El tema con el reguetón es que oyes una canción y las has oído todas. Luego está el asunto de las letras: dinero, fiesta, drogas y sexo. Y divertirse está bien, cada uno mira cómo lo hace mientras no le haga daño a nadie, aunque esa obsesión con destruirse a punta de excesos sea bien perturbadora. Lo otro es que se viven 'tirando', expresión que usan para pelearse entre cantantes mediante canciones. Nadie sabe en qué momento se enemistaron ni qué le hizo uno al otro, lo cierto es que se insultan y se exigen respeto mientras facturan millones.
Por eso es raro que se hayan sorprendido con +57 y la hayan criticado, como si en vez de una canción más del género fuera el techo de la capilla Sixtina. Es posible que el título los haya despistado y los haya hecho creer que trataba del nuevo himno nacional, el 'Colombia, tierra querida' del siglo XXI. Eso, y que se juntó lo mejor de lo mejor del reguetón nacional, lo que creó en la audiencia la expectativa de que se venía algo apoteósico, el 'We Are the World' de nuestros tiempos.
A uno puede no gustarle ese tipo de música, pero denigrar de ella porque no se ajusta a sus estándares es de necios. Por eso, más que la canción, acá lo que azora son las críticas de los biempensantes. No es que sepan o no de música, sino que saben poco o nada de la vida, incapaces de reconocer que no es gratuito que sea ese el género más popular del planeta. A sus ojos, esa basura debería ser borrada, lo que implica que desconocen el gusto y la forma de vida de miles de millones de personas. Eso es tener la vista muy corta.
Ellos conforman la dictadura de la bondad, y valdría la pena darles el mundo para ver cómo lo acaban en menos de una década con sus ideas utópicas.
Hay que ser muy soberbio para pensar así, queriendo imponer su forma de vida a la brava. Con ellos pasa que ven la vida no como es, sino como ellos quisieran que fuera, por eso se viven estrellando y no entienden que Trump haya ganado las elecciones por segunda vez y que el 'No' se haya impuesto en el plebiscito años atrás. A sus ojos, el mundo no es ese lugar donde el horror y la belleza conviven a diario, sino que debería ser un sitio de praderas verdes donde la gente se coge de la mano mientras les canta al amor y a la vida.
Sería bello, pero las cosas no funcionan así, y mientras más rápido lo acepten, menos van a sufrir. Sin renunciar a sus sueños, eso sí, porque son los sueños los que nos mantienen vivos, aunque funcionan mejor si no están acompañados por ese afán de imponer creencias a lo maldita sea. ¿O qué creen, que diciéndoles a todos que son unos sucios ignorantes que no saben de música y que deberían oír rock y salsa con contenido social los van a convencer? Ellos conforman la dictadura de la bondad, y valdría la pena darles el mundo para ver cómo lo acaban en menos de una década con sus ideas utópicas. A su lado, el meteorito que acabó con los dinosaurios se quedaría en anécdota.
Porque además de idealistas y soberbios, son cretinos. Mientras unos le cambiaron la letra a la canción y la convirtieron en un recorrido por la geografía nacional, sus playas y montañas, el café y sus mujeres, es decir, lo mismo de siempre, pero en idioma biempensante, otros pretenden acudir a las vías legales para censurar lo que se dice en las canciones. ¿Qué se creen? ¿Dónde queda esa universidad del buen gusto y las verdades absolutas, a ver si me inscribo?
Tengo una amiga así. No que critique el reguetón, que disfruta de perrear más que nadie, sino que se embarca en todas las luchas sociales en las que cree, pero a la brava, molesta cuando las cosas no son como cree que deberían ser. El otro día la acompañé a hacer compras y descubrí que tiene un certificado falso para entrar con su mascota a sitios donde no está permitido. Ahí están nuestros guerreros sociales, saltándose las reglas cuando les conviene mientras critican a todo y a todos. Ese día se me cayó un ídolo, así como a muchos se les cayeron ahora Karol G y Blessd.