Creo que hace mucho tiempo debieron sonar las siete trompetas apocalípticas; mas no las escuchamos tronar por las dos únicas hipótesis que se me ocurren: estamos jodidamente sordos; ensimismados en nuestras desfiguradas protestas virtuales y creyendo que cambiaremos el mundo con impersonales ‘me gusta’ desde las redes sociales; luego, cuando las llevamos a la ‘práctica’ (la calle), cualquier noble objetivo se desdibuja completamente con los más enajenados protagonistas: encapuchados, vándalos, saqueadores que –en su gran mayoría− siempre desconocerán los excelentes resultados históricos que se han logrado gracias a multitudinarias marchas que jamás apelaron al vandalismo. La marcha de la sal, por ejemplo, cuando la opresión ya había destruido todas las libertades y la destrucción de lo material carecía de todo sentido. La segunda y más simple hipótesis: no han sonado las trompetas porque todavía las limpian y las afinan. Los ángeles apocalípticos no han sido citados, y nosotros apenas estamos viendo un grupo de bufones de pacotilla como teloneros del último espectáculo: Trump, Maduro, Evo, Ortega, Boris Johnson... ¡La lista es larga y bien nutrida!
Esta ralea de infaustos políticos o ramplones payasos mandatarios −sin importar la ideología− siempre serán lobos con pieles de cordero en elecciones; demonios tentadores ante los votantes dudosos; oportunistas y manipuladores que pululan ante un simple clamor atemporal de toda sociedad: ¡condiciones dignas de bienestar para todos!, aunque existan las diferencias salariales. Pero en ellos es latente la falta de tacto, que les deja ver las orejas y los colmillos rápidamente.
Esa falta de tacto que ostenta por completo la política mundial son virtudes que −parece ser, y pese a la demencia− le sobraron al Joker en la más reciente adaptación cinematográfica, para conducir fácilmente una ciudad al caos o al mejor de los modelos sociales si así lo hubiera querido; y −lo asumo− me hubiera muerto de tedio con un Joker humanista, llorón y mojigato.
Nos tenemos que preguntar si nuestra iración por un personaje con tantos desórdenes mentales, capaz de estremecer una sociedad, forma parte también de un anquilosado conformismo
Me cautivaron las escenas del Joker con sus miserias expuestas para su psiquiatra, su frágil condición mental y social contemplada desde esa frontera entre locura y un mínimo de cordura a la cual el personaje aún se aferraba para ‘encajar’ a martillazos imaginarios en una sociedad aparentemente benévola que aplaude o sataniza como focas amaestradas bajo la batuta de un presentador capaz de hacer sentir dioses a sus televidentes, si así lo quisiera, y también inmisericorde a la hora de aplastar a pobres diablos sin suerte que intentan obtener la misma popularidad que solo él puede otorgar y istrar.
No sé si el cansancio, la reiteración de promesas populistas y lo predecibles que son los políticos, con todas sus mentiras −precisamente cuando están en elecciones−, nos lleva a sentirnos atraídos por la falta de cordura de personajes como el Joker, quien sin escrúpulos ajusticia al patrón de su burla y logra cambiar en una sola noche todo el ‘statu quo’ para que, en medio de un caos absoluto, se logren sacudir las esperanzas olvidadas.
Ahora bien, nos tenemos que preguntar si nuestra iración por un personaje con tantos desórdenes mentales, capaz de estremecer una sociedad, forma parte también de un anquilosado conformismo y de nuestra propia incapacidad para distribuir, transformar y adjudicar los poderes por los cuales queremos ser representados, protegidos, pero nunca sentirnos abandonados a nuestra propia suerte o la mala suerte del Joker quien, al verse rodeado solamente de abandono y mentiras (incluso las de su madre), desencadenó por completo toda su locura y sepultó lo poco que le quedaba de cordura.
Aunque sea ficticio o una colcha de retazos armada de innumerables perfiles de chiflados y desquiciados, el final del Joker me hizo pensar o creer que fue un dibujo de humor negro −muy propio del personaje− del guionista y el director para endulzar con una hipotética puesta en escena el descontento de gran parte de la sociedad americana con su actual presidente: ¿qué hacía Donald Trump antes de ser presidente? “¡Estás despedido!”.
P. S.: “El hombre nace bueno, la sociedad lo corrompe” y, además, ¡¿lo abandona?!
* A Gustavo Petro le vendría muy bien guardar silencio sobre lo que no sabe y dejar de ser tan reaccionario en redes sociales, porque tantos ‘doctorados’ han sido muy bien refutados y driblados por Faustino Asprilla.