En el momento en que se ha iniciado la invasión rusa de territorio ucraniano, con unas consecuencias inciertas pero muy graves a escala europea y universal, diversas instituciones privadas, estatales y académicas alertan sobre el avance hacia la conquista del cosmos, en un desarrollo que se plantea con tanta rapidez como sin un soporte legal que impida lo que ya se denomina un Far West sideral.
La exploración espacial se acelera. De aquí a 4 años, los astronautas estadounidenses que pusieron un pie en la Luna en 1969 ya no serán los únicos. Las agencias espaciales china, europea y rusa han puesto ya la vista en el cuerpo celeste más próximo a la Tierra, así como sociedades privadas turísticas o extractivistas. La Luna no es más que una cabeza de puente, una primera etapa ante el umbral de un espacio inmenso. En dos décadas, misiones habitadas podrían dar pasos de gigante hacia Marte, que está 500 veces más lejos que la Luna, para reconocer lugares e incluso establecer colonias. Después vendrán los asteroides y otros destinos lejanos.
Como han señalado importantes organizaciones cívicas y académicas, en el alba de esta nueva era, la humanidad tiene la responsabilidad colectiva de examinar los desafíos morales que la acompañan: para evitar la colonización salvaje y el agotamiento del cosmos es urgente definir una ética radicalmente nueva.
Sin una línea directriz clara que detalle qué es o no posible hacer, el espacio se convertirá no en una zona de exploración colaborativa en beneficio de todos, sino en un crisol de conflictos.
Como quedó apuntado, numerosas empresas privadas se aprestan a la explotación salvaje del espacio ultraterrestre. Deep Space Industries, Trans Astra Corporation, Planetary Resources, Moon Express, Industria de Minería Galáctica, entre otras, ya trabajan en proyectos de minería espacial, un campo en rápido desarrollo pero sin ley. El debate es si el espacio debe seguir definiéndose jurídicamente como parte del “Patrimonio común del hombre” y por lo tanto no disponible para reclamaciones nacionales o comerciales, o si su definición jurídica debe modificarse para permitir la propiedad privada del cosmos. Sin una línea directriz clara que detalle qué es o no posible hacer, el espacio se convertirá no en una zona de exploración colaborativa en beneficio de todos, sino en un crisol de conflictos, de polución y de extractivismo donde los intereses comerciales y militares suplantarán el interés común.
Aunque un tanto desfasado y poco respetado, sigue rigiendo el Tratado del Espacio Ultraterrestre, suscrito en 1971 por 29 naciones y supervisado por la ONU. En él se establece que el concepto de espacio extraterrestre debe ser considerado una provincia de toda la humanidad, que este debe usarse únicamente para propósitos pacíficos y que no deben ser colocadas armas en órbita o en el espacio.
Desde la firma de este tratado es sabido que algunos satélites tienen un doble uso posible civil o militar y que la futura extracción y explotación de recursos se proyectan sin referencia a ninguna norma.
Cada vez son más las instituciones como la Just Space Alliance; el MIT, de Massachusetts, o la Secure World Foundation, que dan voces de alarma para que el mundo se plantee un “porvenir inclusivo y ético en el espacio”, alentando a la ONU sobre la necesidad de promover una “diplomacia espacial” vinculante para toda la humanidad.
P. S. Dilema ético. Mientras desciende la letalidad del virus en Europa, en Estados Unidos (también en Colombia) la variante ómicron es la primera causa de muerte por covid. Con esta variante, la eficacia de las actuales vacunas es muy inferior a la de las anteriores –delta, Wuhan–. Se sabe que la ciencia está lista para fabricar en dos semanas una vacuna específica contra ómicron, pero las farmacéuticas no se deciden a fabricarla y dudan de que, si se fabrica, la inversión pudiera perderse si surgieran nuevas variantes. Lo cierto es que, según el especialista Javier Sampedro: “Las técnicas de manipulación genética permitirían modificar la vacuna contra ómicron y adaptarla a cualquier variante futura en cuestión de días”. Para eso hace falta que las grandes farmacéuticas renuncien a agotar la venta de los stocks actuales de vacunas, mientras que la nueva contra ómicron podría estar lista de inmediato. ¿A qué esperan?
ANTONIO ALBIÑANA