Un cambio que no se previó en nuestra generación está en la alimentación. Los adultos estaban convencidos de que nos alimentaríamos de ultraprocesados, de comida rápida y apostaban a que nuestra generación andaría con sobrepeso en sillas flotantes. Tanto miedo hizo que germinara la curiosidad por otros parajes culinarios.
Existe un grupo de mi generación que lee el contenido de los productos, se preocupa por balancear los alimentos que preparan para llevar en la coca del almuerzo, evitan grasas, azúcares, alcohol e incluso han empezado a migrar a una alimentación vegetariana o vegana. Considero que ese grupo nos muestra cómo será y debería ser el futuro alimentario de nuestra sociedad para el que los restaurantes deben estar preparados.
Hace algunos días hablaba con una profesora sobre cómo ser vegetariano para los adultos siempre estuvo asociado a la desnutrición o la precariedad. Para muchos padres y restaurantes sigue siendo así, pues continúan atrincherados en la incomprensión de un plato balanceado sin proteína animal. Gracias a las redes sociales, mi generación tiene una apertura al mundo que ha puesto de moda las técnicas y los sabores de los países mediterráneos, árabes e indios que basan su nutrición en el trabajo de distintos granos y plantas, de las cuales también pueden surgir proteínas mejores que la carne.
Es fácil encontrar cuentas de recetas sencillas, veganas y saludables; perderse, incluso, en el metaverso de información sobre cómo alimentarnos mejor, pero no sobrará decir que toda esta información que consumimos merece una debida ponderación. Mi generación puede caer en lo que retrata la película ‘Club Zero’, en la que una supuesta gurú de la “alimentación consciente” guía a unos estudiantes a la adquisición de esta práctica, provocando la muerte de algunos de ellos.
Por eso es importante que vayamos con expertos para revisar nuestra salud y la capacidad de nuestros cuerpos de conectar con alimentaciones diversas, pero a su vez también requerimos un cambio en los nutriólogos anticuados que creen que solo podemos nutrirnos si consumimos animales.
Requerimos un cambio en los nutriólogos anticuados que creen que solo podemos nutrirnos si consumimos animales
Podríamos echarle la culpa del auge del veganismo a que las redes estén inundadas de videos de maltrato animal, pero estaríamos hablando de una conversión gastronómica por culpa y miedo que no tuvo mucho efecto en las generaciones pasadas. La nuestra consume otro tipo de videos, en el que vacas, pollos y cuanto animal exista se muestran como no los podemos observar en nuestras urbes: con una ternura particular. Esas cuentas han generado mayor sensibilidad, el rompimiento definitivo de la visión del ser humano como supremo y omnipotente sobre todas las otras especies. Reconozcamos a esos otros seres como iguales e importantes. Estoy convencido de que, si la sociedad se encargara de mostrarnos la belleza del mundo, mi generación estaría mucho más dispuesta a luchar por protegerlo.
El futuro que nos propone este grupo que crece en mi generación es un futuro en el que vemos a los animales como seres vivos iguales a nosotros; en el que ser carnívoro u omnívoro se vuelve una gran incoherencia frente al mundo justo y sostenible que nos imaginamos. No solo nos interesa salvar al mundo del sufrimiento, sino también que todos los seres puedan de alguna forma aprovechar la vida. Ser vegano es aprender que nuestro lugar en el mundo no debe depender de la muerte de un animal o el desperdicio de miles de litros de agua, sino que puede también apoyar la industria agrícola nacional.
El veganismo genera un impacto ambiental, social y ontológico sin precedentes. Si todos nos sumásemos a este movimiento, seguramente salvaríamos el mundo, las sociedades que lo componen y distanciaríamos el apocalipsis que se cierne en nuestro horizonte.
ALEJANDRO HIGUERA SOTOMAYOR