En septiembre de 2020 el diario inglés The Guardian publicó un artículo escrito completamente por un generador de lenguaje que intentaba convencer a los lectores de que la inteligencia artificial y los robots venían en son de paz. A partir de allí, sino antes, escritores, analistas, periodistas y filósofos se han sumergido en el debate sobre la pérdida de autonomía y libertad individual; el poder y potencial del uso de los datos y de la tecnología para suplir las tareas humanas, incluyendo la del periodista.
El sistema ChatGPT está de moda, y cualquiera puede pedirle que redacte tareas, ensayos, poemas y chistes. Pero el dilema ético viene desde antes. El filósofo coreano Buyng-Chul Han presentó en un ensayo al phono sapiens, una especie de hombres y mujeres que cambiaron la actividad por la elección, la labor del trabajo con sus manos por la ociosidad, despidiéndose de la libertad de hacer.
Dice este autor que, con la innovación y la tecnología, los conceptos de libertad cambiaron. En la época clásica significaba no ser esclavo de alguien más. En la modernidad, estaba relacionada con la autonomía para ejercer actividades. Hoy tenemos una libertad de elección y consumo donde nuestros dedos escogen qué tanto le hacemos caso a la aplicación de movilidad, a la lista de canciones que un software selecciona por nosotros, o a al algoritmo que nos invita a visitar los restaurantes que disfrutamos.
La filosofía y tecnología autónomas son dos campos de estudio que se han entrelazado de manera cada vez más estrecha en los últimos años. Por un lado, la filosofía ha proporcionado una base teórica sólida para la investigación en inteligencia artificial, mientras que esta última ha planteado nuevos y desafiantes problemas metafísicos. Esta relación simbiótica es esencial para el progreso en ambos campos.
El mundo sigue ahí afuera esperando a ser experimentado, en lugar de ser solo observado a través de otros y siendo convertido en datos.
Uno de los principales aportes de la filosofía ha sido el desarrollo de teorías sobre la mente, la cognición y el lenguaje. Estas hipótesis han proporcionado un marco conceptual para el diseño de sistemas virtuales que simulan el pensamiento humano. Por ejemplo, la teoría de la mente de Daniel Dennett ha inspirado el desarrollo de computadores capaces de razonar sobre las creencias, deseos e intenciones de otros agentes.
Lo anterior trae problemas sobre la ética y la responsabilidad. ¿Quién es responsable si un sistema de inteligencia artificial causa daño? ¿Cómo se pueden garantizar que los sistemas sean justos en sus decisiones? Estos dilemas son especialmente relevantes en aplicaciones como la toma de decisiones médicas o la conducción autónoma.
Pero, además de la contrariedad anterior, estamos viviendo un problema de idiotez humana. Nos estamos convirtiendo en consumidores y productores de información y no de cosas reales. Es como si viviéramos en la cueva de Platón, encadenados y con la mirada fija a una pantalla creyendo que todo es real cuando nuestros ojos van detrás de imágenes de comida, playas, carros, gente siendo feliz. Entre tanto, el mundo sigue ahí afuera esperando a ser experimentado, en lugar de ser solo observado a través de otros y siendo convertido en datos.
Así se lamenta Buyng-Chul Han en el libro No-cosas: “Hoy corremos detrás de la información sin alcanzar un saber. Tomamos nota de todo sin obtener conocimiento. Viajamos a todas partes sin adquirir experiencia. Nos comunicamos continuamente sin participar en una comunidad. Almacenamos grandes cantidades de datos sin recuerdos que conservar. Acumulamos amigos y seguidores sin encontrarnos con el otro”.
Explica Yuval Harari que para 2050 podría surgir una clase inútil de personas que habrá confiado su libertad completamente a robots y teléfonos que, a través de la infotecnología y la biotecnología reestructurarían la economía y la sociedad. Lo curioso, concluye el autor del libro 21 lecciones para el siglo XXI, es que estos seres artificiales representarían problemas no por su inteligencia sino por la irracionalidad de sus amos.
ALEJANDRO RIVEROS
*Columna escrita a “cuatro manos”, un cerebro y un procesador: seis párrafos son aportes de un humano y tres párrafos de un robot.