En sus cuentos encontramos la impronta de una sabiduría elemental. En sus novelas, un fascinante hermetismo. Clarice Lispector, nacida en Ucrania y brasileña de corazón, realiza un viaje al interior, a entender desde el inconsciente qué somos y sentimos. En el epígrafe de su novela Un aprendizaje o El libro de los placeres, dice: “Me dio una libertad tan grande que me dio miedo... Está muy por encima de mí. Yo soy más fuerte que yo”. Más que la descripción ahondamos en la introspección, donde el lenguaje y el pensamiento están en permanente simbiosis. La escritura como un trasegar en vivo; de ahí, la intensidad que recorre el relato.
Un narrador omnisciente se acerca a la historia de amor entre Lori, seguramente un Yo de Clarice, y Ulisses, un hombre experimentado y misterioso. Ella es una maestra de escuela, una burguesa de provincia, y él, un profesor de una facultad universitaria, un socialista urbano. Existe el deseo entre los dos, pero antes de consumar el amor se sumergen en un aprendizaje que les permite atravesar sentimientos como el dolor, el deseo, la ansiedad y su ser en la tierra. Sobre todo, reinar en la paciencia.
En ciertos momentos de la novela oímos sus voces a través de diálogos, donde el escepticismo y un temor a veces sutil, otras veces salvaje, nos desliza en arenas movedizas.
La protagonista principal es Loris, y Ulisses sirve como un interlocutor inteligente. Las divagaciones de la mujer son una cartografía del alma y sus vicisitudes. “Un cuerpo es menor que el pensamiento”, piensa en un momento Lori. En la soledad, sabe cómo “sentir y actuar dentro de un sistema”. El amor es una aventura, una indagación incierta, pues el sistema se desarticula y es perderse en otras latitudes y también una forma de que el mundo entre en uno. En el silencio, hay que aprender a callar para no extraviarse en las palabras. Percibe a Dios como un sustantivo, le llama el Dios, porque es pura sustancia. El dolor no se puede cortar como una rama a un árbol, sin el dolor también se hubiera quedado extraviada en su propio mundo y sin o con los otros.
Tenemos hambre de vivir y una manera de saciarlo es la literatura. También emergen las pinceladas poéticas: “En el cielo desnudo y azul ninguna nube de amor que llore”. Cuando por fin se entregaron, penetraron en las viscosidades de sus cuerpos y almas, sintieron “el temor de morir de amor”.