Siempre hay que mirarle el colmillo al caballo regalado, especialmente si proviene de lugares confusos. Usted, que lee las columnas de EL TIEMPO, es probable que pertenezca a un segmento casi homogéneo: hombres y mujeres de ingresos medio-alto, de más de 30 años, que viven en ciudades capitales. Es un público que gasta mensualmente en gasolina, según el Departamento Nacional de Estadística, entre $ 45.000 y $ 110.000.
Usted, lector habitual u ocasional de este diario, es seguramente beneficiario de un regalo que le da el Gobierno Nacional por tener carro. Porque al salir a tanquear en una estación de servicio ha llegado a pagar incluso la mitad del precio real de la gasolina. El resto es un obsequio que le han hecho las familias más vulnerables del país, sin que ellas se enteren y sin que usted lo merezca.
Por cada billón de pesos que la nación gasta en subsidiar el consumo de combustible, 24 % va a hogares de estratos altos. Mientras un hogar con ingresos mensuales de $ 330.000 recibe un subsidio de $ 5.000 en gasolina, un hogar con ingresos superiores a los $ 5’000.000 recibe $ 75.000. Darle más al que tiene más es un principio de la regresividad y la injusticia social.
El problema no es solo quién recibe estos subsidios, también es de dónde salen los recursos.
La forma como está estructurado el esquema que define los precios de los combustibles hoy nos tiene pagando una de las gasolinas más baratas de la región, solo superados por Venezuela y Bolivia. Lo anterior no es un logro para celebrar. Todo lo contrario. Es una de las formas de intervención del Estado en el mercado que más daño le hace a la equidad.
El problema no es solo quién recibe estos subsidios, también es de dónde salen los recursos. Solo el año pasado el país completó casi 40 billones de pesos destinados en parte a tanquear carros, camionetas, industrias y familias que no necesitan ayuda.
Afortunada –e impopularmente– el Gobierno ha venido aumentando el precio de los combustibles. Porque si seguíamos como veníamos, en dos años íbamos a gastar $ 80 billones de pesos en esos subsidios. Con ese dinero se podría atender el déficit pensional, emprender el programa de infraestructura más grande de la historia del país, aumentar el gasto en seguridad y, tal vez, nos sobraría dinero.
Este caballo regalado difícil de rechazar es cojo y no tiene cómo sostenerse; su lomo está curvado por la carga pesada que lleva a cuesta; ha envejecido mal y necesita tener bocado que lo haga frenar o le dé dirección. Es un regalo con colmillo desgastado e inflamado que ha dejado un hueco fiscal de grandes proporciones.
Se debe tener en cuenta también que, cuando se aumenta el precio de los combustibles, esos pesos de más van para el saneamiento de las cuentas del Estado y no para alguna empresa.
El combustible regalado es, como tituló The Economist, bueno para la política, pero malo como política pública. La decisión de este Gobierno de ir subiendo paulatinamente los precios ha sido acertada.
ALEJANDRO RIVEROS GONZÁLEZ