El otro día, en la presentación de mi segundo libro, un joven alzó la mano para preguntarme cómo pensaba yo que se escribirían libros en el futuro, ahora que existen IA, y si temía que fueran a remplazarme como artista en algún momento, como ya estaba sucediendo con los artistas gráficos. En ese momento respondí algo rápido, pero merecía una reflexión más ardua sobre el futuro del arte que nos espera a los jóvenes.
Como he mencionado en otras columnas, el mundo del trabajo está sufriendo una transformación rápida debido a la integración de las nuevas tecnologías, lo que hará que se pierdan empleos, pero a su vez que tengamos más tiempo libre. La reforma laboral, de este mundo de la tecnología, no habla nada, pero no quiero ahondar en eso por ahora. El mundo del arte no escapa de las IA; de hecho, están haciendo que cualquier arte sea democratizado y de fácil . Podemos pedirle a un computador que nos muestre qué hay más allá de los bordes de cualquier pintura de Dalí o Van Gogh, sin necesidad de revivirlos y con precios que, en la gran mayoría de casos, llegan a ser ínfimos frente a la obra original.
Los empresarios están alegres con estos avances porque hacen más económicos los procesos de creación que dependían de la contratación de un ser humano, de un joven diseñador o artista que necesita el sustento para vivir.
Me gustaría ser profético y apocalíptico, pero sin el temor con el que algunos lanzan esta misma afirmación: las IA remplazarán todo. Lo mismo que ahora expongo en las artes aplica para otras áreas. El trabajo será remplazado, pero no significa que dejaremos de trabajar; como menciona Hannah Arendt, nuestro sentido de vida se basa en la utilidad de nuestras acciones, por lo que trabajaremos para nuestro propio beneficio. Ya no el de un jefe, de una compañía, de un burgués, sino para nosotros mismos.
Sin duda, este cambio profundo en la relación con el trabajo abrirá más la puerta a que se desarrollen problemas de salud mental, pues nos enfrentaremos a que no tengamos que trabajar para subsanar las necesidades básicas y ese vacío angustiará a algunos, sobre todo a los mayores, pues los jóvenes en realidad nunca hemos querido trabajar al mismo nivel que lo querían nuestros abuelos o padres.
Aunque los jóvenes ahora creemos que vale la pena volver a nuestros orígenes, volver a lo natural, volver al arte primigenio, volver a la idea de un mundo pretecnificación. No podemos esperar competir con las nuevas tecnologías. Siempre que un nuevo artista quiera exponer su arte al mundo, veremos cómo es copiado, comercializado e industrializado hasta perderse su autoría. No podremos afirmar que lo que hace valioso a ese arte es nuestra mirada particular del mundo, porque será difícil (o imposible) reconocer si un arte es humano o producto digital.
Sin embargo, como afirmé, esta situación no me preocupa y no debería preocuparles a los artistas y jóvenes que estamos viendo de cerca todos estos cambios. Pues, aunque no trabajemos o hagamos arte para subsistir, sí haremos arte para nosotros mismos. El arte volverá a ser una expresión personal e íntima, algo que se esconde y escapa de los intereses del mercado. El arte volverá a tener aura, como mencionaba Walter Benjamin, porque ya no buscará ser comercial o rápido como lo exige el mercado. El arte no será expuesto, ni tampoco valioso.
Descubriremos y nos enfrentaremos a un nuevo sentido del arte para nosotros mismos. Por eso considero que no debemos acercarnos a esta nueva edición de la FILBo con ojos consumistas, sino con un afán de conectar con el espíritu de las obras de arte, es decir, con los autores.
ALEJANDRO HIGUERA SOTOMAYOR