¿Qué hace a La gente de la universal, una película canónica de nuestro cine? Hace casi 30 años me fascinó; la volví a ver en estos días, no existía el celular, se utilizaban esos teléfonos negros horrorosos y pesados, y los teléfonos públicos con monedero, tan eficaces en esos tiempos remotos, es decir, una tecnología precaria a los ojos de hoy: eso es pura anécdota. Si algo queda indeleble en el tiempo, son sus riesgos formales y conceptuales, de allí su complejidad.
Es una película bizarra, ¡qué maravilla! Detectivesca, en un auténtico formato criollo: la agencia investigativa La Gente de la Universal funciona en el antiguo edificio de El Espectador en la Jiménez, con una panorámica de ojo de pescado; su guía es un exsargento de la Policía, Diógenes Hernández, interpretado por un aguerrido Álvaro Rodríguez. Lo acompañan su esposa, Fabiola, interpretada por una fogosa Jennifer Stevens, y el sobrino de Diógenes, Clemente (Róbinson Díaz), que funge de mensajero.
Una llamada desde la guandoca de Gastón Arzuaga, un mafioso español, dinamita el argumento. Arzuaga cree que su amante Margarita le clava los cuernos y solicita un seguimiento 24 horas. A partir de ahí, es un derroche de imaginación y oficio.
El enfoque psicológico de sus personajes es abrumador, a cada uno lo suyo, que hacen de la acción y los diálogos un extraño mural plástico; de entrada, nos meten en la historia, muy colombiana y universal como su título; allí ruedan la mentira, la traición, el amor, la lealtad, la hipocresía, el poder y la criminalidad, porque la trama acaece en los bajos fondos. Un humor corrosivo cubre la piel de la película de principio a fin.
El ritmo es el vértigo. Una combinación de efectos, como esos primerísimos planos, esas jetas que gesticulan y hablan, esos dientes que muerden nuestros sentidos, esa cámara rápida arrollando nuestros pensamientos.
Un guion escrito por Manuel Arias, Guillermo Calle y el director Felipe Aljure redondea la dramaturgia cinematográfica. El detective, el portero, los policías, los guardias se mueven con el soborno, a la untada de dinero para lograr sus fines. Tres espacios ocupan el paisaje: la agencia, motor de sentimientos; la cárcel, nicho de maldades, y la calle, el sabor de la vida. Una cinta que el tiempo no ha desvalorizado porque en el riesgo halló la partitura de su arte.
Alfonso Carvajal