Vaya pelea la de Residente con J Balvin. Y ni siquiera pelea, show mediático más bien; estrategia publicitaria para terminar sacando, quién sabe, una canción juntos y arrasar en ventas y premios. Sin embargo, el tema de la discusión no pareció tan importante como el alcance que tuvo. Durante una semana hablamos del asunto como si no existiera nada más y no deja de sorprender que las diferencias entre dos cantantes populares genere tanto ruido. A veces se nos olvida en qué mundo vivimos.
Pero el lío no es que un músico piense una cosa y el otro, alguna diferente, sino el mismo de siempre: la gente, nosotros. Estos pequeños seres portadores de vida que nos creemos lo máximo y nos juramos infalibles solemos ser el origen de los problemas porque estamos convencidos de que nos la sabemos todas y en realidad ignoramos hasta por dónde sale el sol cada mañana.
Con respecto al hecho en cuestión, lo que más llamó la atención fue que los espectadores tomaran partido casi de forma inmediata, algo así como ‘Team Residente’ vs. ‘Defensores de J Balvin’. Eso, y que abogar por el primero estuviera bien visto mientras que hacerlo por el segundo fuera satanizado. Esa actitud biempensante de creer que apoyar a Residente nos hace mejores personas es más bien soberbia pura, arrogancia disfrazada de humildad.
Es insoportable esa costumbre cada vez más frecuente de querer imponerles a los demás nuestra versión de bondad, embutirla a la brava como si fuera Emulsión de Scott.
Es como si para algunos nada estuviera a la altura de sus estándares y todo lo que hacen los demás les atormentara: cómo visten y la música que oyen; el cine que ven, la forma en que tienen sexo, la comida que les gusta y la religión que profesan. Imposible vivir así, inconforme y en constante agonía, un continuo sufrimiento porque el mundo no es como ellos quieren. Una cosa es querer mejorar nuestro entorno, y otra, querer tener la razón a toda costa. Se las dan de liberales y en ocasiones censuran con la arbitrariedad de un dictador. Aseguran tener clara la línea entre defender una causa que consideran justa y joder por gusto, pero dudo que sepan diferenciar una cosa de la otra.
Esa actitud biempensante de creer que apoyar a Residente nos hace mejores personas es más bien soberbia pura.
Viven diciendo también que hay que normalizar o dejar de romantizar cualquier cosa. No sé, “Normalicemos almorzar solos” o “Dejemos de romantizar las películas de guerra”. En general, lecciones de vida de gente que ni idea en qué momento se graduó de guía moral. No sé qué tipo de héroes sin capa se creen si al final son idiotas útiles del sistema. Todos lo somos, pero más vale tenerlo claro en vez de andar por el mundo creyendo que lo estamos salvando.
Estamos manipulados y no lo sabemos. Recibimos al día más de cinco mil mensajes desde todos los flancos y aun así creemos que nuestras decisiones son libres y racionales, pero, sobre todo, acertadas; por eso sentimos que tenemos que contagiar al prójimo con nuestra sabiduría y advertirle sobre lo equivocado que está.
Es que juramos tener claro hasta por quién hay que votar. Eso también me llama la atención, la tenacidad con la que alguien le dice a otro “Mira, este candidato no sirve, es lo peor, vota por el mío, que ese sí vale la pena”. Pero de qué hablan, si los políticos llevan siglos usando las mismas tretas y el mismo discurso y aún no hemos aprendido a desenmascararlos.
¿De dónde sacan tanta seguridad para saber que esta vez va a ser diferente y que el candidato de su gusto no nos está manipulando? ¿Por qué dicen con tanto convencimiento que si votamos por uno diferente estamos cometiendo el peor error de nuestras vidas? No sabemos ni escoger detergente para lavar la ropa, vamos a tener claro quién es capaz de sacarnos de este caos.
Dejen de joder y más bien cómanse una de esas paletas Drácula que tanto romantizan.
ADOLFO ZABLEH DURÁN