Como crecimos siendo una patria sin madre, porque a la que creímos que lo era la desterramos al emanciparnos, buscamos con ansias un padre que nos llevara de la mano a cumplir el objetivo de nación. De allí ese caudillismo absurdo e irracional que subordina nuestra libertad de pensar como individuos.
De allí esa manía de ver como héroes a quienes dicen lo que queremos escuchar, que nos tratan con condescendencia, nos hacen promesas incumplibles y nos llenan de esperanza en medio del vacío patriarcal.
Romantizamos a quien con simpatía y agresividad establece un vínculo que rompe la desconfianza. Somos todos —especialmente en época electoral— niños ingenuos que reciben dulces de desconocidos a pesar de que sabemos lo que significa.
Hablo en plural porque alguna culpa debe recaer en cada uno de nosotros por haber permitido el crecimiento de movimientos populistas y el descenso del debate de las ideas.
Hay líderes por todo el mundo con síndrome de Hibris que exponen sin rubor su soberbia y ambición. Son esos líderes quienes pueden crear, en un chasquido de dedos, un Estado despótico imparable, el leviatán sin cadenas; el monstruo que ansía el desequilibrio de poderes y la ausencia de libertad.
Antes se pensaba que a cualquier sociedad, comuna o pueblo le bastaba con tener un Estado para garantizar seguridad, libertad y servicios básicos. Pero la realidad es que no todo Estado puede hacerlo. Hay casos donde existe Estado, pero este es poderoso para restringir la industria y a la población, y débil a la vez para garantizar el orden y la equidad.
Hay que votar de acuerdo con nuestras convicciones, no importa los matices de estas, siempre y cuando sea por líderes trabajadores, honestos, cuidadores del poder del Estado.
Por eso debemos pensar qué características deben tener nuestros líderes y nuestro Estado. Como la pintura de Ambrogio Lorenzetti en el palacio de Siena llamada Alegoría del buen gobierno, donde aparece un gobernante rodeado de virtudes indispensables: fortaleza, prudencia, paz, templanza, justicia y magnanimidad.
Con estas particularidades, sumado a instituciones sólidas, rendición de cuentas y a un equilibrio de poderes establecido, muchas comunas de Italia lograron niveles altos de libertad en los siglos IX y X que incentivaron la empresa, el comercio y una mejor calidad de vida para los habitantes.
En Colombia hemos logrado ponerle cadenas al gigante leviatán para evitar su tiranía, y hemos caminado —lentamente, es cierto— por ese pasillo estrecho que menciona el profesor James Robinson donde el poder del Estado y el poder del pueblo deben ir de forma equilibrada. Así hemos logrado avances contundentes como la Constitución Política de 1991, un crecimiento económico estable, un alto nivel de cobertura en servicios públicos, crecimiento de escolaridad y aumento de industrias como la de energía, el turismo, el sector financiero, la agricultura, entre otras.
Colombia ha avanzado gracias a muchos liderazgos auténticos y a pesar de muchos líderes negativos.Pero nunca faltará quien desprecie cualquier progreso, para vender un borrón y cuenta nueva institucional, para hacer tabula rasa.
Este año electoral será importante para el país. Cada líder que escojamos en el Congreso y cada miembro del próximo gobierno definirán nuestro futuro y el de nuestra democracia. Hay que votar de acuerdo con nuestras convicciones, no importa los matices de estas, siempre y cuando sea por líderes trabajadores, honestos, cuidadores del poder del Estado y del poder de la gente, dignos de estar en la pintura de Lorenzetti.
ALEJANDRO RIVEROS GONZÁLEZ