Seguimos los distintos temas del día por las pantallas y sin tomar mayor conciencia vamos confundiendo lo que allí se dice y pasa con la realidad material. Las pantallas, tanto las de los medios como las de las tecnologías personales, son hoy quizá el principal objeto de consumo, hasta el punto de que varios aseguran no poder vivir sin ellas y, digamos, un apagón puede dejar ‘bloqueados’ a sus s más consumistas: cada quien puede cerrar los ojos y preguntarse ¿qué hago si no hay televisor, ni cine, ni computador ni celular?
Vivimos la invasión rusa a Ucrania y seguimos al paso esta miserable acción, mientras una gran mayoría toma partido por Zelenski sobre el odiado Putin. Nos da coraje la fina vestimenta diseñada del invasor, el lujoso reloj Rolex, su impecable presencia, frente al líder invadido, con camiseta corta verde oliva gastada, pinta de estudiante universitario, anunciando una y otra vez las consecuencias de la infamia. Pero tanto la camiseta como el vestido de lord son ambos pensados para las pantallas.
Acabamos de ver por un video mostrado por los medios, en plena Semana Santa, a un candidato a la presidencia en Colombia justificando un pacto secreto con criminales, desde las cárceles, y como si esto no fuere ya suficientemente grave, la gente espera al otro día a ver qué puede venir: como si las pantallas de la información hubiesen copiado el modelo de la telenovela o un seriado Netflix en el que el cuento continúa, aún más picante, en el siguiente capítulo. Son las pantallas mismas en sus secuencias de relatos el lugar donde nacen los impulsos emocionales de rabia, odios, deseos de venganza y también, claro, conmiseración o solidaridad.
Esa relación directa entre pantalla y emoción hace que los ciudadanos vivan en un estado permanente de efervescencia y que ella misma contribuya al arrebato y los fanatismos... o a su ceguera. Ante la noticia bomba del candidato mencionado se demostró que varios seguidores, aun viendo en la pantalla a su líder justificando el pacto, no lo creen. Un buen ejemplo de que la pantalla actúa como reflejo, al asumir el espectador que esa es la realidad, pero también como espejo psíquico, al proyectarse en sus propias creencias, por encima de las evidencias que le muestran.
Las pantallas, en fin, son el escenario donde se diseñan muchas de nuestras percepciones, y un mayor nihilismo social puede llevar a que privilegien las falsedades sobre las evidencias de lo real.
ARMANDO SILVA