“El gran drama del hombre es que es incapaz de estar solo en su habitación leyendo o meditando”. ¿Quién es este pensador, o psicólogo, o filósofo o quien sea, que en medio de esta cuarentena se atreve a tacharnos de incapaces? Pero este hombre no se detiene allí. Sigue machacándonos con fuerza: “Solo el silencio nos permite hacer el viaje más importante de nuestra vida, el viaje hacia nuestro interior. Las mayores desgracias que provoca el hombre tienen siempre el mismo origen: el desconocimiento profundo de sí mismo”. Y remata: “El hombre tiene que descender a su propio pozo y contemplar allí lo grande y lo pequeño que es”.
Lo dijo Blas Pascal (1623-1662), matemático, físico y filósofo, una de las mentes más lúcidas y poderosas de Occidente. Pascal habla de “estar solo en la habitación”, en otras palabras, está hablando para nuestra cuarentena. En mis dos últimos artículos de EL TIEMPO yo hablaba de este encerrarse para encontrarse con uno mismo en soledad y silencio: “Me tiro por la ventana” y “Así hablaba Henry David Thoreau”. En estos días están apareciendo en periódicos de todo el mundo artículos sobre el mismo asunto.
El tema no es nuevo. “Solo un ser superior al hombre, que es Dios, o inferior al hombre, que es un animal, puede vivir en soledad”, decía Aristóteles. Filósofos, santos, fundadores de religiones se retiraban a la soledad, al desierto o a la montaña antes de “descender” e iluminar a los hombres con sus doctrinas. Nosotros no somos ni santos ni sabios, pero debemos retirarnos de vez en cuando al “desierto” para encontrarnos y encontrar nuestro correcto camino en la vida. “En el desierto valgo lo que valen mis divinidades”, decía Saint-Exupéry. Quizás en la soledad descubramos que estamos vacíos o que nuestras divinidades son de pacotilla.
Estos son algunos libros interesantes. 'El silencio en la era del ruido'. (Erling Kagge). Erling es la primera persona en completar el desafío de los tres polos: el norte, el sur y la escalada al Everest. Dice: “El silencio debe hablar y uno, conversar con él”. Otro libro: 'Textos místicos sobre el silencio', de Ramón Andrés. Por su parte, Margaret Parry dice: “Si queremos alcanzar una vida auténtica, es indispensable fundar un monasterio de silencio en nosotros mismos”.
Muchos lectores me han preguntado por correo o por teléfono, algunos con insistente picardía, si he sido capaz de vivir lo que estoy predicando. Todos los años me retiro a una casa de ejercicios a meditar durante una semana, y las excursiones que hago a la montaña y a la selva con los amigos y con las personas que quieran viajar conmigo son un largo ejercicio de contemplación y de silencio en medio de la majestuosidad de la naturaleza.
En estas excursiones es axiomático para nosotros el pensamiento de Teilhard de Chardin: “Deje sentir la inmensa música de las cosas”. Mi prueba reina ocurrió en 1963, cuando me fui solo a la cumbre del nevado del Cisne, que a la sazón tenía nieve; instalé allí la carpa y no llevé nada, ni libros, ni revistas, ni radio ni celular (que no existía), me fui solo con la olla, la comida, la carpa y las cobijas. Al tercer día yo hablaba en voz alta, las ideas parecían perforarme la cabeza. Aquello fue muy duro.
El viento helado me rompió la carpa. Aguanté quince días, tal como yo me había propuesto. No bajé con los dos rayos en la frente como el Moisés de Miguel Ángel cuando descendió del Sinaí, sino con una dolorosa y chirriante pulmonía. El médico dijo: “Unas horas más y baja cadáver”.
¿Lo volvería a hacer?
Andrés Hurtado García