Desde estas latitudes podría parecer un país distante y ajeno, pero Turquía es un Estado decisivo en la geopolítica global. Es el principal puente entre Europa y Asia, es un país con una influencia decisiva para la Alianza Atlántica (a la que pertenece), sobre Europa y Oriente Próximo, y en la guerra de Ucrania, ya que, a pesar de ser miembro de la Otán, mantiene una seria amistad con el dictador Putin, que acaba de instalarle la primera planta de energía nuclear y le ha vendido el sistema de Defensa antimisiles S-400, con gran disgusto estadounidense.
De modo que las elecciones presidenciales y legislativas celebradas el pasado día 14 y que han culminado hoy en segunda vuelta, son consideradas por el influyente semanario británico ‘The Economist’ como las más importantes en 2023 en todo el mundo, tan decisivas como las de Estados Unidos, según distintos analistas de la política internacional. Para resumir: en la primera vuelta el dictador Erdogan, al frente de su partido AKF, estuvo a punto de sacar la mayoría absoluta en la primera vuelta (le faltó el 0,5 %). Y en la segunda que se cerró hoy y para la que el dictador ha conquistado nuevos apoyos, como el del ultraderechista Partido del Bien, de Sinan Ogan, que rebasó en 5 % en la primera vuelta, parece que su victoria será clara, según los más diversos observadores.
Paradójicamente, Erdogan se postula para presidir un país al que no le caben más problemas: crisis económica (80 % de inflación), corrupción generalizada y la resaca de una pésima gestión del terremoto del 6 de febrero, que se cobró 50.000 muertos en el sur del país. Los analistas concluyen que, aunque las encuetas daban la victoria en primera vuelta al Partido Republicano del pueblo (CHP), se ha producido un vuelco electoral hacia el nacionalismo en un país musulmán y pobre, donde Erdogan, multimillonario de militancia islámica, ha sabido reclutar al “Estado profundo”, compuesto por el ejército, los servicios de inteligencia, el poder judicial y la mafia, aliados para impedir una Turquí de izquierda. Al mismo tiempo, Erdogan ha obtenido los frutos de su culto a la personalidad durante 20 años, el silenciamiento de los medios críticos, la prisión para los críticos y el desmantelamiento de todas las instituciones medianamente democráticas.
Repugnante panorama, como el de la situación de la mujer turca, con una brecha de género del 63,9 %, la feminización de la pobreza y el aumento de los feminicidios. Respecto a las minorías sociales, el dictador lo dejó claro cuando le preguntaron en la campaña electoral su postura ante los colectivos LGTBI: “luchamos contra esos pervertidos”, declaró.
En materia de política exterior, militarización total: Turquía tiene tropas en Azerbayán, Libia, Irak, Siria y Afganistán. En la guerra de Ucrania, aunque Estados Unidos no ha permitido que se salga de la línea de la Otán, es un hecho su buena relación con el criminal invasor Putin, lo que podría plantear una crisis en la coalición en un momento decisivo y con el autócrata Erdogan reforzado como principal puente entre Europa y Asia.
Lo que parece claro es que el modelo de autocracia turca, ganador en las elecciones de la mano de Erdogan, en lo que se ha llegado a llamar una “Dictadura democrática”, va a constituir un estímulo para otras opciones populistas y autoritarias, como Narendra Modi, en India; o Donald Trump, en Estados Unidos.
P. S. Deuda. Coincidiendo con la Cumbre del G-7, los países más industrializados del mundo (Japón, Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña Francia, Alemania e Italia), celebrada recientemente en Hiroshima, la prestigiosa organización internacional Oxfam ha dado a conocer que estas potencias “deben a los países pobres alrededor del 13.000 millones de dólares en ayuda al desarrollo y para sostener la lucha contra el cambio climático”. Para llegar a esta suma, la ONG Oxfam ha calculado que los países del G-7 no han sostenido su promesa de ayudar a los países más pobres para hacer frente al cambio climático, que cifraron en su día en 100.000 millones de dólares y que “sus emisiones de CO2 habrían entrañado ya al menos 8.700 millones de dólares de pérdidas y daños en los países de recursos escasos”. ¿Se escuchará la razón del Sur?
ANTONIO ALBIÑANA