En un principio me recordó a El poeta asesinado de Apollinaire, por su ritmo, su extravagante trama y el estrépito de los sucesos. Una joven embarazada mata a su marido porque no le gustó el nombre que deseaba ponerle a la criatura y unos meses después se ahorca en la cárcel. Allí comienza la historia de Plectrude, niña de un fascinante y distorsionado mundo interior. Prolífica, Amélie Nothomb, escritora belga, que vivió en Japón, China, los Estados Unidos y Birmania, ha escrito un libro cada año desde 1992; ondula entre la literatura y el best seller. Fue reconocida por Higiene del asesino (1992) y Estupor y temblores (1999), novela premiada por la Academia sa donde realiza una catarsis autobiográfica.
Llegué a Amélie Nothomb por el azar de leer algo nuevo y me impresionó la explosiva claridad de su prosa. Volvamos a Plectrude, la protagonista de Diccionario de los nombres propios (2002). Luego de la muerte de su madre es adoptada por su tía Clémence, que tiene en su haber ser una bailarina frustrada. Simultáneamente se tejen las temáticas de la infancia y la educación, en la cual la sensibilidad artística es vista con desprecio. Ahí aparece la salvación de Plectrude, que encuentra en el ballet su ser en este mundo. Solo tenía una obsesión: la danza. La disciplina y la magia del movimiento, la sutileza y un aire trágico. “El Grial del ballet es el despegue”, y ella poseía ese empuje inicial, pero la danza clásica esconde un ideal siniestro, pues “los estragos que puede provocar en un espíritu joven equivalen a los de una droga dura”. A los 13 años se enamora en la escuela de Mathieu Saladin, quien posee una llamativa cicatriz en la boca, que emociona a Plectrude. Sabe que será suyo en uno o mil años. El excesivo rigor del ballet, la dieta alimenticia la sacan del camino. Una grave lesión fulmina el sueño. Clémence le quita sus afectos y le relata sin piedad su pasado. Intenta cantar, intenta cualquier cosa y se acerca al destino gris de su madre: se embaraza circunstancialmente. Nothomb recuerda lo que Platón llamó la mitad amorosa, “ese otro ser que circula por alguna parte y que conviene encontrar a riesgo de permanecer incompleto hasta el día de su muerte, es todavía más auténtico en el caso de los libros”. Es un cuadro de almas martirizadas y a la postre la fatalidad se convierte en un divertimento. ¡Voilà!
ALFONSO CARVAJAL