Los recintos con pátina tienen fantasmas. Windsor tiene más de veinte apariciones, entre ellas la de Enrique VIII, el del cisma por casarse y divorciarse varias veces, decapitados de por medio. La de Jorge II, protagonista de las guerras del Asiento, de Sucesión en Austria y de los Siete Años. La de Isabel I, reina virgen con el lema ‘Veo y callo’, primera gobernadora anglicana y protectora del pirata Drake, para ella ‘sir’ Francis.
En la Casa Rosada, el cuadro hecho con barba pulverizada del cadáver del presidente Avellaneda, quien murió a bordo de un barco en el Atlántico del siglo XIX, asusta en las noches platenses a quienes osan pasar cerca.
En el Palacio de Miraflores, el arquitecto italiano que lo construyó se suicidó. Su fantasma recorre la edificación en las madrugadas. Pocos presidentes venezolanos han optado por dormir en el edificio. Chávez lo hizo y no terminó bien.
En la Casa Blanca deambulan como ánimas la esposa del presidente Adams, el presidente Jackson y la Dama de Blanco, dueña de una tragedia indescifrada.
La lista es interminable.
Desde hace dos meses, nuevas apariciones han sido vistas frecuentemente en la Oficina Oval: las de los presidentes William McKinley y Theodore Roosevelt.
McKinley, como congresista en 1890, se distinguió por su ley de aranceles. “Soy el hombre de las tarifas”, decía. Perdió su curul por alterar ilegalmente circunscripciones electorales (‘gerrymandering’). Fue gobernador de Ohio y luego presidente republicano. Con la mira de americanizarlo y establecer presencia militar, anexó a Hawái, archipiélago que pretendía Alemania. Puso bajo control norteamericano a Cuba, Filipinas, Guam y Puerto Rico como fruto de la guerra con España, que cesó al final de 1898.
Nuevas apariciones han sido vistas frecuentemente en la Oficina Oval: las de los presidentes William McKinley y Theodore Roosevelt
Escribió: “Más de una noche he caído de rodillas para pedir ayuda a Dios. Y una noche tarde, la recibí. No debemos devolver Filipinas a España, ni a Francia ni a Alemania. Tenemos que recoger a los filipinos y civilizarlos. Dormí profundamente. En la mañana llamé al ingeniero jefe de cartografía del Departamento de Guerra y le pedí que pusiera a Filipinas en el mapa de los Estados Unidos. Allí está y se quedará mientras sea presidente”. Fue asesinado en 1901. Murió al negarse sus médicos a usar la máquina de rayos X, presentada en la feria que inauguró el presidente el día anterior, para sacar la bala que le produjo el deceso. En ese discurso anunció el fin de la política de aranceles, por perjudicial; su derogación tomó décadas.
McKinley inspira a Trump, también víctima de un atentado, hasta el punto de quitarle el nombre aborigen al monte más alto de EE. UU., en Alaska, e insistir en el de Mount McKinley.
Se posesionó el exultante vicepresidente Teodoro Roosevelt con 42 años, inventor de “la voz baja y el gran garrote” para la política interna y extranjera. Heredó un jugoso patrimonio, era cazador, vaquero, explorador, escritor, ambientalista, policía y gobernador de Nueva York. Remplazó en 1901 a Hobart, muerto en 1899 siendo vicepresidente de McKinley. Su principal proyecto era el canal de Panamá. Promovió el Tratado Herrán-Hay para su realización. Colombia no lo ratificó. Miguel Antonio Caro barequeó sus términos sin consciencia de la importancia geopolítica de la obra, con argumentos circunstanciales y pedidos de plaza de mercado. Roosevelt y J. P. Morgan promovieron de mala fe la independencia del istmo y reconocieron de inmediato al nuevo gobierno. Firmaron un tratado para iniciar la construcción.
Roosevelt se obsesionó con la mediación internacional. Logró acuerdos de paz entre Rusia y Japón, tolerando al Zar los pogromos que costaron la vida a cien mil judíos; y entre Alemania y Francia, sobre Marruecos. Ganó el Nobel, mantuvo la expansión de McKinley y promovió los intereses de EE. UU. con eficacia y grave daño de los ajenos.
Los fantasmas inspiran a Trump y Vance en Panamá, Groenlandia, Canadá, México, la UE, Ucrania, Gaza, Rusia, China, nosotros y el Nobel.
Ojalá encuentren paz pronto.
LUIS CARLOS VILLEGAS