¿Qué le pasa a la gente? La pregunta es retórica. La gente está jodida, vive con cara de que todo está bien, pero al final anda muerta por dentro. Tal vez sobramos, y el asunto de la reproducción debería ser replanteado. No sé si con el aborto, que usted me pregunta al respecto y ni idea de qué responderle. Más que decidir quién vive y quién muere, deberíamos preocuparnos por criar bien a quienes ya están acá, pero ese es otro tema.
Aquí lo que hay son personas mal hechas, que sobramos. Mis padres no estaban listos para traernos a mi hermana ni a mí, pero aun así lo hicieron y nos formaron como pudieron. A las patadas para mi gusto, pero ya estuvo. Gente defectuosa cría gente defectuosa, y es tal la cadena fallida de la procreación que producimos más odio que basura. El odio es hoy el producto de mayor venta en el mundo. Antes nos odiábamos en silencio, ahora está el internet para demostrárnoslo sin tener que mirarnos a la cara.
El mejor negocio es ser buena onda con todo el mundo, y nadie parece notarlo. Cuesta aplicarlo porque hay que estar en paz con uno mismo, y esa condición no abunda, de ahí que toque ser muy fuerte para no sumirse en la espiral de ira en que vivimos y, de paso, para poder recibir la cólera de los demás sin contagiarnos.
Porque uno mira bien y estamos llenos de personas que no soportan nada porque no se soportan a ellas mismas, por eso se levantan cada mañana a repartir su amargura. Odiar en pequeñas dosis está bien, que un poco de veneno no mata, pero otra cosa es odiar cualquier cosa solo porque existe, así como odiar lo obvio. Odiar a Arjona, a la Navidad, al reguetón y a los políticos no es novedad y poco sirve como terapia. Hay que ser originales hasta en lo que despreciamos.
Antes nos odiábamos en silencio, ahora está el internet para demostrárnoslo sin tener que mirarnos a la cara.
Y también hay grados. La mayoría de las personas no quieren hacer mayor daño, no sueñan con matar a alguien o arrasar una ciudad, les basta con herir un poquito al prójimo, hasta asegurarse de que pase un mal rato, por eso Twitter es uno de las incubadoras de intolerancia más exitosas. Quien ofende suele no tener nada personal contra el ofendido, solo quiere que se sienta tan mal como él. Está el ramplón, que junta vulgaridades con mala ortografía, pero también, el pasivo agresivo, que, escudado en su intelectualidad, usa un tono de superioridad con la intención de herir más que de instruir. Su objetivo no es compartir una idea, sino imponerse.
En otra liga está el que secuestra y asesina a su pareja en un centro comercial, el que mata a un anciano y sube el video a Facebook o el que tira desde una tribuna al hincha de un equipo rival. Todos ellos forman parte de ese grupo capaz de pasar del rencor de palabra a la acción destructiva. Y más allá, los líderes que atacan a sus propios gobernados o los que invaden países a sangre y fuego como si se tratara de un videojuego. Son enemigos de la vida, y les estamos siguiendo el ejemplo de acuerdo con nuestro nivel de furia porque, ya lo había dicho, es más fácil contagiar el odio que el amor.
Hay quien espera que alguien se muera para empezar a hablar mal del personaje, quien busca pelearse con el taxista así sea por quinientos pesos y el que en secreto espera que al fin se desate la tercera guerra, a ver si al fin nos vamos todos a la mierda. No deseo sonar como pastor cristiano, pero quiero dar testimonio de que yo era así y logré dejarlo. No siempre me sale, pero ahí voy. Yo sembraba odio porque quería que el mundo viviera mi mismo resentimiento, y así me iba. Y a propósito de cristianos, no conozco gente que exprese más odio que los religiosos extremistas. Han hecho de la fe una declaración de guerra y el negocio les ha salido de maravilla. En un mundo donde todos temen, ellos controlan las almas y el dinero. Otro día hablo de ellos, a ver cómo toman la vaina.
ADOLFO ZABLEH DURÁN