El pasado día 4, coincidiendo con el aniversario de la fundación de la Alianza Atlántica, Finlandia se convirtió en su miembro número 31, después de un proceso de adhesión mucho más rápido de lo habitual, que rompía así la tradición neutralista de un país que ha mantenido relaciones muy difíciles con su vecino ruso y de cuyo imperio formó parte en la época del imperio zarista. La decisión, a la que va a seguir la incorporación a la OTAN de la vecina Suecia, supone una conmoción geopolítica, más allá de la guerra de Ucrania, cuyas consecuencias aún no son fáciles de calibrar: las fronteras entre la OTAN y Rusia se duplican hasta llegar a los 2.550 kilómetros, en los que aún no se sabe qué va a pasar.
La agresiva reacción del Gobierno ruso ha ido aumento: “Los finlandeses no son conscientes de lo que se exponen aliándose a la OTAN. El país ha renunciado a su identidad de independencia y tendrá consecuencias negativas”, acaba de declarar el ministro de Defensa ruso a “Nezavissimaïa Gazeta”. La misma influyente publicación rusa destacaba esta semana que Finlandia está dotada de la primera fuerza de artillería de Europa occidental, con capacidad para enviar misiles tácticos balísticos a 300 kilómetros, o sea hasta San Petesburgo y Mowrumansk, donde están desplegados los más importantes centros de comando militares estratégicos rusos.
Finlandia, adhiriéndose a la Alianza Atlántica, transita un cambio histórico de graves consecuencias geopolíticas. En 1948, durante el pico de la tensión entre Occidente y la URSS, Helsinki y Moscú firmaron un tratado por el que la URSS se comprometía a no invadir Finlandia a cambio de que se quedara fuera de la OTAN. Este acuerdo acaba de saltar por los aires y hoy los finlandeses se han trasladado al paraguas otanista, cuya clausula defensiva, en el artículo 5 del Tratado de Washington, implica que el ataque a uno de sus significaría un ataque a toda la Alianza. Cualquier chispa significará un incendio que va mucho más allá de la guerra en Ucrania.
A partir de la “otanización” de Finlandia, Rusia no ha dejado estos días de enseñar los dientes, desde el estruendo de sus tanques y drones, hasta el anuncio del despliegue de armas nucleares tácticas. Además de Ucrania como punto más caliente, el mar Báltico, la península escandinava y la frontera con Finlandia se consolidan como zonas de alta tensión entre Rusia y Occidente en la concepción geopolítica de Moscú, cuya nueva ‘Doctrina exterior de la Federación rusa’, un documento de 42 páginas recién dado a conocer, considera que “Estados Unidos es la principal fuente de riesgo para la seguridad rusa, para la paz y para el desarrollo justo de la humanidad en su conjunto”.
Según el informe anual del Ministerio de Defensa Noruego, Fokus 2023, “una parte central de la capacidad rusa ha sido desplegada en navíos de superficie y submarinos de la flota del norte, con el aumento significativo de las armas nucleares”. Las líneas rojas se han traspasado y existe un alto riesgo de choques entre Moscú y Occidente: frente a las costas finlandesas en el Báltico, en el mar Negro… podría producirse en cualquier momento “un error de cálculo sin retorno”.
P.S. Guerras lejanas. Ante tantos problemas que atraviesan nuestro presente, es fácil considerar lo que pasa en Ucrania: miedo, bombardeos, víctimas civiles cada día, gente que dormirá esta noche bajo la alarma en búnkeres inhóspitos en Kiev y otros lugares… como una guerra lejana. Lo es. Recuerdo que, a la entrada de la sede de Naciones Unidas en New York, hay una alfombra con los versos de Saadi, el gran poeta persa del Siglo XIII: “Todos los seres humanos somos parte de un mismo cuerpo. Cuando la vida afecta a un miembro, el resto del cuerpo humano sufre por igual. Si no te afecta el dolor de los demás es que no mereces llamarte humano”.
ANTONIO ALBIÑANA