COP es el acrónimo ingles de Conferencia de las Partes, siendo estas los de la ONU. Estas convocatorias universales se iniciaron en Berlín en 1995, cuando en la humanidad empezó a difundirse la idea de una catástrofe climática si el mundo no cambiaba su dinámica de emisiones a la atmósfera. No fue fácil. Primero se rechazaba la misma idea del cambio climático. Luego, que tuviera que ver con la actividad humana y con la industrialización y los combustibles fósiles. La anterior conferencia, celebrada en París en 2016, fijaba acuerdos de reducción de emisiones que nadie ha cumplido. La culminada ahora en Glasgow ha mostrado una particular hipocresía, exhibiendo una especie de ecologismo ficticio que acabó en lo popularmente denominado greenwashing de las potencias del mundo.
Bastaba con dar una ojeada a la composición de las delegaciones a la COP26 para no hacerse demasiadas ilusiones. A diferencia de la Conferencia de París, donde los representantes eran sobre todo ministros, científicos y ecologistas, en Glasgow la mayor delegación estaba formada por los grupos de presión de los productores de combustibles fósiles, empresas de gas, carbón, petróleo que constituían la representación más importante de toda la COP –503 –, más que la suma de las delegaciones de los 8 países más afectados por la crisis climática. Cientos de personas, pagadas para impulsar los intereses tóxicos de las empresas contaminantes. Además, algunos países, como Canadá, Rusia o Brasil, incluían en sus delegaciones representantes de empresas nacionales de combustibles fósiles.
La primera guerra perdida, como suele suceder, fue la de la verdad. Al inicio de la reunión, más de 250 líderes y organizaciones ambientales dirigieron una carta abierta a los responsables de la COP26 pidiendo que se abordaran los problemas de la desinformación: que no se mintiera respecto a las evidencias científicas que se suceden sobre el cambio climático ni se hicieran pasar por verdes campañas de istraciones públicas y empresas privadas que no constituyen más que un falso 'lavado de cara'.
La culminada ahora en Glasgow ha mostrado una particular hipocresía, exhibiendo una especie de ecologismo ficticio que acabó en lo popularmente denominado greenwashing de las potencias del mundo.
La realidad del desarrollo de la COP no pudo ser más desalentadora. La sola mención de los combustibles fósiles generaba un bloqueo de las negociaciones durante muchas horas, con la oposición clara y pública de países como Arabia Saudí o India. La verdad es que el acuerdo final de Glasgow, tal como quedó redactado, no obliga legalmente a ningún país; solo piden "que revisen y refuercen los objetivos para 2030", sin compromisos vinculantes. Para que el objetivo de que la temperatura media no suba al final de siglo más de 1,5 °C, como se acordó en 2016 en París, las emisiones tendrían que caer un 45 por ciento respecto a 2010: ¿Cómo hacerlo? Es justo lo que se ha evitado concretar en Glasgow.
Las lágrimas del presidente británico de la COP, Alok Sharma, en la clausura, desolado por los resultados de la reunión, lo decían todo. Por su parte, el analista Lluis Bassets resume así la conferencia: "Acuerdos no vinculantes, objetivos indeterminados, datos falsificados y opacos, calendarios a largo plazo que posponen la medición y el control de los resultados, vagos compromisos financieros, todo esto forma parte de una gran estafa".
P. S. Mandela. El reciente fallecimiento de Frederik de Klerk, que puso fin al apartheid en Sudáfrica, liberando a Nelson Mandela, con quien compartió el Nobel de Paz en 1993, ha recuperado la memoria del gran líder negro. Una curiosidad. En la página 292 de su autobiografía, Mandela relata una anécdota vivida en 1961, cuando se subió a un avión en Ghana y al ver que el piloto era negro se asustó: "Tuve que controlar el pánico que sentí ¿Cómo era posible que un hombre negro pilotase un avión?". La reacción ante el piloto negro, confiesa más adelante, demostró que "había sucumbido al condicionamiento mental del apartheid" (!). Es fácil deslizarse hacia la interiorización inconsciente de las falsas ideas tóxicas que flotan en el ambiente. Atención.
ANTONIO ALBIÑANA