, secretario general de la ONU, en el inicio de la COP27.

Antonio Guterres, secretario general de la ONU, en el inicio de la COP27. Foto:Bloomberg

Bajo su primer mandato, el estado de Minas Gerais vio ampliar en millones de hectáreas su frontera agrícola, con un desarrollo agroindustrial en cereales y ganadería que disparó no solo la producción de soja y maíz, sino la de carne de res, tanto para consumo interno como para exportar. Y si bien 30 millones de brasileños salieron de la pobreza gracias al empleo generado, las críticas ambientalistas no faltaron. No solo frente a la agroindustria, sino frente a la ganadería, pues ambas actividades suelen ir precedidas de una significativa tala de bosques.
Interrogado hace algunos meses sobre la propuesta ambientalista del entonces candidato presidencial Gustavo Petro de abandonar la exploración y, a la larga, la explotación de petróleo, Lula le respondió a la revista Time: “En el caso de Brasil, eso es irreal, y en el del mundo, es irreal: todavía es necesario el petróleo por un tiempo”. En ese sentido, el presidente electo de Brasil imagina una transición más gradual.
Para el exsenador Jorge Enrique Robledo, el más antipetrista de los líderes de izquierda, lo que ocurre es “otra muestra de la soledad que acompaña a Petro en su demagogia ambientalista contra el interés de Colombia”. De ahí que, días antes de la COP27, le recordó al presidente colombiano lo dicho por Lula.

Los grandes responsables

En la Cumbre de Líderes de la COP27, varios mandatarios de los países en desarrollo lucieron alineados con la idea de gradualidad de Lula. El presidente Petro lo entendió apenas aterrizó en Egipto, y por ello se vio obligado, a última hora, a cambiar su discurso del lunes, lo que le implicó faltar a un desayuno con el presidente de Francia, Emmanuel Macron, e incluso no llegar a la foto oficial de mandatarios.
En su intervención, el mandatario colombiano prefirió hacer un llamado general al mundo para acabar con el uso de hidrocarburos, en vez de insistir en decisiones como las que anunciaba hasta hace pocas semanas su ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, de parar de inmediato las exploraciones en busca de petróleo y gas.
“Es hora de desvalorizar la economía de los hidrocarburos con fechas definidas para su final”, dijo. “La solución –agregó– es un mundo sin petróleo y sin carbón”. Pero aunque Petro le pidió a la comunidad internacional que las defina, no propuso fechas específicas ni siquiera para Colombia. Eso sumado a que no incluyó al gas entre los hidrocarburos por eliminar de manera urgente.
Petro planteó un decálogo para afrontar el calentamiento global.

Petro planteó un decálogo para afrontar el calentamiento global. Foto:Cortesía Presidencia

Parece que las críticas a su gobierno por haber propuesto abandonar la exploración de gas –un combustible menos contaminante que el petróleo y el carbón– lo pusieron a pensar, en especial al ver que el discurso del grueso de países pobres va en otra dirección. “La discusión dentro del Gobierno no ha terminado –dijo el lunes una fuente de la Casa de Nariño–, pero sin duda el discurso del Presidente en Egipto marca la línea por seguir en adelante”, agregó.
Y es que en vez de prometer más acciones para preservar sus selvas, ríos y océanos, el énfasis de los líderes del tercer mundo en esta cumbre ha sido exigirles responsabilidades a los países ricos, muchos de los cuales han incumplido sus propias metas de reducción de emisiones de carbono y han dejado pendientes infinitas promesas de ayuda económica a los países pobres.
¿Quiénes son esos grandes responsables? En primer lugar, China, que en 2020 causó más del 30 por ciento de las emisiones de CO2 a la atmósfera. Si bien no es el único, sí es el principal culpable de la producción de gas que impulsa el efecto invernadero y el aumento de las temperaturas en el planeta, desencadenantes del cambio climático.
Le siguen EE. UU. (13,5 por ciento), Europa (10 por ciento), India (6,8 por ciento) y Rusia (5 por ciento). En contraste, México aporta 1,28 por ciento y Brasil, un 1,26 por ciento. Colombia emite apenas el 0,23 por ciento del CO2 que llega a la atmósfera, cuando en su territorio vive el 0,65 por ciento de la población mundial.
Pero dado que Colombia es duramente criticada por la tala de bosques, aun si sus cifras son menos dramáticas que las de Brasil, Petro anunció que el país invertirá 140 millones de dólares anuales para preservar la selva, lo que implica una línea de continuidad con lo que ya venía haciendo el gobierno anterior.

Facturas pendientes

La meta significa un enorme esfuerzo presupuestal para un país como Colombia, que debería recibir mucho más apoyo de la comunidad internacional. Aunque, curiosamente, Petro no hizo énfasis en ese reclamo, la queja del tercer mundo es generalizada y válida.
Según la ONG Oxfam, de los 100.000 millones de dólares anuales prometidos por las grandes economías para apoyar, a partir de 2020, a países del tercer mundo en estos temas, solo llegaron unos 22.000 millones, menos de una cuarta parte de lo ofrecido. Paradójicamente, los países ricos son de lejos los que más contaminan y, a la vez, los que más les exigen a los pobres que cuiden selvas, ríos y océanos.
Los países ricos son de lejos los que más contaminan y, a la vez, los que más les exigen a los pobres
Macron quiso ponerse del lado de los países pobres y, en su discurso del lunes en la COP27, habló de “la justicia climática”. El presidente francés sostuvo que su país y la Unión Europea están cumpliendo sus compromisos, pero criticó duramente a Estados Unidos y China por estar muy por debajo del nivel de aportes económicos ofrecidos.
“Es necesario que, en verdad, tengamos a Estados Unidos y China cumpliendo la cita”, sostuvo, en clara referencia a la ausencia de los presidentes Joe Biden y Xi Jinping a la Cumbre en Egipto.

Falta de confianza

“Los países del sur del planeta han dejado de confiar en los del norte”, sostiene Sebastien Treyer, director del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales (IDDRI), con sede en París, quien explica que, por eso, más que nuevos compromisos, la COP27 pasará como la rendición de cuentas de los países pobres a los ricos.
Terminada la participación de jefes de Estado y de Gobierno en la COP27, y aunque aún faltan las reuniones técnicas que deben desembocar en nuevos acuerdos, lo cierto es que el aire que se respiró en los salones de conferencias de Sham el Sheij es de pesimismo.
La realidad es que el objetivo trazado en el Acuerdo de París de 2015, para que la humanidad limite el aumento de la temperatura del planeta a 1,5 grados Celsius con respecto al promedio de la era preindustrial, resulta casi imposible de cumplir.
La foto muestra a los bomberos en acción durante un incendio forestal en Landiras (Francia). En el área de Gironda, dos incendios forestales arrasaron más de 10.000 hectáreas.

La foto muestra a los bomberos en acción durante un incendio forestal en Landiras (Francia). En el área de Gironda, dos incendios forestales arrasaron más de 10.000 hectáreas. Foto:EFE

No obstante la reducción en muchas actividades contaminantes –industria, comercio, trans-porte– en los meses de confinamiento por la pandemia en 2020 y 2021, este año las temperaturas promedio están 1,11 ºC por encima de los años preindustriales y, a este paso, es casi un hecho que, en algún momento de la próxima década, el techo de 1,5 ºC quedará superado.
Lo que le espera al mundo son nuevas y más destructoras sequías, como las vistas este año en Estados Unidos, Europa, África y Asia; lluvias torrenciales enormemente destructivas, como las vividas en Venezuela y Colombia en estos meses; huracanes aún más temibles a los que han arrasado el Caribe en estos años; el deshielo –antes de 2050– de un tercio de los glaciares declarados patrimonio por la Unesco, y la desaparición de decenas de islas en Polinesia, Micronesia y el Caribe.
Como lo sugirió The Economist, ante la imposibilidad de cumplir las metas para frenar el calentamiento global, es hora de poner el énfasis en controlar los gigantescos daños y en ayudar a quienes más van a sufrir los desastres, que son justamente quienes habitan los países más pobres.
MAURICIO VARGAS
ANALISTA  EL TIEMPO

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