Dijo Quino, creador de Mafalda, que la vida es linda, y lo malo, lo malo es que muchos confunden linda con fácil. Yo estoy de acuerdo.
¿Y el mundo en el que vivimos? Ese también puede ser digno de la palabra lindo, aunque claro, es absoluta y completamente imperfecto y ocasionalmente insoportable.
Para mí, la vida sería imposible si en medio del caos y la imperfección fuera imposible ver la belleza, incluso en el fracaso o en la tragedia. Estoy convencida del desperfecto del universo y asumo que eso responde solamente a la suma de las imperfecciones de quienes lo habitamos. Por eso, veo gran valor en quien transita por el mundo consciente de sus fallas.
Jaime Bayly es un ejemplo claro del hombre imperfecto, plagado de defectos y debilidades, pero con la capacidad de verse a sí mismo.
A Bayly, peruano de nacimiento y nacionalizado estadounidense, algunos lo conocen por ser el autor de al menos 15 libros. Para otros, es columnista o periodista, y para la mayoría, un presentador de televisión bastante lanzado, a veces hasta insolente. Bayly comenzó su carrera en la pantalla muy joven, a los 21 años, y desde siempre la imprudencia y la confrontación han sido su ancla, tanto como fue su obstáculo.
Además de los libros que ha publicado, Bayly ganó el premio Emmy de televisión y ha presentado innumerables programas con entrevistas a latinoamericanos tan reconocidos como Hugo Chávez, en su época de candidato, y artistas como el mexicano Luis Miguel. A pesar del reconocimiento, lo que me sorprende de Bayly es su capacidad de hablar mal de sí mismo.
Bayly se ha dedicado a confesar por escrito y para la posteridad muchas cosas que la mayoría de nosotros ni siquiera seríamos capaces de decir en voz baja. “Debido a que soy egoísta, no tengo amigos, pues todos se han alejado de mí” dice en una de sus columnas, en la que explica en detalle cómo se clasifica “genéticamente como mala persona”.
Aclaro, no valoro que sea egoísta, lo que destaco es su capacidad para reconocerlo.
Para Bayly, ser mala persona es una mezcla entre despertarse a la una de la tarde, el deseo inexistente de cultivar la amistad, hacer un papel de papá bastante pobre, el desinterés absoluto en compartir con otros, disfrutar de la comida sin pudor y mentir sin distinguir entre la mentira y la realidad.
Bayly se ha dedicado a confesar por escrito y para la posteridad muchas cosas que la mayoría de nosotros ni siquiera seríamos capaces de decir en voz baja
Lo fascinante al mismo tiempo es la dosis de sinceridad que lo hace más humano y quizá hasta mejor persona que aquellos que van por la vida pregonando sobre sus virtudes.
“A veces pienso que he tenido éxito precisamente porque me he permitido la insolente libertad o la descarada transgresión de ser en público la misma persona que soy en privado” explica.
En Colombia, por ejemplo, cada vez que sucede algo que nos reúne como comunidad alrededor de un propósito común, el compatriota promedio siempre aprovecha la ocasión para exhibir su superioridad moral, medida en su forma adecuada de comportarse frente a los demás.
Desde abril vivimos en Bogotá un racionamiento de agua cada 10 días que la mayoría de nosotros ni entiende, ni mucho menos disfruta, sin embargo, desde ese momento hay por todas partes gente demostrando su habilidad infinita para hacer lo correcto. “Yo les pedí en el edificio que cierren los tanques, yo reutilizo el agua de las papas para lavarme los dientes y luego la uso para bajar la cisterna”.
También sucedió durante la pandemia. La mayoría de la gente utilizaba el tapabocas porque era necesario, sin embargo había un ambiente permanente de presión moral de quienes seguían la regla, porque era necesario, y quienes lo hacían iluminados por un aura de moralidad que tenían, sí o sí, que exhibir.
El encanto de Jaime Bayly es que acepta su humanidad y así, aunque él ni siquiera lo desee, o aún en contra de su voluntad, para mí, se gana en algún mundo un pedacito de cielo.
CAROLINA AVENDAÑO