El año que empieza va a estar presidido por dos hechos: la evolución de la pandemia, ojalá hacia su fin, y la consolidación de un mundo multipolar progresivamente conflictivo que sucede al bipolar que se abrió tras la II Guerra Mundial. Al fondo del escenario, el dilema geopolítico que definen en su ofensiva Rusia y China con sus proyectos autoritarios internos y su ofensiva global en todos los terrenos. También en 2022 se va a poner a prueba la capacidad de la humanidad para gobernar el único planeta que tenemos, a la salida de la primera pandemia global y en el peor escenario desde el final de la última gran guerra. De momento, todo son incumplimientos respecto a los acuerdos en París y Glasgow sobre la gradual eliminación de los combustibles fósiles.
La esperanza del final de la pandemia tiene que ser real o recibirán nuevos estímulos los instintos más rupturistas del populismo de extrema derecha, que empiezan a adquirir un protagonismo cada vez más preocupante, estimulando las protestas contra los confinamientos, el uso de mascarillas, la necesaria vacunación generalizada, etc., con gran presencia en países tan importantes como Italia o Alemania, y que van a presidir una fronda preocupante en las próximas elecciones de Francia o Brasil y en las de mitad de mandato en Estados Unidos. A las democracias vacilantes o en retroceso les es vital una salida inmediata de la pandemia, que conlleve una recuperación en diversos órdenes para paliar el incremento de las desigualdades y la pobreza que ha llevado consigo la crisis.
El pulso geopolítico decisivo se jugará en 2022 en dos ejes. En primer lugar, el Oeste-Este, un dilema que está definiendo una época de la humanidad entre las grandes potencias, Estados Unidos y China-Rusia. Para muchos analistas, será terrible que chinos y rusos cierren su alianza a la búsqueda de sus pasados imperios (ya iniciada en Taiwán y Ucrania), con férreas dictaduras domésticas y con una gran expansión internacional, cuyo impacto en la economía global ha cambiado ya el planeta, frente a unas potencias occidentales divididas y carentes de rumbo.
La esperanza del final de la pandemia tiene que ser real o recibirán nuevos estímulos los instintos más rupturistas del populismo de extrema derecha, que empiezan a adquirir protagonismo.
El otro eje es el Norte-Sur, en una relación exacerbada por la pandemia y la crisis climática. Los países del Norte, acaparadores de las vacunas, son culpables en gran medida de la contaminación y el calentamiento global, con el Sur como víctima. La corrección o no de estos desequilibrios planetarios será decisiva en el año que empieza.
Puede ser una buena noticia, a comienzos de 2022, la firma el pasado lunes por parte de los países del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas –Estados Unidos, China, Rusia, Francia y Reino Unido– de una declaración en la que acuerdan aparcar sus diferencias y lanzar un mensaje de tranquilidad al mundo, "comprometiéndose a evitar la proliferación del armamento atómico" y manifestando "la voluntad de todos los Estados de conseguir progresos en materia de desarme, con el objetivo final de un mundo sin armas nucleares".
P. S. La era nuclear se inició en 1945, como culminación de la II gran Guerra con las primeras bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Nuevas obras de investigación han puesto de manifiesto la gratuidad de estas terribles acciones contra ciudades desarmadas, para "doblegar" a un Japón que ya estaba derrotado. Tras la matanza de la primera bomba, ‘Little Boy’, sobre Hiroshima, los científicos de ‘Tres Álamos’ a las órdenes del presidente Truman, acordaron, tres días después, lanzar la segunda, ‘Fat Man’, con el doble de potencia. El mortífero destino se decidió, según uno de los sabios nucleares (que luego recibiría el Premio Nobel), mediante una "porra" (una polla, según el argot colombiano). Se eliminó el destino inicial, Kioto, porque el secretario general de Guerra, Henry L. Stimson, guardaba un gran recuerdo por haber pasado allí su luna de miel. Tampoco Kokuna, porque tenía mal tiempo. Al final, sin motivo serio alguno, se dejó caer el artefacto en Nagasaki, con gran matanza de civiles inocentes. Aunque ya se conocían los efectos de la bomba, había que amortizar la inversión. Un acto doblemente cruel y arbitrario, concluyen muchos historiadores.
ANTONIO ALBIÑANA