Colombia figura entre las tres naciones más lindas del planeta (money.co.uk). Esta deferencia da orgullo a los compatriotas, por lo general con baja autoestima, y amerita comparar con los paisajes construidos por nuestra civilización. Por el hecho de haber visitado en estos días la costa Caribe quiero concentrarme en nuestra joya turística, Cartagena.
Cartagena es linda, no hay duda, su arquitectura de herencia andaluza-árabe bien concebida y bien intervenida, sus colores equilibrados, sus iglesias, sus callejuelas que sugieren secretos para descubrir son una provocación. Cuando estudiamos una ciudad imaginada solemos buscar algún elemento que una al resto de proyecciones, como por ejemplo asumir que Bogotá es agua o Sevilla, España, son sus cantos hondos y bailes que comparten a diario sus familias. Al observar Cartagena por varios días, creo haber encontrado algo que le es propio: sus visitantes no paran, siempre se mueve recorriendo la ciudad, distinto a, por ejemplo, Barcelona, otra ciudad invadida por el turismo, en la que la gente se detiene a ver monumentos. En Cartagena se da vueltas, es la ciudad en sí misma la que importa. Pero ese marchar sin fin tiene un ingrediente desdichado: los visitantes tienen miedo de ser abordados por vendedores y personajes del folclor local para ofrecerles, como en sus playas, desde trenzas o masajes hasta todo tipo de servicios, algunos indecibles. Y lo hacen con una práctica que se viene extendiendo: tocan a la gente hasta intimidarla.
Mientras estuve allí estallaron en cadena varios escándalos de maltrato y aprovechamientos de los turistas, como cobrar dos millones por un par de mojarras. Y no se diga la noche, que da vuelo al “turismo de excesos”, en el que casi todo es permitido. ¿Puede Cartagena la linda y romántica matar su gallina de los huevos de oro cuando en el imaginario vaya quedando la percepción de ser una ciudad desleal con sus visitantes y que no se resguarda por entregarse al comercio, única actividad que puede sostener costos excesivos para los locales?
Turismo y belleza van a la par, la belleza natural la da la creación del cosmos, la humana hay que trabajarla. Se ha progresado, pero estamos en un momento en el que, ante las crisis mundiales de alimentos, guerras etc., podríamos ser muy favorecidos, como me decían mis expertos amigos europeos con quienes viajé. No obstante, la fatalidad puede hacerse presente y fallemos al frente de nuestro cuarto de hora.
ARMANDO SILVA