La tecnocracia, los funcionarios del gobierno de Duque y algunos analistas se preguntan ¿por qué tanta protesta si el crecimiento del PIB es superior al 3 por ciento para el 2019? ¿Por qué el cacerolazo si la inversión extranjera directa creció 20 por ciento respecto al año anterior? ¿Por qué la movilización social si la economía supera a la del resto de los países del vecindario?
El estupor de la burocracia oficial llega al máximo cuando contrarresta los informes que resaltan el ‘éxito’ de Colombia por el aumento del consumo de los hogares —que según las firmas especializadas bate récords— con que millones se movilicen indignados por las calles de centenares de ciudades y municipios.
Parece ser antagónica la contradicción entre lo que sectores muy amplios de la población expresan con ruido de cacerola y los datos que los gobernantes muestran como suficientes para apagar cualquier inconformidad, tanto que podría pensarse que viven en países distintos.
Sin embargo, cuando se conoce que hay 580.000 jóvenes, muchos con grados académicos básicos y aun superiores que ni estudian ni trabajan, o que el 50 por ciento de la población —la de menos ingresos— no recibe ni 15 de cada 100 pesos del ingreso nacional, o que las cuantiosas compras, como en Chile, son a crédito, dando prioridad a bienes importados, o que la ganancia que extrae la inversión extranjera es cercana a la cantidad que entró e incluso mayor y que en algunos casos las utilidades se formaron con pasivos ambientales nunca saldados, o que el ingreso por habitante sube muy poco, afloran realidades que acreditan razones para explicar la rebeldía.
Y si se añaden las amenazas a la vulnerable estabilidad que algunas capas medias han obtenido —incluyendo el derecho a vivir en paz—, elevando el riesgo de un futuro incierto, se acumulan nubarrones para una tormenta social. Lo anterior debe asumirse con plena entereza —a contramano con los vítores elitistas a Duque o con la instauración de un diálogo insustancial— en tanto puede haberse arrimado al cambio de paradigma, de volver al debate sobre el genuino y verdadero desarrollo.
Autores como Todaro y Smith han esbozado fundamentos de una concepción que abarca en sentido general a toda la sociedad. ¿A qué se refieren? A niveles crecientes de bienestar, con ingresos más altos, más empleo, mejor educación y más atención a la cultura y valores de las personas; más autonomía nacional e individual; mayor disponibilidad y amplitud en la distribución de bienes básicos como alimentos, abrigo, salud y protección y expansión de oportunidades que alejen a la gente de la ignorancia y la miseria.
Mal haría el gobierno de Duque y quienes están en la dirección del país si hacen sordina a lo que pasa en las calles o si para silenciarlo montan un tablado de burla o de represión, se complacen con los resultados de un crecimiento mediocre y excluyente del que disfrutan pocos agentes extranjeros y sus asociados y ahondan en medidas como las reformas pensionales donde los “derechos adquiridos” quedan en entredicho y como norma laboral un envilecido trabajo por horas.
¿Llegó el momento de repensar la sociedad para incluir a los 50 millones de pobladores de Colombia? ¿Puede pasar lo que no ha acaecido por décadas fruto de enormes decepciones y nuevos temores? De eso se está hablando, viejo, de la partición cada vez más desigual de la torta, ese es el quid.
Aurelio Suárez Montoya