El más maravilloso destino de naturaleza en el interior del país quizás sea el valle del Cocora, en Quindío, con sus imponentes bosques de palmas de cera, el árbol nacional. Durante todo el año colombianos y extranjeros buscan este valle escondido entre los pliegues de la cordillera Central para gozar del espectáculo soberbio de las palmeras más altas del mundo, del valle encuadrado entre montañas y de la rica gastronomía paisa que ofrece la región.
El lugar es destino preferido de los fotógrafos que buscan captar la magia del paisaje cuando las palmeras se ven envueltas en los jirones de niebla que bajan de las estribaciones del Nevado del Quindío. Todo el agreste y pastoril paisaje lo preside el cerro Morrogacho, que es destino de osados caminantes. Una foto así, con las palmeras emergiendo entre las neblinas, es la portada de mi último libro Paraísos de Colombia (Villegas Editores).
Hace treinta años llegó a este solitario valle Juan Bautista Jaramillo, llamado ‘Juan B’, quedó enamorado del paisaje y fundó un restaurantico y se convirtió en el artífice principal del turismo de naturaleza a este paradisíaco valle. ‘Juan B’ defiende las palmas y sus bosques y el carácter idílico del valle, y los turistas, que acuden por montones a visitar el Valle, se deleitan con la rica gastronomía que ‘Juan B’ les ofrece en su gran restaurante, en el que se oye música andina colombiana.
Conozco tres magníficos enclaves de montaña donde crecen “a sus anchas” las palmas de cera. Uno se encuentra remontando el valle de Anaime, en el Tolima, partiendo de Cajamarca. La región se precia de ser “la mayor productora de arracacha en el mundo”. Arriba se conservan algunos bellos bosques de palma, intactos, en los que crecen las palmeras casi pegadas las unas con las otras, abigarradamente. Esta es la mejor manera de conservar la palma, porque las semillas al caer germinan y no se las comen las vacas. Más cerca de Cajamarca las palmeras crecen esparcidas en medio de los cultivos de arracachas. Estas palmeras están destinadas a no tener descendencia.
Conozco tres magníficos enclaves de montaña donde crecen “a sus anchas” las palmas de cera.
El otro enclave ubicado también en el Tolima se encuentra en el camino que partía de Ibagué, avanzaba hasta Toche y que recorrieron Humboldt, Bolívar y los contrincantes de la guerra de los Mil Días; pasaba cerca del volcán Machín, ascendía a la cordillera Central e iba a caer a Salento y continuaba hasta Cartago, donde empalmaba con el camino que, viniendo de Medellín, seguía hacia el sur, a Cali, Popayán, Pasto y Quito.
En este camino se encuentra el mayor bosque de palmas de cera; se calculan 800.000 ejemplares y, según el Récord Guinness, el árbol más alto del mundo es una palmera de este bosque que alcanza 54 metros de altura. Este camino ancestral es hoy una carreterita destapada que une a Salento con Ibagué y que los visitantes del valle del Cocora también deberían visitar y recorrer, puesto que ambas parten de Salento, pueblo que junto con Filandia es uno de los más bellos de Colombia.
El tercer enclave es Cocora. ‘Juan B’ ha sido merecidamente condecorado por seis entidades departamentales y nacionales del turismo y de la gastronomía. Los visitantes del valle gozan de cabalgatas con avezados arrieros de la región y con los que se pueden conocer las costumbres de la colonización antioqueña, lograda precisamente a lomo de mula por los arrieros paisas.
Cocora es punto de partida para visitar el Nevado del Quindío y para caminatas en los caminos de herradura. Se termina la visita degustando la más rica trucha que ofrece la hospitalidad de ‘Juan B’.
ANDRÉS HURTADO GARCÍA