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Nadia Murad, de esclava sexual a nobel de paz
La iraquí fue torturada por el Estado Islámico. Comparte premio con médico congoleño Denis Mukwege.
Nadia Murad (i.) y Denis Mukwege, ganadores del premio Nobel de la Paz 2018. Foto: AFP
Nadia Murad, una joven iraquí de rostro pálido, podría haber tenido una vida apacible en su pueblo natal, Kojo, cerca del bastión yazidí de Sinjar, en una zona montañosa entre Irak y Siria. Pero el rápido ascenso del grupo yihadista Estado Islámico (EI) en 2014 cambió su destino.
“Yo no quería ser conocida como víctima del terrorismo del Estado Islámico”, dice Murad en On Her Shoulders (Sobre sus hombros), un documental que traza el camino de la activista contra la esclavitud sexual, que fue galardonada el viernes pasado con el premio Nobel de Paz, junto con el congolés Denis Mukwege, un médico que lleva años trabajando en la recuperación física y psicológica de las mujeres violadas durante los conflictos armados.
“Me gustaría no haberle contado a la gente lo que me pasó (...). Me gustaría que me conocieran como una costurera de primer orden o una atleta excelente o una estudiante excelente, como una maquilladora, una agricultora”, explica evocando sus sueños truncados en el filme de la estadounidense Alexandria Bombach.
El 3 de agosto del 2014, Murad vio cómo varios vehículos del EI llegaba a Sinjar para iniciar una operación salvaje de sometimiento y de exterminio.
Su objetivo era acabar con los yazidíes, una minoría religiosa de etnia kurda asentada en el norte de Irak, cuyas raíces se remontan a 2.000 años durante los cuales ha sufrido 74 genocidios, y a los que los yihadistas del EI consideran infieles.
La masacre del grupo terrorista supuso la muerte de unas 5.000 personas, según cálculos no oficiales, y la esclavitud de alrededor de 3.000 niñas y mujeres que fueron sometidas a ventas y reventas para su explotación sexual. Una de ellas fue Murad.
Ese fue el principio de un calvario de varios meses: torturada, dijo haber sido víctima de múltiples violaciones colectivas antes de ser vendida varias veces como esclava sexual.
Además, tuvo que renunciar a su fe yazidí. “Lo primero que hicieron fue forzarnos a convertirnos al islam. Después hicieron lo que quisieron”, relató.
Al igual que miles de otras yazidíes, fue obligada a ‘casarse’ con un yihadista que la golpeaba. Ella, “incapaz de soportar tantas violaciones”, decidió escapar.
Gracias a la ayuda de una familia musulmana de Mosul, Murad obtuvo documentos de identidad que le permitieron llegar hasta el Kurdistán iraquí.
El horror de un pueblo
Tras la fuga, la joven –que dijo haber perdido a seis hermanos y su madre en el conflicto– vivió en un campo de refugiados en Kurdistán, donde tomó o con una organización de ayuda a los yazidíes. Esta le permitió reunirse con su hermana en Alemania.
Desde allí, esta mujer comenzó a alzar la voz para denunciar el suplicio de los yazidíes. Luego, el 16 de diciembre de 2015, contó su experiencia en el Consejo de Seguridad de la ONU, que la nombró embajadora de la dignidad de las víctimas del tráfico de personas.
Yo no quería ser conocida como víctima del terrorismo del Estado Islámico
Su rostro comenzó a hacerse habitual en las conferencias de esa organización y en otros organismos internacionales, donde, sin descanso, ha narrado una y otra vez el horror que aún vive su pueblo.
“Yo no fui educada para hacer discursos o dirigirme a jefes de Estado”, dijo ante la ONU en septiembre del 2016. “Pero el 3 de agosto de 2014, todo cambió”, recordó.
Esta iraquí, de 25 años, se ha reunido con líderes mundiales como el exsecretario de la ONU Ban Ki-moon; el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el papa Francisco.
Además, en el 2016 fue incluida en la lista de las 100 personas más influyentes del mundo que publica la revista estadounidense 'Time'.
Murad “es el testigo que cuenta de los abusos perpetrados contra ella y contra otros”, argumentó el comité Nobel para conceder el galardón. “Es una de las cerca de 3.000 niñas y mujeres que han sufrido abusos sexuales como parte de la estrategia militar del yihadista Estado Islámico, que usaba ese tipo de violencia como un arma contra los yazidíes y otras minorías religiosas”, agregó.
Ese reconocimiento se suma al que ya recibió en 2016 del Parlamento Europeo, que le otorgó el Premio Sajarov a la Libertad de Conciencia, un galardón que la Eurocámara concede desde 1988 a personas y organizaciones que defienden los derechos humanos y las libertades fundamentales.
“Este premio va en contra de los objetivos que persigue el grupo Estado Islámico, ya que quieren erradicar a los yazidíes, y cuando nos capturaron querían quitarnos nuestro honor, dignidad y orgullo”, dijo ese año tras recibir la distinción.
Por eso, la joven yazidí ha venido insistiendo en la necesidad de que se cree un tribunal especializado que juzgue a los responsables de los crímenes cometidos por el EI en Siria e Irak, donde a finales de junio de 2014 proclamó un “califato” en los territorios que había conquistado hasta ese momento y que en julio de 2017 daba sus últimos coletazos.
Y lo más claro para ella es que no dejará de luchar. “Me dicen que soy una militante (...). Pero en el fondo yo me veo siempre como alguien que no vale nada, como aquella que fue sometida a la esclavitud sin razón (...). Tendré valor el día en que los terroristas sean llevados ante la justicia”, había dicho en el 2016. Dos años después, su convicción se mantiene clara: “Debemos no solo imaginar un futuro mejor para mujeres, niños y minorías perseguidas. Debemos trabajar de forma consistente para hacer que suceda”, puntualizó tras ser galardonada con el Nobel.
‘El hombre que repara mujeres’
Al médico congoleño Denis Mukwege, de 63 años, hijo de un pastor evangélico pentecostal, se lo reconoce desde hace más de 20 años por su lucha contra el uso de la violencia sexual como arma de guerra y en conflictos armados.
Denis Mukwege, médico congoleño que ganó el premio Nobel de la Paz, compartido con la activista iraquí Nadia Murad. Foto:Efe
“Este premio Nobel supone un reconocimiento del sufrimiento y la falta de una reparación justa para las mujeres víctimas de violaciones y de violencia sexual en todos los países del mundo y en todos los continentes”, dijo Denis Mukwege en una declaración desde su hospital de Panzi, que fundó en 1999 en Bukavu, en el oriente de la República Democrática del Congo.
En su honor se realizó el documental El hombre que repara mujeres, y estaba en plena cirugía cuando llegó la información sobre el Nobel. “Estaba en el quirófano, de repente entró gente y me dieron la noticia”, dijo Mukwege al periódico noruego VG.
Su hospital ha tratado a unas 50.000 víctimas de violaciones, entre mujeres, niños e incluso bebés, a lo largo de dos decenios. Para este médico congoleño, las violencias sexuales son “armas de destrucción masiva”.
“Fui testigo durante casi 20 años de crímenes de guerra contra las mujeres, jóvenes, niñas, bebés”, recordó el doctor.
“Me gustaría decirles que, con este premio, el mundo las escucha y rechaza la indiferencia. El mundo se niega a permanecer de brazos cruzados frente a su sufrimiento”, aseguró a las mujeres víctimas.
Obtuvo un diploma en bioquímica en 1974 y el de medicina en 1983. También hizo especializaciones en ginecología en Francia y Bélgica.