En el cierre de las campañas para la Presidencia de la República, que sin duda se dirimen sobre todo en clave de política interna, ha sorprendido la poca o nula atención de los candidatos a los problemas que tienen hoy en juego el sufrimiento de la humanidad y hasta la propia supervivencia de la especie humana, entre los que destacan las muertes por la polución –muchas más que las de las víctimas del covid-19–, o la crisis climática, sobre cuya probable irreversibilidad se acumulan hoy los documentos científicos de la mayor solvencia, con perspectivas que no han hecho sino empeorar.
Según un informe de la prestigiosa revista 'The Lancet' (su comisión de contaminación y salud) difundido estos días, en los últimos tres años han muerto anualmente nueve millones de personas por dolencias causadas por la contaminación ambiental. Más que las víctimas de la pandemia; más que los decesos acumulados por las guerras, el terrorismo, el sida, la tuberculosis, la malaria y el abuso del consumo de drogas cada año.
La contaminación que más muertes anuales provoca es la del aire, con 6,7 millones de víctimas, seguida por la del agua, con 1,4 millones. Según analistas como Rachel Kupka, citada por la prensa especializada británica, la cifra podría ser bastante superior a los nueve millones si se incluyeran contaminantes como el plomo, los plaguicidas, el mercurio o el cio. Algunos científicos llegan a concluir que la polución por químicos puede ser mayor aún que la del aire. Según The Lancet, la contaminación ambiental, que sigue extendiéndose sin que la ciudadanía sea consciente de la dimensión del problema porque no causa muertes fulminantes, es la principal amenaza contra la salud humana global. Para algunos de los más reputados científicos, la polución sigue siendo la mayor amenaza existencial para la salud humana y planetaria y pone en peligro a las sociedades modernas. En la actual situación, se plantean desde diversas tribunas las necesarias sinergias en el combate contra la polución y contra el cambio climático, dos perspectivas coincidentes en la necesidad de una transición masiva y rápida de todos los combustibles fósiles hacia una energía limpia y renovable.
Hace varios meses me referí en esta columna a las primeras y alarmantes conclusiones del de Expertos de la ONU sobre el Cambio Climático. Los informes posteriores y nuevos análisis ofrecidos en las últimas semanas por la comunidad científica internacional no pueden ser más preocupantes. Por ejemplo, los expertos del Met Office (la agencia meteorológica del Reino Unido) y de la Organización Meteorológica Mundial de la ONU están alertando de que durante el próximo lustro pueden rebasarse todas las previsiones sobre la temperatura media global de la superficie del planeta y superar los límites de lo que el Acuerdo de París de 2015 planteaba para fin de siglo.
Como se recordará, en 2019 más de 11.000 científicos de todo mundo elevaron la voz para alertar sobre la supervivencia de la humanidad y un amenazante colapso de la vida en la Tierra por una emergencia climática, sobre la que dirigieron una alerta pública a los gobiernos del mundo. En este momento, la guerra de Ucrania, además de grandes sufrimientos por la criminal invasión rusa, está haciendo olvidar la lucha contra el calentamiento global, por la creciente subida de los precios de la energía y la preocupación por la seguridad energética, haciendo aplazar a los gobiernos del mundo las iniciativas, aún de por sí limitadas, dirigidas a la descarbonización, dejando libre el envenenamiento de la Tierra, que ha clamado el secretario general de Naciones Unidas en su mensaje ‘Delay means death’ (‘Retrasarnos significa la muerte’), lamentando la “letanía de promesas incumplidas” y reclamando: “Es hora de que dejemos de quemar nuestro planeta”. China, el primer contaminante climático del mundo, ya ha anunciado el incremento de su estrategia carbonífera.
Según todas las fuentes científicas serias, tras años de aplazamientos para una actuación decisiva contra el cambio climático, sin ni siquiera cumplir las conclusiones de las diferentes conferencias internacionales, la posibilidad de tratar de conseguir que el calentamiento global se quede dentro de los límites menos catastróficos posibles es pequeñísima.
Para el prestigioso lingüista y politólogo Noam Chomski, estamos ante el desafío que plantea mostrar nuestra capacidad moral de llegar al punto de controlar nuestra capacidad de destruir o no, de plantearnos el deber moral ante la gente del futuro. En definitiva, se trata de “evitar el suicidio de la especie y con él llegar a la sexta extinción masiva. La decisión está en nuestras manos”.
ANTONIO ALBIÑANA
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