América Latina debe mirar a Finlandia

Mientras el mundo entero se reinventa para recuperar la riqueza y esfuerzos perdidos desde el covid, son muchos los interrogantes sobre el futuro de nuestra América Latina.

Una región rica en talento, biodiversidad, cultura y espíritu, pero también una región profundamente herida por las desigualdades, la informalidad, la corrupción, la desconfianza institucional y las 3 dictaduras que algunos disimuladamente pretenden llegar a emular.

¿Qué nos impide garantizar que cada niña y cada niño en América Latina tengan las mismas oportunidades reales de alcanzar su máximo potencial?

La respuesta es clara: no hemos construido un verdadero modelo de equidad. Hemos confundido muchas veces la asistencia y los subsidios que empobrecen la dignidad con justicia social, las transferencias con transformación.

Y, sin embargo, sí existen referentes. Uno de los más consistentes, sostenidos y irados es el modelo de equidad de Finlandia. Un país que, pese a su clima adverso y su reducido tamaño, ha logrado edificar una sociedad cohesionada, productiva y profundamente justa. ¿Cómo lo hizo? Lo hizo a través de cinco pilares que América Latina debe adaptar con decisión:

Primero, una educación pública de excelencia, universal, equitativa. En Finlandia, los mejores estudiantes quieren ser maestros, y los maestros son agentes de transformación. En nuestra región, aún hay miles de escuelas sin agua potable o conectividad. Esto no puede seguir siendo normal.

Segundo, servicios sociales y de salud universales, que previenen, protegen y promueven bienestar. Mientras en Finlandia la atención médica es un derecho garantizado, en muchos de nuestros países aún hay ciudadanos que deben elegir entre comprar medicinas o alimentar a sus hijos.

Tercero, igualdad de género estructural. No basta con leyes, necesitamos cambiar la cultura del respeto y la valoración de las capacidades de la mujer, la cultura del cuidado recargado casi exclusivamente en hombros femeninos, cerrar las brechas salariales y reconocer a las mujeres como motor del desarrollo económico.

Cuarto, una política fiscal redistributiva y transparente. En Finlandia, los impuestos se ven como un aporte al bien común. En América Latina, necesitamos una nueva pedagogía tributaria y un sistema que cobre más a quienes más pueden aportar.

Y quinto, instituciones confiables, profesionales y abiertas a la ciudadanía. No hay equidad sin justicia, ni justicia sin confianza. El Estado debe estar al servicio, no por encima de las personas.

Se trata de aprender con humildad y adaptar con coraje. El compromiso con la dignidad humana es universal. Y la equidad no puede seguir siendo un discurso; debe ser una decisión política, presupuestal y ética.

Es posible construir una América Latina que no deje a nadie atrás. Pero debemos empezar ya: desde la infancia, desde las regiones más olvidadas, desde la educación, desde el respeto.

En el maravilloso libro De la equidad al crecimiento, los profesores José Antonio Ocampo, Jonathan Malagón y Andrés Narváez analizan críticamente la relación entre equidad y crecimiento económico en América Latina en el contexto de un creciente malestar social capitalizado por discursos populistas y autoritarios con graves consecuencias para la estabilidad democrática, del cual resalto algunas de sus recomendaciones clave para los gobiernos latinoamericanos. 1) Evitar políticas asistencialistas sin respaldo fiscal. La equidad no debe perseguirse mediante subsidios clientelistas, sino mediante reformas estructurales para lograr educación, productividad y movilidad social. 2) Fortalecer la gobernanza. 3) Instituciones públicas eficientes y transparentes. 4) Inversión en capital humano y tecnología: educación, salud, digitalización y equidad de género son prioridades para mejorar productividad y cohesión social. 5) La política fiscal debe ser progresiva y sostenible, a la vez que estimule la inversión privada.

Solo con equidad habrá verdadero desarrollo. Y solo con seguridad y justicia habrá paz.

MARTA LUCÍA RAMÍREZ