Colombia está al borde del abismo. La indolencia de un gobierno que ignora cada crisis sin adoptar correctivos, erosiona nuestras instituciones y la esperanza de una Nación que merece gobernantes a la altura. Quienes hemos servido al país en distintas istraciones, sin aferrarnos a “ismos” personalistas, lo hicimos con fe en el futuro y confianza en liderazgos que, aunque imperfectos, tenían compromiso con la institucionalidad, la unidad y el progreso. Había que llenar vacíos, especialmente en la lucha contra la pobreza y la corrupción, pero hoy el país está atrapado en el caos de un presidente incapaz de liderar dentro del Estado de derecho. Colombia clama por un liderazgo responsable, disciplinado y con visión del bien común.
El colapso del sistema de salud es una herida abierta. Con EPS intervenidas, clínicas quebradas y pacientes abandonados, el enfoque ‘shu, shu, shu’ de este gobierno caótico y desdeñoso desmanteló un sistema que bajo el gobierno anterior enfrentó el covid con 80 % de aprobación, salvando vidas.
Hoy sin pandemia, la negligencia de Petro condena a muchos enfermos a la muerte. La emergencia por fiebre amarilla, con 32 muertes, o el dengue, con 106, es un espectáculo burlesco. En lugar de campañas de vacunación, Petro persigue obsesivamente declarar “su emergencia” con decretos grandilocuentes, para justificar más gastos opacos convocando a Ejército, magisterio y medios, como si la retórica venciera un virus. Esto no es liderar; es destruirnos.
Entretanto, la Casa Colombia en Japón, envuelta en cuestionamientos por despilfarro, mientras seguridad y educación agonizan. El ministro de Defensa anuncia glifosato y Petro lo desautoriza, reafirmando el imperio del desorden. La Canciller felicita al presidente electo de Ecuador, pero Petro cuestiona esos comicios, callando cómplice ante el robo venezolano. Mientras Huila y Cauca lloran atentados, él ordena ceses de operaciones militares y tuitea sobre Palestina, usando imágenes de nuestras tragedias. Estos no son errores aislados; son retratos de un Presidente que manipula con desprecio la ley, la istración pública y la dignidad nacional.
Su gestión antitécnica favorece la corrupción que juró erradicar y nos condena a perder inversión y estabilidad. Su narrativa de culpar a otros no oculta su ineptitud. Colombia necesita un liderazgo con resultados comprobados, no promesas vacías; disciplina para ejecutar, no arbitrariedad para dañar a algunos departamentos; voluntad de unir, no de dividir. Colombia necesita un timonel que con transparencia gerencie bien el Estado, promueva inversión y empleos privados, combata la corrupción y construya confianza y restaure la seguridad con valores y principios sólidos.
El país necesita un liderazgo con resultados comprobados, no promesas vacías; disciplina para ejecutar, no arbitrariedad para dañar a algunos departamentos; voluntad de unir, no de dividir
Algunos ofrecen carisma, ambición u oportunismo, pero Colombia exige liderazgo con conocimiento y compromiso institucional; un compás ético inquebrantable e historial de gestión con resultados.
No caigamos en resplandores mediáticos, maniobras clientelistas o ideales vacilantes; necesitamos solidez para construir confianza. Todos podemos aportar –campesinos, informales, empresarios, mujeres, jóvenes, mayores– cumpliendo la ley y vigilando el poder con veedurías ciudadanas que exijan rendición de cuentas.
La izquierda populista debe explicarnos por qué tolera este desgobierno empobrecedor. Participemos, debatamos, construyamos.
Colombia necesita estadistas, no delirantes del poder que nos empujan al abismo.
MARTA LUCÍA RAMÍREZ