Llevo un poco más de doce años ejerciendo el periodismo y aún no me alcanza para vivir del oficio, aunque lo haya estudiado. Ni siquiera puedo contar con mi verdadera y titulada profesión para amortizar ciertos gastos caseros. Muy lejos está ―en mi caso― de ser un sustento personal o una entrada extra a la cual se le puedan endosar dos o tres facturas; ídem, literatura y libros publicados. No obstante, tanto en lo primero como en lo segundo, ¡los ejerzo a rajatabla como un deber cívico juramentado! Incluso, antes de la pandemia, en sala de profesores, siempre le robaba tiempo a la cátedra para esta mezquina profesión e hipnotizadora pasión mientras los demás catedráticos socializaban el tiempo libre con un café y yo nutría, sin premeditada intención, una cruel fama de profesor huraño. Pero jamás le negué un diálogo o palabra a todos los curiosos colegas que se acercaban para saber por qué siempre estaba escribiendo algo.
Para mí, la historia ―sin investigación fiscal― y los recuerdos de un caótico Medellín en el cual crecí me dictaron una ecuación simple: el cartel de Medellín intentó, en reiteradas ocasiones, asesinar a Maza Márquez y Galán, por su parte, le había declarado la guerra al narcotráfico; es decir, ¡ellos dos ―en teoría― estaban en el mismo bando! Luego, los años continuaron su curso…
Tenía una antigua cuenta en Twitter cuando me enteré de la condena contra Maza Márquez y desde allí me di a la tarea de ar de inmediato a Jhon Jairo Velásquez, alias Popeye. No recuerdo exactamente cuánto tiempo pasó para que él me respondiera, pero lo hizo. Mi interés y curiosidad eran conocer todo sobre esta sorpresiva condena contra el hombre que Pablo Escobar intentó asesinar a cualquier precio. Después de los mensajes privados en Twitter pasamos ―con la misma dinámica de preguntas y respuestas― a los mensajes de texto y audio en WhatsApp.
Mis inquietudes sobre mafias o carteles y sus aceleradas respuestas que parecían un libreto memorizado, obviamente, iban induciendo a otros temas y en esa espiral de consultas, ‘Popeye’, muy desenfrenado para hablar y con una muy extraña necesidad de ser escuchado, habló también del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado por parte de los carteles de la mafia sin nombrar o mencionar ―en ningún momento― directa o indirectamente a las Farc*, con explicaciones que yo encontraba coherentes por el acontecer noticioso. Todo muy lógico en ese entonces...
“El magnicidio del doctor Álvaro Gómez Hurtado se encuentra inscrito en un plan criminal ejecutado dentro de un patrón sistemático y generalizado contra la población civil, orquestado por los narcotraficantes de turno ―cartel del norte del Valle―, por lo que en razón al carácter inalienable de los derechos conculcados, la gravedad del hecho, el derecho de las víctimas y la obligación del Estado de investigar y juzgar los responsables (…) la presente acción penal se hace imprescriptible”, determinó la Fiscalía al declarar el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado y de su asistente José del Cristo Huertas como crímenes de lesa humanidad.
Antes del anterior comunicado de la Fiscalía General de la Nación, la situación ―como un ejercicio de memoria y moral periodística― iba por otro rumbo muy diferente.
La presentación de Enrique Gómez Martínez, en una entrevista de María Jimena Duzán el 27 de noviembre de 2014, tiene una exposición muy puntual: “Es sobrino de Álvaro Gómez Hurtado. (…) Sus investigaciones se centran en las declaraciones de alias Rasguño, según las cuales el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado habría sido ordenado por el antiguo jefe del cartel del norte del Valle, Orlando Henao, conocido como el ‘hombre del overol’, quien había recibido instrucciones del entonces presidente Samper y el entonces ministro de Gobierno, Horacio Serpa. La investigación adelantada por Gómez Martínez sostiene que el crimen se hizo para ocultar los oscuros hechos del proceso 8.000, en el que se han asesinado a más de 35 personas”. Después, más adelante, Enrique Gómez Martínez le relata a la periodista Duzán su desconcierto por declaraciones del entonces vicefiscal, Jorge Perdomo, quien había afirmado: “Por ahora no hay elementos que permitan a la fiscal del caso inferir que se trató de un delito de lesa humanidad, porque no se cumplen los postulados que exige la ley”, declaró el vicefiscal Perdomo ante los periodistas en un evento en Barranquilla.
¡¿Qué raro?! En casi sesenta casos previos, la propia Fiscalía había declarado casos de lesa humanidad otros hechos con los mismos “conjuntos de pruebas” que ―de un momento a otro y como por arte de magia― ya no eran válidas para el caso Gómez Hurtado; además, como lo señala el documento de cincuenta y dos páginas, “…la motivación no fue otra que la de evitar su extradición en caso de una caída del gobierno (de Ernesto Samper Pizano) y la protección de sus emporios económicos hechos en el bajo mundo del narcotráfico”. Hasta que llegaron las Farc más de veinte años después con una nueva pieza del rompecabezas que no encaja ni a martillazos. Pero “si lo dicen las Farc, ¡hay que creerles!”.
Yo desconozco por completo la intención de las Farc para atribuirse, de la noche a la mañana, el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado después de la muerte de ‘Popeye’, vital saber a quién o quiénes se favorecen con este giro de tuerca; ergo, inquietante, además, la razón por la cual en el antiguo canal de YouTube de Jhon Jairo Velásquez ya no están disponibles todos los videos que él grabó hablando de alianzas políticas y mafiosas.
No tengo intereses financieros como periodista o columnista porque ―como lo afirmé en el primer párrafo― este oficio no paga mis facturas; tengo muy claro también lo que Jhon Jairo Velásquez habló conmigo, que, estoy seguro, lo debió hablar también con profesionales más reputados de este mezquino y peligroso oficio que no paga facturas, pero donde sí pululan las amenazas.
*Ese era un audio en WhatsApp muy puntual y lo busqué durante más de cuatro días sin resultados; mas, aún tengo su número registrado con su nombre y alias, pero ya fue asignado a otra persona.
Andrés Candela