Fracasa la democracia participativa. Mientras Enrique Peñalosa asistía a los actos de duelo por el execrable atentado perpetrado en las instalaciones de la Escuela General Santander, cuadrillas de la istración Distrital y sus contratistas talaban los árboles del parque de Japón con la protección del Esmad.
En el sitio estaban los vecinos que se oponen desde el momento mismo en que se anunció el proyecto de cambiar el parque contemplativo, de larguísima tradición, para desarrollar uno de recreación activa, con canchas de deporte sobre áreas duras.
Desde el 26 de julio, los vecinos del parque tienen un chat que ya cuenta miles de mensajes. La indignación y el sentimiento de impotencia reinan entre ellos. De nada han servido las cartas que han enviado a las autoridades, las solicitudes de intervención de estas, las demandas y los ruegos para proteger el parque. Los amañados eventos de información y socialización que han hecho la istración, los diseñadores y los constructores nunca han convencido a la comunidad. Por el contrario, esta ha solicitado que se mejoren las condiciones del ambiente natural y social del sitio.
Lo verdaderamente lamentable del caso del parque Japón no es lo absurdo del proyecto ni la arrogancia del alcalde. Lo terrible
es lo que ocurre con la maltrecha democracia participativa.
Peñalosa, cuyo carácter arrogante y su postura autoritaria son comentados por muchos ciudadanos, se ha hecho el de los oídos sordos o ha montado en cólera cuando se le plantea el problema en forma privada. Públicamente, hace declaraciones demagógicas sobre el parque que existe y el que quiere hacer. Su poco creíble caballito de batalla es que los vecinos son unos “clasistas” que no quieren ver cómo juegan fútbol los obreros. Basta ir al parque Japón para ver cómo lo frecuentan ciudadanos de todas las clases sociales, para almorzar, para los románticos encuentros de novios, para que paseen los perros, jueguen los niños y retocen y descansen obreros de las construcciones vecinas. El parque muestra que no solo el deporte nos hace felices.
El caso de Peñalosa con ese parque muestra el fracaso de la democracia participativa. Parece ser que nuestros gobernantes no leen la Constitución Nacional. Las autoridades, que muchas veces tienen intereses ocultos, pero que siempre creen estar por encima de los ciudadanos, ignoran los procesos participativos de las comunidades o tratan de manipularlos, para imponer finalmente sus decisiones. Pasan por encima de la gente, con demagogia o por la fuerza.
La democracia no es solo ganar por votos. Es gobernar con todos y para todos. Esa necesidad, propia de una democracia participativa como la nuestra, deberían tenerla muy en cuenta los que, como Peñalosa, ganaron las elecciones con menos del 50 por ciento de los votos. Aunque para todos sea ineludible la obligación de oír y atender. Peñalosa está pasando por encima de todo aquel que no se someta a sus caprichos.
Todos lo sabemos, y no es necesario hacer el listado de sus decisiones arbitrarias.
Por lo tanto, lo verdaderamente lamentable del caso del parque Japón no es lo absurdo del proyecto ni la arrogancia del alcalde. Lo terrible es lo que ocurre con la maltrecha democracia participativa de Colombia. Los gobernantes la violan con demagogia, con engaño o por la fuerza.
Otras fuerzas oscuras asesinan a los líderes sociales que ejercen su derecho a declarar sus preferencias, fiscalizar y denunciar. No hay identificación de culpables materiales ni intelectuales. La consecuencia de esta deficiente democracia es la ausencia de control de la corrupción, el sospechoso pago de favores electorales con contrataciones oscuras, el asalto al tesoro sin recuperación de lo timado, la debilidad de la justicia para juzgar y condenar a las autoridades que violan o esquivan la Constitución y las leyes.