Pasado el momento de las alabanzas y hagiografías, llega la ocasión de acercarnos a distintas situaciones decisivas en la trayectoria del recientemente fallecido último presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, antes de que acabara al final de su vida sirviendo como modelo para anuncios de Pizza Hut destinados a las televisiones occidentales.
En 1990 Gorbachov recibió el Premio Nobel de Paz por “llevar la Guerra Fría a un final pacífico”. En efecto, 4 años antes consiguió que el belicoso presidente Reagan se sentara con él en una casa de las afueras de Reikiavik para pactar la limitación de armas nucleares, consiguiendo detener la “Iniciativa de Defensa Estratégica” (la “guerra de las galaxias”), cuyo intento de emulación estaba arruinando a la URSS. Eje de su política fue, efectivamente, promover un acercamiento entre el Este y el Oeste, mediante una política basada en valores universales comunes.
También es cierto que Gorbachov no reprimió las rebeliones emancipatorias antisoviéticas surgidas, por ejemplo, en Polonia o Checoslovaquia. Pero no se puede olvidar que en 1991, un movimiento similar de secesión de las provincias bálticas fue ahogado en un baño de sangre.
Tal vez el momento más decisivo en la trayectoria de Mijaíl Gorbachov haya sido cuando aceptó la unificación de Alemania –es decir, la desaparición de la llamada República Democrática, la Alemania Oriental en 1989– incluyendo su entrada en la Otán, la Alianza creada para la defensa de Occidente frente al mundo soviético. Una concesión realmente asombrosa. Fue a cambio de la promesa de Washington de que la Otán no se movería “una sola pulgada” hacia el este, desde la frontera oriental de la antigua Alemania comunista. La promesa de Bush padre se formalizó a través de una reunión entre Gorbachov y su secretario de Estado James Baker. Pero el acuerdo se vulneró rápidamente y, cuando Mijaíl Gorbachov protestó al sentirse traicionado, se le dijo que lo acordado con el ministro estadounidense Baker no era más que un “compromiso verbal” una especie de “pacto entre caballeros”, sin ninguna validez vinculante. Por el contrario, a despecho de compromisos y promesas, el presidente Clinton, sucesor de Bush, fue ampliando la Otán hasta llegar a las propias fronteras con Rusia y hasta se barajó el ingreso de Ucrania en la Alianza.
Lejos de ser tan triunfal como se ha difundido repetidamente, el balance de la gestión de Mijaíl Gorbachov aparece lleno de sombras.
Esta torpeza de Gorbachov al no haber hecho público el pacto de no ampliación de la Otán, o exigir un acuerdo formal, es la causa remota, pero cierta, de la actual guerra en territorio ucraniano, por parte de una Rusia que se siente acosada en sus inmediaciones por la Alianza Atlántica, aunque en modo alguno puede justificar la criminal invasión de Putin a Ucrania.
En el orden interno, todo son claroscuros. Cabe recordar, por ejemplo, la dura política contra el alcoholismo que incluyó fusilamientos de dirigentes de empresas públicas y que, en realidad, generó el auge de un inmenso mercado negro de alcohol. Lo más importante, la disolución desordenada de la URSS, que quedó en manos de un borracho corrupto como Yeltsin, fue catastrófica para la población, sumida en el caos político, la delincuencia, la corrupción y el avance de un capitalismo salvaje y oligárquico. No puede decirse que su legado fuera democrático: sin Gorbachov no hubiera existido Yeltsin, y sin Yeltsin no hubiera existido Putin. Todo ello provocó que su figura haya sido tan detestada en su país. Una prueba: en las primeras elecciones de la Federación Rusa, una vez desaparecida la Unión Soviética, celebradas en 1996, Gorbachov, en su aspiración presidencial, cosechó apenas un 5 % de los votos.
Así que, lejos de ser tan triunfal como se ha difundido repetidamente, el balance de la gestión de Mijaíl Gorbachov aparece lleno de sombras: su legado en presunta clave democrática se ha derrumbado en la Rusia de hoy, mientras que casi todos los tratados de desarme con los que quiso contribuir a la paz universal han sido liquidados en la práctica.
ANTONIO ALBIÑANA