Un 4 de abril, en 1968, en Memphis, Tennessee, Martin Luther King fue asesinado mientras esgrimía su lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. El martes pasado, exactamente 55 años después, el expresidente Donald Trump ingresaba, puño cerrado en alto, en un tribunal de Nueva York para cargar contra la institucionalidad democrática, cuya propia Constitución ha puesto en cuestión en diversas ocasiones, y proclamar que “Estados Unidos se está yendo al infierno”.
Trump lleva décadas litigando en los tribunales y saliendo indemne cada vez que la justicia le ha reclamado por sus responsabilidades, con su ejército de abogados sacándolo de líos y pleitos de todo tipo: desde los inmobiliarios hasta los casos de sus repetidos episodios de acoso sexual. El juicio de esta semana corresponde a una poco significativa causa por gastar irregularmente unos cientos de miles de dólares para hacer callar a una “tormentosa Daniela”, actriz porno de medio pelo con la que sostuvo relaciones extramatrimoniales con cargo a sus cuentas electorales. Sorprendentemente se difundió que de esta comparecencia podría salir preso, lo que no sucedió.
Lo que sí se produjo el martes pasado fue una gran cobertura mediática bien diseñada, y una movilización popular orquestada por asesores de imagen, en la primera vez en dos siglos y medio de democracia americana en que un expresidente (que aspira a volver a presentarse en 2024) se enfrentaba a la justicia penal: “Un test para la democracia de Estados Unidos”, según ‘The New York Times’. Las primeras declaraciones de Trump en su comparecencia no defraudaron: “Soy víctima de la persecución de un presidente lunático (Biden) que ha hecho de Estados Unidos una nación fracasada”.
La personalidad de Donald Trump no ha hecho sino marcar sus contornos en toda esta peripecia judicial, la cual, según parece, se reanudará en diciembre, o tal vez el año próximo. Un tipo semianalfabeto, narcisista, que como presidente desarrolló un mandato caótico, con sus cinco mentiras diarias, una istración nepotista y corrupta, con decisiones internacionales erráticas (ojo a su amistad con el sátrapa Putin), que situaría en el futuro bajo mínimos la imagen y la fiabilidad de Estaos Unidos en el mundo. Para caracterizar la personalidad trumpiana cabe recordar cuando aseguró que podría disparar contra la gente de la Quinta Avenida de Nueva York “sin perder ningún voto”.
En síntesis, el panorama en Estados Unidos, después del terremoto Trump, aparece más dividido y polarizado que nunca. Los republicanos están secuestrados por la extrema derecha, mientras que el posible adversario de Trump en sus filas, Ron DeSantis, ha quedado laminado como un cínico ultraconservador que no representa nada alternativo real.
En las filas demócratas, unificadas aparentemente por el poder presidencial, se asiste al despertar de una nueva izquierda, que podría representar Bernie Sanders, poco capacitado en su ancianidad, mientras decrece la figura de Biden.
Toda la movida trumpista y sus millones de seguidores de estos días abocan al debate actual en el mundo sobre la crisis de las democracias. Como asegura el profesor Vallespin: “La muerte de las democracias no sobrevendrá de golpe, sino por una paulatina erosión de sus instituciones fundamentales, y esta se produce porque un importante número de ciudadanos no acude en su defensa”.
P. S. Infancia. En Estados Unidos hay 19 estados en los que está permitido el castigo físico a niños y niñas en las escuelas. Como en siglos pasados, bofetadas, azotes, nalgadas, reglazos… siguen siendo una práctica aplicada a “estudiantes rebeldes en estos amplios territorios, la mayoría en el sur del país. Recientemente, en Oklahoma se presentó un proyecto de ley para eximir de castigos físicos a los niños con discapacidades. La Cámara de Representantes del estado acaba de rechazarla.
ANTONIO ALBIÑANA