Grace Marks es una incógnita. Una joven irlandesa que emigra en barco con su familia al Canadá. Su madre muere en la travesía por una oclusión intestinal, y su padre es un hombre fallido, un bellaco. Es la protagonista de la novela de Margaret Atwood Alias Grace, declarada en julio de 1843, cuando tenía apenas 16 años, cómplice de los asesinatos de Thomas Kinnear y de su ama de llaves y amante, Nancy Montgomery. Grace es la criada, y el asesino es el exsoldado McDermott, que funge de cuidador de establos y, al parecer, estaba enamorado de ella.
Lectora de la Biblia, Grace dice que el día del crimen vio una luz plateada y era Dios, que había entrado en la casa, porque él estaba en todas partes. La muchacha, pálida y de ojos azules, sufre vacíos de memoria y en ese descenso al infierno es condenada a cadena perpetua y habita un par de años en un manicomio donde es maltratada física y emocionalmente, pero logra sobrevivir.
Atwood, en esta novela histórica, utiliza una estructura plural: con recortes de la época, cartas y fragmentos de escritores reconocidos. Pero su mayor ambición literaria es penetrar en la “naturaleza femenina” de la implicada. Ocho años después de los homicidios, Grace es entrevistada por Simon Jordan, un doctor de los nervios que considera el siglo XIX el siglo de la mente. Los encuentros acaecen al frente del penal, en la casa del alcaide, pues una comisión de notables duda de su culpabilidad y piensa que el verdadero homicida es McDermott, quien antes de ser ahorcado culpa a Grace de incitarlo a la barbarie.
Atwood acude a un juego de voces que dinamiza la historia y expande el misterio. Grace nos habla en primera persona, y cuando Jordan aparece en escena lo hace a través de un narrador omnisciente. Jordan anota para armar el rompecabezas, y Grace relata su escabrosa vida bordando edredones. Sombría, inteligente, luminosa, irónica, dependemos de sus palabras, del misterio que ellas encarnan. Cuanto más la conocemos, no sabemos si es una santa, una loca o el simple resultado de sus circunstancias. La pesquisa de Jordan se encamina al oscuro día en el cual los demonios se aliaron con la fatalidad.
En esta novela hay más de un culpable, todos somos culpables de alguna manera. Entre Penélope y Scheherezade, Grace advierte el asunto: “Si nos juzgaran por nuestros pensamientos, nos ahorcarían a todos”.
ALFONSO CARVAJAL