Medio siglo con Borges es un libro breve, sorprende cuando Vargas Llosa ha escrito ensayos largos como La orgía perpetua, dedicado a Flaubert, y Viajando a la ficción, inspirado en Onetti.
El texto reúne entrevistas en París, Buenos Aires, algunas reflexiones, pero lo más valioso, hay que leer entre líneas, es la mirada que el gran narrador peruano hace en el espejo, un espejo laberíntico, sobre la compleja obra del argentino.
Hay de todo, como cuando el arequipeño se asombra de la austeridad en que vive Borges, una gotera sobre la sala, y observa con perplejidad el estrecho catre de niño donde acaecen los sueños del porteño; me recordó a Jaime Bayly, al señalar que una de las grandes virtudes de Roberto Bolaño fue “no tenerle miedo a la pobreza”, es decir que la literatura navega por encima de las comodidades burguesas.
Vargas Llosa pone de entrada sus diferencias; mientras que sus demonios u obsesiones son la historia, el erotismo, en un nivel temático, el otro, Borges, se ensaña en las instancias del tiempo, en mundos abstractos de raigambre filosófica; ahonda en la forma y se regocija con la elegancia y síntesis de la prosa borgeana, a quien compara con Cervantes y sobre todo con Quevedo, en lo referente al estilo y la argucia intelectual. Subraya que, al igual que Alfonso Reyes, Borges supo mimetizar la cultura europea a su origen suramericano, mixtura que engrandece su creación literaria.
Algo más: reitera Vargas Llosa que aunque Borges fue crítico de la excesiva retórica del idioma español, trabajó este aspecto y supo darle un carácter pensante y revolucionario a la lengua. Advierte que abominó el nacionalismo y defendió la idea de “sentir todo el mundo como nuestra patria”, que le da un prisma universal y también cierta ingenuidad en sus actitudes políticas.
Entre sus cuentos favoritos señala Ruinas circulares, Los teólogos y Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Vargas Llosa recuerda que Borges no escribió novelas y describió el género como “desvarío laborioso y empobrecedor”, que no se necesitan 500 páginas para esgrimir algunas ideas, y se defiende afirmando que los grandes novelistas no son “prosistas perfectos”, porque Borges casi logró la perfección en mundos microscópicos.
Un libro en contravía que, a través de dos antagonistas, enriquece al lector en el mundo ancho y ajeno del quehacer literario.
Alfonso Carvajal